miércoles, 25 de marzo de 2015

Marguerite Duras (III/IV): escribir más allá de los libros

En un intento de prolongar esa «humildad de cada día» que es la escritura, Duras abandona la literatura durante una década (de 1970 a 1980) para dedicarse al cine. El cine y el teatro de Duras no son sino la prolongación de su escritura, el uso de otro soporte para servir a la inagotable obsesión de «escribir, tratar de alcanzar la palabra», tratar de decir lo inenarrable del amor, intentar aliviar la inquietud de la aporía: «Cómo decir: le quiero más que cualquier cosa en el mundo, y más todavía». 

No es de extrañar, por lo tanto, que muchas de sus películas sean una variación de algún libro previo. Así lo es India song (1975), que recrea la desesperada historia del Vicecónsul de Lahore. Duras transpone a los recursos cinematográficos su exigencia literaria. Yann Andrea recuerda: «A menudo usted dice: yo no hago literatura, yo no hago cine, yo hago otra cosa». También cuando se dedica al cine huye del realismo y de la identificación. Al igual que en sus novelas no le interesa describir la realidad psicológica de sus personajes, en el cine no le interesa mostrar lo que se dice. Huye de la redundancia. La voz en off, el piano, el tono monótono de los actores, que parecen leer el texto más que actuar, los planos fijos que evitan representar lo que se está diciendo, son otras tantas características del estilo cinematográfico de Duras. «La reflexión es un tiempo que me resulta… dudoso, que me aburre. Y si usted coge a mis personajes, se hallan todos, preceden todos ese tiempo, por lo menos los personajes que amo, que amo profundamente». (Los Lugares, 1977). 


Los actores, la luz, el escenario, la imagen, la música, incluso la historia están siempre al servicio de la palabra. El verbo es el protagonista exclusivo y déspota que se profiere para realzar su propio límite. Aunque sepamos de antemano que «no merece la pena», que nunca se podrá decir todo el amor, es imprescindible liberar la palabra; y mientras esta resuena, recalca la infinidad que queda por decir, aquel silencio espeso que media entre las presencias de los cuerpos, las grietas en los diálogos despojados, la discrepancia entre imagen y sonido. 

El cine de Duras es exigente. Por eso mismo le indignó profundamente la película que dirigió Jacques Annaud a partir de su libro El amante. Pese al rotundo éxito internacional que fue la película, Duras ve en ella una mera representación del libro, una versión dócil y limpia, en fin: una traición. La condena es inapelable: «Confunde El amante con un libro de recuerdos. Nada me liga a esa película, es la mera fantasía de un tal Annaud». 

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