El escritor mexicano Roberto Wong, reciente ganador del Premio Dos Passos a la primera novela gracias a su novela París D.F. que hace poco reseñamos aquí, nos ha concedido una entrevista en la distancia. Hablamos con él acerca de la novela con la que ha ganado el premio y de cómo ha sido ganar un premio siendo un escritor novel, así como sobre su actividad como bloguero. Queremos agradecerle la disponibilidad y desearle el mejor de los futuros. Desde luego, pinta bien.
P: En París D.F. se
superpone el sueño de París al de la realidad del D.F. ¿Alguna vez necesitaste
tú evadirte de ese modo?

P: ¿Cuál fue el
motor que inició la escritura de la novela? ¿Se inició todo a partir de la
superposición de mapas o tenías alguna otra idea previa?
R: Como imagen, todo
inició ahí, bajo la idea de combinar mapas y formar así una ciudad. París se
presentó como una consecuencia obvia: regresaba de la Ciudad de la Luz a México
en ese momento tras pasar algunos días persiguiendo a Hemingway por sus calles.
Lo literario se mezcló con lo personal: viví también una historia de amor que
terminó, como las mejores historias, en fracaso. Si los afectos fueron el
detonante inicial, las obsesiones fueron el motor que la mantuvo en marcha.
París funciona también como un símbolo de mi deseo de ser escritor.
P: Los recorridos
por la ciudad de Arturo y de Nadia en
las que van identificando monumentos parisinos son de lo mejor de la novela.
¿Los llegaste a ensayar tú en algún momento?
R: Sí, fue curioso
porque, al juntar los mapas y ver las coincidencias, me pareció una necesidad
recorrer esos trayectos. Entre las consecuencias de la superposición de mapas
está que la Bastilla coincida con un mercado muy famoso en la Ciudad de México
que se llama la Merced, o que Montmartre esté en Tlatelolco y en ambos se
instale esa presencia de muertos. Decía Carlyle que no se ha estudiado con
suficiente atención cómo unas cosas se relacionan con otras. Persiguiendo esos
hilos ocultos recorrí también esos trayectos, cámara en mano.
P: Una pregunta de
la que sospechamos la respuesta. ¿Son reales las coincidencias que plantea la
novela entre algunas zonas de París y las de México D.F.?
R: Si te refieres a
eso que en la novela se denomina como ese «falso París» —la pirámide de Ieoh
Ming Pei frente a una tienda departamental o la victoria alada de Reforma—, sí,
eso existe. En cuanto al resto de las coincidencias —Bellas Artes donde debiera
estar el Louvre— son reales en cuanto responden a un sistema arbitrario, es
decir, que al unir los mapas y hacer coincidir los centros —la Farmacia París,
por un lado, que existe, y Notre-Dame por el otro— el resto se reveló como
sucede en la novela. En esto no obré con trampa, aunque bien podría
cuestionarse mi modelo.
P: Hay dos
evasiones en Arturo. Por un lado, la del alcohol y el sexo, y por otro la del
sueño de su partida a París. ¿Cuál dirías que es más autodestructiva para ti?
R: Más que evasiones,
yo las vería como una especie de salvación. Recordemos el verso de Gilberto
Owen: «por la carne también se llega al cielo». Lo que sucede, sin embargo, es
un desencanto. Tal vez depositamos demasiada fe en un orgasmo. Lo mismo sucede
con «la fiesta», siempre estamos a la espera de que algo grandioso suceda. En ese
tenor se desenvuelve Arturo, busca continuamente lo maravilloso y se da cuenta de que, en realidad, su única oportunidad está en ese París ficticio, ni siquiera
en el verdadero al otro lado del Atlántico. En todo caso, para contestar vuestra pregunta, me parece que toda obsesión puede conducir a la destrucción, pero
también a la salvación.
P: Has escogido una
estructura compleja para la novela. Se alternan las voces narrativas, hay
saltos en el tiempo y, para complicarlo aún más, hay algunas ensoñaciones y
alucinaciones a lo largo de París D.F. Y lo mejor de todo es que la novela se
lee sin problemas, parece la forma lógica de escribirla. ¿Cómo fue el proceso
de escritura? ¿La fragmentación vino después o ya lo pensaste de antemano? ¿Y
por qué el empleo de los tres pronombres personales, yo, tú él, para narrar en
diferentes capítulos?
