lunes, 9 de febrero de 2015

El placer de la relectura: algunas propuestas

Hay quien se jacta de no leer (a estos los damos casi por imposibles) y hay otros que afirman no releer (estos sí son todavía enmendables). En ambos casos la jactancia es criticable pero contra el primero de ellos quizá tengamos menos armas que contra el segundo, ya que al menos tenemos ganada la batalla de la lectura, que no es poco. ¿Y por qué nos parece que afirmar que no se relee es criticable? Porque es una afirmación tan irracional como presumir de que uno no vuelve a mirar un cuadro porque ya lo vio antes. Y es que, del mismo modo que necesitamos distanciarnos para valorar en su totalidad una pintura —por ejemplo, para apreciar la pintura impresionista debemos distanciarnos unos pasos del cuadro—, en ocasiones necesitamos apartarnos en el tiempo de un libro o de un autor para acercarnos a él con otra mirada. Por eso, el acto de releer es un reencuentro, volver a encontrarse con un libro del cual nos distanciamos, y que al abrirlo de nuevo tenemos la impresión de retomar una vieja amistad.

Desde luego, no podemos dar una lista exhaustiva de libros que hay que releer porque hay tantas opciones de relectura como libros y lectores, pero sí creemos que existen libros y autores que necesitan ser releídos para ser comprendidos. Pues bien, aun a riesgo de que nos odiéis por nuestras recomendaciones, os proponemos algunas de los que consideramos relecturas imprescindibles:

Todo Borges. Cuando uno lee al maestro argentino la primera vez tiene la sensación de encontrarse ante algo grande, tan grande que uno se siente diminuto porque parece no poder alcanzar esa grandeza. A Borges hay que releerlo sí o sí, para completar su comprensión y por placer. Se dice de él que es el escritor que mejor adjetiva, que es capaz de seleccionar un adjetivo que aúne varios y que deje una marca imborrable en el lector. Hay que acometer su lectura de forma atenta porque no hay ninguna palabra que sobre en sus escritos, todo tiene algún sentido, todo tiene un porqué. Quizá sea esta la razón por la que nunca llegó a escribir una novela. Pero nos legó sus relatos y poemas, que son eternos.


Rayuela, de Julio Cortázar. Si Borges está considerado como el escritor que mejor adjetiva, Cortázar está considerado como uno de los escritores que mejor puntúa. Su trabajo con las comas en Rayuela es de estudio. Pero el texto por el que vagan Horacio y la Maga, entre otros, está proyectado para estimular su relectura, porque es el propio Cortázar quien nos anima a que leamos Rayuela de distintas maneras, y es que el libro se puede leer de muchas formas: del modo ortodoxo y tradicional, del modo saltatorio propuesto por Cortázar, hasta el más azaroso que puede elegir el lector. Lo genial de esta obra es que lo hagamos como lo hagamos siempre estaremos leyendo un libro nuevo, lo que nos lleva a preguntarnos, ¿se puede considerar la relectura de Rayuela como una verdadera relectura?


Altazor, de Vicente Huidobro. Hay autores y libros que necesitan ser releídos. También hay géneros que lo merecen, y sin duda uno de ellos es la poesía. Obviamente no podemos releer un género completo (para ellos habríamos tenido que leerlo), pero sí podemos hacerlo con un poeta que es inimitable. Siempre se recuerda a Neruda cuando se habla de poetas chilenos, mientras que Vicente Huidobro permanece en la sombra. Altazor o el viaje en paracaídas es la obra cumbre de Huidobro, un poema vanguardista mediante el que el poeta se atreve a despedazar el lenguaje para explorar sus límites en un salto en paracaídas. En realidad, tratamos de engañaros porque uno no relee Altazor, uno lee, penetra en él, y como ocurre con las sirenas de la Odisea, ya nunca, nunca más puedes escapar de sus siete cantos.


