Teníamos que volver a Halfon
después de leer Monasterio, pues una
vez se entra en su literatura es difícil salir de ella, de sus leitmotifs y de
esa prosa aparentemente tan sencilla que lleva al lector en volandas por las
páginas. Recuerda, ahora sí podemos constatarlo, a Roberto Bolaño, y si ese es
el recuerdo que evoca, desde luego promete.
El libro que nos ocupa, El boxeador polaco, está formado por
seis relatos, y es posiblemente el más conocido del autor guatemalteco. Como venimos
de reseñar Monasterio, comenzaremos
con los dos relatos que tienen más relación con aquel, ya que una constante en
la literatura de Eduardo Halfon es que sus personajes e historias salten de
unos libros a otros. En primer lugar, «Fumata blanca», en el que se narra el
encuentro del narrador con Tamara, una chica judía que está dando la vuelta al
mundo. El relato, casi tal y como aparece en este volumen, aparece también en Monasterio. En el relato, el narrador
charla acerca de sus orígenes con Tamara y con su amiga Yalel, y a medida que
transcurre la tarde se da cuenta de que comparte poco con Tamara, por mucho que
su origen sea común. Al final del relato, sin embargo, queda la sensación de
que este trata acerca de una tentación que nunca llega a consumarse. El otro
relato que también está emparentado con Monasterio
es el que da título al libro, «El boxeador polaco», que es una maravilla. Narra
cómo el abuelo del narrador, que siempre es Eduardo Halfon, pudo escapar de la
muerte en Auschwitz gracias a un boxeador polaco que le dijo qué tenía y qué no
tenía que decir cuando lo interrogaran los alemanes. Todo ello está narrado a
dos voces: la de Eduardo Halfon, que nos sitúa en el porqué de la explicación
(el número tatuado en el brazo del abuelo, que hasta entonces siempre le había
dicho a Halfon que era su número de teléfono) y la del abuelo, que es la que narra el
episodio en cuestión. El azar y la supervivencia, a menudo unidos de forma
indefectible.
El primer relato, «Lejano», es
también uno de los mejores del volumen. Un profesor trata de enseñar ciertas
nociones de literatura a los alumnos de una universidad para estudiantes ricos.
Tan solo dos de esos alumnos le prestarán atención: una chica solitaria y
enamoriscada del profesor, y un alumno de la carrera de Ingeniería que está
becado y que es poeta. Ese alumno debe dejar la universidad debido a que su
padre muere y regresa a su casa, en un pueblo minúsculo de Guatemala, donde es
consciente de que su futuro está ya sentenciado. La frase final del relato lo deja claro:
«[…] mirando hacia el cielo, dijo que muy pronto empezaría a anochecer».
El retrato que hace Halfon en un
par de páginas del ambiente del pueblo es magistral. Lástima que no continúe. O
tal vez puede ser material para una futura novela…
En «Twaineando», el narrador
asiste a una reunión multidisciplinar acerca de Mark Twain, en la que se siente
completamente ajeno, salvo por la presencia de un catedrático de Literatura que
le hace ver que aunque él pretenda ser invisible, siempre hay alguien que será
capaz de reconocerse en ti. La habilidad de Halfon para tramar este relato es impresionante
y, sobre todo, para resolverlo con un gran chiste que supone un colofón muy adecuado.
El narrador es en todos los relatos
el propio Eduardo Halfon, por lo que se establece ese juego habitual en los
últimos años con el lector para que este descubra qué es y qué no es parte de
la biografía del autor. Pero esto no es más que un juego, ya que la
literatura tiene que aspirar siempre a la verosimilitud, ya parta esta de
materiales reales o no: la cuestión es si esa verosimilitud puede proyectarse
sobre la realidad que percibe el lector. Es entonces cuando la literatura tiene
peso e identidad. Halfon lo logra, sin duda, gracias a esa prosa sencilla de la
que hablamos al inicio, sin adornos, pero cuidadísima, y en la que se insertan
el humor y expresiones genuinas, como en el, para mí, mejor relato, del volumen
«Epístrofe», donde una pareja conoce a un pianista de música clásica que es
incapaz de huir de sus orígenes y se siente ligado a ellos inevitablementee. El título del relato obedece a la palabra que utilizó Thelonius Monk para
titular uno de sus álbumes, y que da pie a una conversación sobre jazz con una
calidad que pocos escritores pueden lograr:
«[…] estaba seguro de que en mi pasada o antepasada reencarnación, previamente a pegar el brinquito a la cosmología judía latinoamericana, había sido un jazzista negro de tercera categoría que tocaba en algún prostíbulo de Kansas City o de Storyville (nombre tan bello que parece inventado), aunque también pude haber sido una puta negra de Kansas Cityo de Storyville que se pasaba la noche entera cogiendo al ritmo de algún jazzista de tercera categoría. De igual manera, le dije con la seriedad de un pobre y olvidado arlequín, traigo esa música entre las gónadas»
Leed a Halfon y volved a él.
Tenemos autor para rato. Disfrutemos sus libros y démosle el empujón que merece.
Título: El boxeador polaco
Autor: Eduardo Halfon
Editorial: Pre-Textos
Páginas: 112
Precio: 12,35 eur (rústica)
Estos días leí "El boxeador polaco". Me gustó mucho, un placer. Ya "Signor Hoffman" me había cautivado. Ahora me falta "Monasterio" y algún relato más, supongo.
ResponderEliminarEduardo Halfon escribe bien y escribe sencillo. Me gustan los escritores que no son pretenciosos pero que tienen un mundo propio, y lo comparten.
Mi aplauso para él y para este blog vuestro, tan interesante y repleto. Gracias a los 2.
Gracias a ti, Laura, por fiarte de nuestro criterio. Con eso nos basta. Y coincidimos sin duda en Halfon: escritura sencilla pero con una calidad muy alta.
ResponderEliminarUn abrazo.