R: La realidad es que,
en el proceso de escritura de una novela, me parece que hay cosas que se
desarrollan como una consecuencia intuitiva de la trama. Planteé, en un inicio,
algunos capítulos como fragmentos de una guía de viaje. Después me di cuenta de que esa guía tendría que Arturo entregarla a alguien, alguien que, de esta
manera, persiguiera sus pasos. Esta imagen me hizo pensar en el narrador en
segunda persona, una especie de susurro por la ciudad que acompaña a uno de los
personajes. Lo mismo sucedió con el resto de las voces narrativas. En cierto
sentido es un fallo que todas se parezcan. Espero que el lector me lo perdone.
P: ¿Cómo has
llegado hasta ganar el Premio Dos Passos? ¿Habías enviado muchos manuscritos
antes a otras editoriales? ¿Te habías presentado ya a otros concursos con
antelación?
R: En todo
descubrimiento siempre actúa de alguna manera el azar. Después de la vigésimo
quinta corrección al manuscrito, busqué concursos literarios y encontré el
premio Dos Passos. La participación era sencilla, vía correo electrónico (sirva
esto para generar un paréntesis: es terrible que otros premios literarios pidan
los escritos en papel, ¿no han escuchado nada del cambio climático?), por lo
que envié el manuscrito. Después me olvidé. No volví a enviar la novela a otro
concurso ni tampoco había llevado antes el manuscrito a editoriales, siempre me
pareció que el texto no estaba a la altura de lo que quería escribir. Ahora ya
está, es como decía Alfonso Reyes, uno publica para evitar pasarse la vida
corrigiendo manuscritos.
P: En tu estilo hay
sencillez y un ritmo bien trabajado. ¿Es algo que buscas a propósito o es
consustancial a tu escritura? Es decir, ¿reescribes mucho?
R: París D.F. la
escribí en 10 meses, después la corregí por un año y medio. Hay, sobre todo,
esa intención de depuración que nos enseñó Hemingway. Del ritmo, otros sabrán
hablar mejor que yo mismo. Es difícil hablar de lo que escribimos, hay una
anécdota y la intención de un efecto, el resto se presenta como una
consecuencia.
P: Sabemos que
escribes reseñas de libros, muy buenas, por cierto. ¿Cuándo empezaste con ello
y por qué?
R: El blog siempre fue
para mí una extensión de mi memoria: estoy harto de olvidar lo que leo. Es
terrible. Por otro lado, siempre pensé que si llegaba a convertirme en un buen
lector, y lograba penetrar en el misterio del texto, podría llevar esos
aprendizajes a mi propio ejercicio literario. No sé si he tenido éxito, pero lo
he disfrutado muchísimo. En todo caso, le dedicaré menos tiempo ahora por una
simple economía de recursos: deseo encauzar el tiempo a mis propios proyectos.
P: ¿Qué papel
crees que desempeñan los blogs como divulgadores de la cultura hoy día?
R: Bueno, es una
pregunta compleja y la verdad es que no tengo una buena respuesta, pero te
puedo hablar de mi experiencia: el blog el-anaquel.com tenía 5 lectores cuando
inició, probablemente uno de ellos era mi madre. En todo caso, siempre pensé en
ese espacio como un ejercicio personal, una especie de calistenia literaria. El
blog fue creciendo en visitas, pero la mayoría llega desde una búsqueda en
Google, lo que significa que si no llegaran ahí, se irían a otro lado. Es como
cuando quieres ir a comprarte unas zapatillas: vas a la calle donde están las
zapatillas y ya está, si no compras en una tienda, compras en otra. La tienda,
en este caso el blog, por sí mismo no contribuye a la divulgación de la
cultura: la gente llega ahí ya con una intención. Para lograr cruzar esa
barrera habría que hacer del blog un espacio más grande, darle difusión en
otros medios, que la gente que produce contenidos tenga espacios en otro tipo
de media, es decir, que podamos hablar de cultura a los que no la están
buscando.
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