Todo Kafka. Como Borges, como Shakespeare, Kafka es carne de relectura. La mirada de Kafka sobre el hombre moderno es inigualable (bueno, seamos justos y unámosla a la de Musil y a la de Pessoa). Este año se cumplen 100 años desde la publicación de la primera edición de La metamorfosis, por lo que es un buen momento para despertarse de nuevo con Gregor Samsa convertido en insecto y vivir esa pesadilla memorable. Siempre es tiempo también de volver a El proceso y El castillo, dos narraciones con una estructura común pero muy diferentes por diversos motivos que tendrá que descubrir el lector. La relectura de Kafka es, además, asignatura obligatoria para todo aquel que se quiera dedicar a la escritura: como el argumento de los libros de Kafka suele ser conocido, el lector puede abstraerse de la trama y centrarse en la urdimbre del relato, en la capacidad de Kafka para enredarnos en sus pesadillas cíclicas.


Ulises, de James Joyce. A quién no le suena, aunque sea de oídas, este mastodóntico libro sobre un día en la vida de Bloom (entre otros). Cuando uno aborda su lectura por primera vez lo hace a pelo, sin leer introducciones o prólogos —porque uno no los necesita—, pensando que va a entrar en la lista de los héroes que han leído el Ulises. Pero pronto ese sueño de formar parte de la historia se cae. Si uno es creyente solicitará un exorcismo y si no lo es, los servicios de un psicoanalista. La segunda vez uno es más precavido, lee los capítulos introductorios, y una vez que cree haberlo entendido, llega a algún lugar donde cree estar leyendo otro libro y vuelve a abandonarlo. A la tercera, pasado un tiempo de recuperación, porque todavía creemos sentir el escozor de las lágrimas, el orgullo hace que uno se embarque de nuevo camino a Ítaca. Y lo acaba, y llora de alegría, aun a pesar de no estar seguro de haberlo comprendido. Pero una relectura, después de la primera vez que se completó, hace que nos demos cuenta de la magnitud y originalidad de este libro único. Aunque hemos de reconocer que la lectura y relectura de este libro tienen más valor para lectores avezados o personas a las que les haya picado el gusanillo de la escritura.


El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad. Es este un libro que suele recomendarse a los adolescentes porque se incluye erróneamente en el género de aventuras. Nada más lejos de lo que es esta obra, un alegato contra el imperialismo, y una de las obras que mejor retrata la condición humana, disfrazado, eso sí, de novela de aventuras. La incluimos en esta sección porque cuando se lee con ojos de adolescente la obra aún no cobra la importancia que se le debe otorgar. Es unos años después, cuando el lector o lectora ya han asimilado muchas de las ideas que por entonces, cuando eran adolescentes, tan solo eran pasatiempos de adultos, cuando la obra adquiere su verdadera dimensión de obra mayúscula.


Crimen y castigo, de Dostoievski. Aunque colocamos a Crimen y castigo como buque insignia de este bloque, lo cierto es que meteríamos en este saco a Tolstoi, Chejov, Pushkin, Turguenev… escritores que modernizaron no solo la literatura rusa, sino la literatura universal. Crimen y castigo es una de esas novelas que puede releerse docenas de veces: siempre encontraremos nuevos detalles que la hacen imprescindible. ¿Es perfecta? No lo es, también tiene sus fallos, pero lo importante es el tema, la capacidad de Dostoievski para crear esa disgresión en torno a un asesinato y el progresivo arrepentimiento de su autor. Además es novela policiaca, es posiblemente la mejor muestra de la novela del siglo xix, es también un ejemplo de ritmo en una novela y una de las primeras que le concedió más importancia a lo que pensaban los personajes que a lo que hacían. Hay que releerla.


Don Quijote de la Mancha, de Miguel de Cervantes. El problema de las historias de nuestro loco amigo es que su lectura es obligada cuando estamos en la escuela, cuando uno está pensando en chicos y chicas, en la popularidad y las marcas, y claro, aparte de que leer el Quijote no le hace a nadie popular, no creemos que sea un libro para chicos y chicas adolescentes. Por tanto, lo que se consigue es el efecto contrario a la admiración que produce este libro: el rechazo y la indiferencia. Por eso, es recomendable leer las aventuras de don Quijote por convicción, porque a pesar de ser un libro sublime, que contiene humor, drama, realidad, fantasía, futuro y pasado, es un texto que necesita cuidado porque su lenguaje, aunque no es complicado, tiene vocablos antiguos que necesitan atención por parte del lector.


