martes, 31 de marzo de 2015

Marguerite Duras (IV/IV): una escritura libre y primitiva

Duras no es una intelectual, sino una escritora intuitiva, espontánea, salvaje. Nunca redactó poética alguna, nunca autoanalizó su obra. Los únicos momentos en los que ella ofrece algunas claves interpretativas es en las entrevistas. La más importante de todas es, sin lugar a dudas, la que dio a Benoît Jacquot en su amada casa de Neauphle-le-Château. Aquella entrevista fue posteriormente publicada bajo el título Escribir. En ese libro imprescindible la escritora se propone el reto de «tratar de hablar de eso: escribir». Evoca la importancia de los lugares, tanto en su obra como en su proceso de escritura, la necesaria soledad que preside la escritura, la constante amenaza de la locura, la salvación que encuentra en el alcohol y el libro, y habla, sobre todo, de «la noche». 

Lo inefable de los sentimientos se transpone entonces a la propia experiencia de la escritura. Lidiar con el limite resulta ser, más allá de una práctica literaria, una experiencia vital con una ubicación intuitiva real: 
«Hallarse en un agujero, en el fondo de un agujero, en una soledad casi total y descubrir que solo la escritura nos salvará. Estar sin tema alguno para un libro, sin ninguna idea de libro es hallarse, volver a encontrarse, ante un libro. Una inmensidad vacía. Un libro eventual. Ante la nada. Ante una escritura seca y despojada, terrible, terrible de vencer». 
Esta descripción evoca sin duda en la memoria del lector las palabras de Hölderlin: «Donde está el peligro, allí surge también la salvación». Para Duras también pues, las palabras brotan de aquel lugar fronterizo de la ignorancia primigenia. «Estar a solas con el libro aún sin escribir, es estar en el primer sueño de la humanidad. Eso es. Es estar sola con la escritura aún baldía. Es tratar de no morir de ello». 

Fotograma de India Song, película de Duras basada en El Vicecónsul.
Aquella experiencia es por lo tanto indisociable de la soledad primitiva del ser humano y se vuelve para ella la condición de posibilidad del auténtico libro. No se puede escribir sin soledad. No se puede escribir si se le tiene miedo a este miedo. «Yo nunca le he temido a ese miedo». Y así es como escribe ella, sin complacencia alguna: no busca gustar, no se carga con ese lastre que paraliza a muchos autores, a esas «[…] generaciones muertas que hacen libros pudibundos. Incluso algunos jóvenes: libros encantadores, sin prolongación alguna, sin noche. Sin silencio; o sea: sin auténtico autor».  

Las palabras que dice y escribe Duras brotan de un fundamento salvaje, libre, ignorante de toda regla sintáctica, de cualquier canon estético. «He hecho libros incomprensibles y han sido leídos», afirma perentoria a Benoît Jacquot. Libros que «no se parecen a nada. Es decir, que se reúnen con la soledad inicial del autor».

El Vicecónsul y El arrebato de Lol V. Stein son, sin lugar a dudas, la máxima expresión de esa brillante originalidad. El Vicecónsul y Lol V. Stein son dos de las figuras más emblemáticas del universo Duras. Ambas tienen en común la ruina de su vida a manos de la hipnótica Anne-Marie Stretter. En la India, el Vicecónsul se desespera de amor por ella, al igual que se desespera ante la miseria extrema de Calcuta. 
« Es cierto, gritaba cada día el vicecónsul… pero desde un lugar que me resulta secreto. Al igual que rezamos todos los días, él gritaba. Es verdad, gritaba muy alto y en las noches de Lahore disparaba contra los jardines de Shalimar para matar. […] matar a quien sea […] Siempre que matar a quien sea fuera la India entera en estado de descomposición». 
Lol V. Stein acabará encerrada en el mutismo y la locura después de que Anne-Marie Stretter le robe a su prometido en el baile de S. Thala. Ambos comparten, en novelas, tiempos y lugares distintos, el dolor que vuelve loco y la ambigüedad de los sentimientos que despierta Anne-Marie Stretter: el odio, la ira, el dolor simultáneo a la pasión y la fascinación más profunda.


Un solo artículo no basta para presentar exhaustivamente a la escritora que marcó la historia de la novela francesa del siglo xx. Nos faltaría hablar de la importancia de ser escritora en un tiempo de escritores, hablar también del personaje público, de la megalomanía, de la violencia de la franqueza, del exceso de alcohol, de la contradicción entre la constante autoafirmación de su irrelevancia y la simultánea elaboración de su propio mito. Sin embargo nos parecía más interesante explicitar lo que preside al surgimiento de una escritura tan única y libre. Marguerite Duras constituye una referencia imprescindible para la literatura francesa contemporánea. Al contestar de manera tan singular a la gran pregunta de su época: «¿Cómo escribir después de Auschwitz e Hiroshima?», M.D. plantea a su vez un nuevo reto para las generaciones actuales: «¿Cómo escribir después de Duras?».

Alexandra Templier.

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