Son curiosos los libros. Nos permiten sentirnos tan cercanos
al autor que lo vemos como un amigo íntimo. Si además ese autor nos ha
influido de forma positiva en alguna decisión que hemos tomado a lo largo de
nuestra vida, entonces no solo lo sentimos cercano, sino que además lo
admiramos. Por eso, el que esto escribe, está en deuda con Oliver Sacks.
Descubrí sus libros cuando comenzaba la carrera de Biología, y estos tuvieron una gran influencia en mi decisión de dedicarme durante
unos cuantos años a las neurociencias. Ayer supimos que Sacks padece
cáncer terminal.
Oliver Sacks nació en Inglaterra en 1933, estudió Medicina
en Oxford y se dedicó a la neurología, sobre todo en Estados Unidos, país donde
reside desde 1965. Ha escrito numerosos libros sobre su experiencia médica, al
estilo de los estupendos libros médicos de hace un siglo, en los que se
detallaban casos clínicos, a menudo extraños, y se aportaban pequeñas ideas
acerca de cómo tratarlos. El que haya leído alguno de sus libros sabrá a qué
nos referimos. La principal virtud de esas narraciones, sobre todo desde un
punto de vista divulgativo, es que Sacks no quiere pasar por experto, y por
tanto no se detiene tanto en los detalles científicos del caso, sino que suele
adentrarse más en la percepción subjetiva de la enfermedad por parte del
paciente. Uno no debe olvidar que el cerebro es el órgano que
procesa nuestras percepciones, sentimientos y emociones, por lo cual, la
percepción subjetiva del paciente debe ser fundamental para todo neurólogo que
se precie.
Si tuviese que recomendar un libro de Oliver Sacks, ese
sería Un antropólogo en Marte, porque
es en el que creo que mejor exhibe sus capacidades como escritor y como
neurólogo. Es el libro que le gustaría escribir a cualquier médico. Solo alguno,
como Ramachandran, se ha acercado a ese nivel (Fantasmas en el cerebro es un libro de lectura obligatoria y muy borgeano, por cierto), pero Sacks es inigualable. En
ese libro nos las vemos, nada más empezar a leer, con un pintor ciego al color, con
dos hermanos gemelos autistas que son capaces de calcular números primos de
cifras descomunales o con un cirujano que padece síndrome de Tourette (una
enfermedad neurodegenerativa que provoca, entre otros síntomas, movimientos
descontrolados). En todos estos casos, para Sacks lo importante no es tanto conocer
el origen de la alteración como ofrecer pautas a sus pacientes para
compensar esas alteraciones y, lo más importante, aceptarlas como parte de su cotidianidad.
Es fácil empatizar con sus pacientes y con el propio Sacks
debido a su talento como escritor. Estas mismas sensaciones que se tienen al leer Un antropólogo en Marte se repiten al hacerlo con El hombre que confundió a su mujer con un
sombrero, en el que hay también varios casos que a aquel que no conozca muy
bien los vericuetos del cerebro le abrirán los ojos y probablemente le harán
desear leer más sobre ese órgano que nos hace ser como somos.
También Sacks es un apasionado de la química y El tío
Tungsteno es una especie de biografía a partir de la química que no tiene desperdicio. Aunque es un muy
buen libro, para mí uno de sus mejores libros, hace falta que te apasione la química para disfrutarlo plenamente.
Otra de sus grandes pasiones es la música, y así lo demuestra en Musicofilia, libro en el que no solo
muestra su amor por ese arte, que Sacks cree superior a cualquier otro, sino
que también nos ayuda a comprender mejor el funcionamiento del cerebro gracias
a algunos casos relacionados con la audición y la percepción de la música.
No podemos dejar de
mencionar Despertares, su libro más conocido, sobre todo debido a la
película protagonizada por Robert De Niro y Robin Williams. En él Sacks cuenta cómo administró
una sustancia, la L-DOPA (un precursor de la dopamina, que se usa para tratar el
Parkinson) a unos pacientes que se encontraban en estado de coma desde hacía
varios años y cómo estos despertaron durante algunos días, con todo lo que
ello supuso desde un punto de vista emocional para los pacientes y sus
familias, y también desde un punto de vista médico. Es posiblemente su
relato más emotivo.