Todo Shakespeare. El bardo inglés es infinito. Se pueden recorrer decenas de veces sus obras y siempre hay descubrimientos, parlamentos que se nos habían olvidado, sentencias que pasamos por alto…. Por alguna razón inexplicable, su lectura se omite muchas veces de los planes de estudio durante el colegio (en España), cuando seguramente darían mucho más juego que otros tostones que nos hacen leer en esa época. Y es que si se lee una sola vez a Shakespeare, caes en sus redes para siempre. De hecho, en este caso creemos que no es necesario recomendar su relectura, porque esta viene sola, te la pide el cuerpo. Siempre tienes ganas de volver a leer a Shakespeare. Si además uno, a medida que va ensanchando su paisaje de lecturas, se da cuenta de que un inmenso número de libros toman como referencia algunas de las obras de Shakespeare, entonces la relectura está más que justificada.


La Regenta, de Alas Clarín. Cuando este libro llegó a nuestras manos con diecisiete años pensamos que era una de las peores cosas que nos podían pasar en la vida. Nos interesaban poco, pero que muy poco, las andanzas naturalistas de Ana Ozores, Fermín de Pas y Álvaro de Mesía. Fue uno de esos libros que acabamos por orgullo lector, pero que disfrutamos poco y del que hablamos pestes en bares a altas horas de la noche. Sin embargo, al retomar esa novela en la madurez, comienzan a advertirse los detalles sutiles, se comprende mejor la importancia de la novela y se entiende por fin el porqué de su fama. Y ahora es cuando, a altas horas de la noche, castigamos los mismos oídos haciéndoles saber que estábamos equivocados, pero que por eso somos sabios y hemos descubierto que La Regenta es una de esas novelas que merecen una segunda oportunidad y, qué demonios, alguna otra más.


Las caricaturas de Borges y Kafka son obra de Fernando Vicente.
La caricatura de Don Quijote de la Mancha es obra de Rafael Hernández Pereira.
La caricatura de Shakespeare es obra de Bill Cigliano.

6 comentarios:

  1. Lo cierto es que releer es un verdadero placer. No hay dos libros iguales y tampoco dos lectores ni dos momentos para hacer una lectura y, lejos de estar pendientes de una trama conocida, nos quedamos en los matices. Ulises y Rayuela fueron dos auténticos placeres de relectura. Cada año, releo un par, clásicos siempre.

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    1. Cada vez que uno releer Rayuela encuentra un libro diferente; y cuando se relee el Ulises, uno comprende por qué es una obra cumbre. Releer es un magnífico reencuentro, así que reencontrarse cada año con un par de clásicos es una muy buen costumbre que secundamos :)

      Un afectuoso saludo

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  2. A mi me gusta bastante releer, lo he hecho con Javier Marías, con Alberto Moravia y con Juan Marsé ..... siempre encuentras cosas nuevas, pero, sobre todo, en las segundas lecturas buscas disfrutar, buscas la belleza .....

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    1. En cuántas ocasiones hemos disfrutado de un cuadro o de una canción después de haberla disfrutado multitud de veces. Tal vez en los matices se encuentre la belleza, el gozo, y esos matices solo se encuentran tras esa primera vez.

      Un afectuoso saludo

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  3. Juan Goytisolo comentaba hace tiempo que un lector se le acercó y le dijo que había leído un libro suyo hace unos años y le había gustado mucho. Creo que la obra era "Señas de identidad", todo un referente de la narrativa de posguerra. Le espetó el autor: ¿la ha releído usted? No, respondió el entusiasta admirador. Contestó Goytisolo: pues entonces o es usted un mal lector o yo soy un mal narrador.
    La anécdota viene al pelo sobre la necesidad de releer. Hay obras geniales a las que siempre hay que regresar.
    Veo que el pintor Manuel Adlert también anda por aquí.
    Un saludo.

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    1. ¡Qué gran anécdota y qué visual! Releer no solo es necesario a veces con algunos títulos o autores, también es un gran placer al que, como bien dices, hay que regresar.

      Un afectuoso saludo.

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