miércoles, 4 de febrero de 2015

Entrevista: Roberto Wong y la superposición de planos

El escritor mexicano Roberto Wong, reciente ganador del Premio Dos Passos a la primera novela gracias a su novela París D.F. que hace poco reseñamos aquínos ha concedido una entrevista en la distancia. Hablamos con él acerca de la novela con la que ha ganado el premio y de cómo ha sido ganar un premio siendo un escritor novel, así como sobre su actividad como bloguero. Queremos agradecerle la disponibilidad y desearle el mejor de los futuros. Desde luego, pinta bien.


P: En París D.F. se superpone el sueño de París al de la realidad del D.F. ¿Alguna vez necesitaste tú evadirte de ese modo?

R: Aunque el escapismo puede ser una lectura sobre la intención del personaje, no es la evasión su intención principal. Pensemos en un símil: compras un automóvil y le cambias todo el sistema de sonido. En cierto sentido, el coche sigue siendo el mismo, pero lo mejoraste a partir del nuevo radio, las bocinas, etcétera. Ante la imposibilidad de que la realidad satisfaga al personaje, Arturo se inventa un sistema que superponga un par de mapas. Dentro de tal irrealidad hay un acto de rebeldía, la necesidad de hacer más grande la vida. En ese sentido, sí que compartimos algo el personaje y el escritor, esa necesidad constante de hacer la vida un poco más interesante. Para esto tenemos la literatura, pero también los viajes y las mujeres.


P: ¿Cuál fue el motor que inició la escritura de la novela? ¿Se inició todo a partir de la superposición de mapas o tenías alguna otra idea previa?

R: Como imagen, todo inició ahí, bajo la idea de combinar mapas y formar así una ciudad. París se presentó como una consecuencia obvia: regresaba de la Ciudad de la Luz a México en ese momento tras pasar algunos días persiguiendo a Hemingway por sus calles. Lo literario se mezcló con lo personal: viví también una historia de amor que terminó, como las mejores historias, en fracaso. Si los afectos fueron el detonante inicial, las obsesiones fueron el motor que la mantuvo en marcha. París funciona también como un símbolo de mi deseo de ser escritor.


P: Los recorridos por la ciudad de Arturo y de Nadia en las que van identificando monumentos parisinos son de lo mejor de la novela. ¿Los llegaste a ensayar tú en algún momento?

R: Sí, fue curioso porque, al juntar los mapas y ver las coincidencias, me pareció una necesidad recorrer esos trayectos. Entre las consecuencias de la superposición de mapas está que la Bastilla coincida con un mercado muy famoso en la Ciudad de México que se llama la Merced, o que Montmartre esté en Tlatelolco y en ambos se instale esa presencia de muertos. Decía Carlyle que no se ha estudiado con suficiente atención cómo unas cosas se relacionan con otras. Persiguiendo esos hilos ocultos recorrí también esos trayectos, cámara en mano.


P: Una pregunta de la que sospechamos la respuesta. ¿Son reales las coincidencias que plantea la novela entre algunas zonas de París y las de México D.F.?

R: Si te refieres a eso que en la novela se denomina como ese «falso París» —la pirámide de Ieoh Ming Pei frente a una tienda departamental o la victoria alada de Reforma—, sí, eso existe. En cuanto al resto de las coincidencias —Bellas Artes donde debiera estar el Louvre— son reales en cuanto responden a un sistema arbitrario, es decir, que al unir los mapas y hacer coincidir los centros —la Farmacia París, por un lado, que existe, y Notre-Dame por el otro— el resto se reveló como sucede en la novela. En esto no obré con trampa, aunque bien podría cuestionarse mi modelo.


P: Hay dos evasiones en Arturo. Por un lado, la del alcohol y el sexo, y por otro la del sueño de su partida a París. ¿Cuál dirías que es más autodestructiva para ti?

R: Más que evasiones, yo las vería como una especie de salvación. Recordemos el verso de Gilberto Owen: «por la carne también se llega al cielo». Lo que sucede, sin embargo, es un desencanto. Tal vez depositamos demasiada fe en un orgasmo. Lo mismo sucede con «la fiesta», siempre estamos a la espera de que algo grandioso suceda. En ese tenor se desenvuelve Arturo, busca continuamente lo maravilloso y se da cuenta de que, en realidad, su única oportunidad está en ese París ficticio, ni siquiera en el verdadero al otro lado del Atlántico. En todo caso, para contestar vuestra pregunta, me parece que toda obsesión puede conducir a la destrucción, pero también a la salvación.