Pero Sacks no solo ha sido un referente para el que esto
escribe. Lo ha sido también para otros escritores. Hace unos meses la editorial La
uña rota publicó un librito titulado Ebrio de enfermedad, de Anatole Broyard, en el que
el autor, un crítico muy reputado y gran escritor, describe sus sensaciones a
partir del momento en el que descubre que va a morirse, precisamente de un cáncer terminal.
Broyard describe la relación que establece con sus médicos, que es mucho más
fría de lo que a él le gustaría. Dice que su médico ideal sería Oliver Sacks.
Lo admiraba y lo ponía de ejemplo a la hora de narrar una experiencia cercana a
la muerte, como la que describe Sacks en Con una sola pierna. Y, para
corresponderle, Sacks escribió el prólogo a Ebrio de enfermedad, que lejos de ser un libro
quejicoso y autocompasivo es una exaltación de la vida. Dice Sacks en ese
prólogo, que nunca ha leído nada más directo ni más franco en relación con
la enfermedad, y lleva razón, porque el libro de Broyard describe minuciosamente
sus estados de ánimo y sus rutinas como enfermo, algo a lo que Sacks siempre ha
prestado mucha atención en sus relatos. Escribe Broyard:
Durante toda la vida, uno piensa que ha de contener como sea su locura, pero cuando está enfermo puede darle salida incluso en sus colores más chillones.
Pues eso mismo le deseamos a nuestro querido Oliver Sacks,
que disfrute lo que le queda. Dice en la despedida que publicó ayer: «Ha sido un privilegio haber sido un ser sintiente y un animal pensante en un planeta precioso». Él lo ha hecho aún más precioso gracias a sus libros y a la labor con sus pacientes. Salvemos al menos lo
que nos quedará de él, sus maravillosos libros y una enorme sonrisa al leer sus páginas.
Gracias por esta estupenda revisión a la obra de Oliver Sacks, a sus aportaciones a tantos de nosotros. Descubrí al neurólogo justamente con su obra "Un antropólogo en Marte" por recomendación de un amigo, a la que siguió "El hombre que confundió a su mujer con un sombrero", y más adelante "El tío Tungsteno". Entre medias, volví a comprar y regalar estos mismos títulos, para mí referentes de una literatura que nos desentraña muchos misterios de la mente humana, aunque nos devuelva muchos otros interrogantes. También regalé "Veo una voz", que tengo pendiente de leer, y empecé "Alucinaciones" que aún tengo por terminar. También me encontré con "La isla de los ciegos al color" (http://www.anagrama-ed.es/titulo/A_232), que me pareció fascinante pues aúna su labor científica sobre los individuos para adentrarse en el terreno de lo colectivo, de la antropología, una pregunta que siempre me ha parecido presente en el resto de su obra. ¿Qué es la "normalidad"? ¿Qué ocurriría si la mayoría de la gente estuvieran modelados por una suerte de autismo o cualquier otra de las características que consideramos disfunciones, y cómo serían las relaciones con sus semejantes? ¿Acaso las personas con síndrome de Tourette no parecen disponer de un pensamiento más acelerado al nuestro y no podrían considerarnos, si fuéramos minoría, afectados de alguna disminución?
ResponderEliminarPero ahora es tiempo para resaltar el temple de este científico que tanto nos aporta, y que en su declaración de enfermedad terminal, sigue dándonos ejemplo de gran generosidad y lucidez. Gracias por vuestra aportación, muy en línea con la del célebre doctor.
Gracias. Lo hemos tenido como un referente durante mucho tiempo y nos apena que se nos vaya. Estamos de acuerdo contigo en que no es solo su labor científica la que interesa de sus libros, sino esa vertiente más antropológica y cargada siempre de filosofía que tienen sus libros. Es uno de esos autores que creemos que debería leer más gente para mirar a la medicina con otros ojos.
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