P: Has escogido una estructura compleja para la novela. Se alternan las voces narrativas, hay saltos en el tiempo y, para complicarlo aún más, hay algunas ensoñaciones y alucinaciones a lo largo de París D.F. Y lo mejor de todo es que la novela se lee sin problemas, parece la forma lógica de escribirla. ¿Cómo fue el proceso de escritura? ¿La fragmentación vino después o ya lo pensaste de antemano? ¿Y por qué el empleo de los tres pronombres personales, yo, tú él, para narrar en diferentes capítulos?

R: La realidad es que, en el proceso de escritura de una novela, me parece que hay cosas que se desarrollan como una consecuencia intuitiva de la trama. Planteé, en un inicio, algunos capítulos como fragmentos de una guía de viaje. Después me di cuenta de que esa guía tendría que Arturo entregarla a alguien, alguien que, de esta manera, persiguiera sus pasos. Esta imagen me hizo pensar en el narrador en segunda persona, una especie de susurro por la ciudad que acompaña a uno de los personajes. Lo mismo sucedió con el resto de las voces narrativas. En cierto sentido es un fallo que todas se parezcan. Espero que el lector me lo perdone.


P: ¿Cómo has llegado hasta ganar el Premio Dos Passos? ¿Habías enviado muchos manuscritos antes a otras editoriales? ¿Te habías presentado ya a otros concursos con antelación?

R: En todo descubrimiento siempre actúa de alguna manera el azar. Después de la vigésimo quinta corrección al manuscrito, busqué concursos literarios y encontré el premio Dos Passos. La participación era sencilla, vía correo electrónico (sirva esto para generar un paréntesis: es terrible que otros premios literarios pidan los escritos en papel, ¿no han escuchado nada del cambio climático?), por lo que envié el manuscrito. Después me olvidé. No volví a enviar la novela a otro concurso ni tampoco había llevado antes el manuscrito a editoriales, siempre me pareció que el texto no estaba a la altura de lo que quería escribir. Ahora ya está, es como decía Alfonso Reyes, uno publica para evitar pasarse la vida corrigiendo manuscritos.


P: En tu estilo hay sencillez y un ritmo bien trabajado. ¿Es algo que buscas a propósito o es consustancial a tu escritura? Es decir, ¿reescribes mucho?

R: París D.F. la escribí en 10 meses, después la corregí por un año y medio. Hay, sobre todo, esa intención de depuración que nos enseñó Hemingway. Del ritmo, otros sabrán hablar mejor que yo mismo. Es difícil hablar de lo que escribimos, hay una anécdota y la intención de un efecto, el resto se presenta como una consecuencia.


P: Sabemos que escribes reseñas de libros, muy buenas, por cierto. ¿Cuándo empezaste con ello y por qué?

R: El blog siempre fue para mí una extensión de mi memoria: estoy harto de olvidar lo que leo. Es terrible. Por otro lado, siempre pensé que si llegaba a convertirme en un buen lector, y lograba penetrar en el misterio del texto, podría llevar esos aprendizajes a mi propio ejercicio literario. No sé si he tenido éxito, pero lo he disfrutado muchísimo. En todo caso, le dedicaré menos tiempo ahora por una simple economía de recursos: deseo encauzar el tiempo a mis propios proyectos.


P: ¿Qué papel crees que desempeñan los blogs como divulgadores de la cultura hoy día?

R: Bueno, es una pregunta compleja y la verdad es que no tengo una buena respuesta, pero te puedo hablar de mi experiencia: el blog el-anaquel.com tenía 5 lectores cuando inició, probablemente uno de ellos era mi madre. En todo caso, siempre pensé en ese espacio como un ejercicio personal, una especie de calistenia literaria. El blog fue creciendo en visitas, pero la mayoría llega desde una búsqueda en Google, lo que significa que si no llegaran ahí, se irían a otro lado. Es como cuando quieres ir a comprarte unas zapatillas: vas a la calle donde están las zapatillas y ya está, si no compras en una tienda, compras en otra. La tienda, en este caso el blog, por sí mismo no contribuye a la divulgación de la cultura: la gente llega ahí ya con una intención. Para lograr cruzar esa barrera habría que hacer del blog un espacio más grande, darle difusión en otros medios, que la gente que produce contenidos tenga espacios en otro tipo de media, es decir, que podamos hablar de cultura a los que no la están buscando.

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