Compartes con Juliano, el jurista romano, su sentir: «unos
aman los caballos, otros los pájaros, otros las fieras; yo, desde niño, he
estado siempre poseído por un terrible deseo de poseer libros». Por tanto, es
indudable: los libros se han acumulado a tus espaldas. Comenzaste por agrupar
tres o cuatro descuidadamente sobre un estante cuando todavía eras un crío y no
conocías los límites de la acumulación. A esos tres o cuatro libritos iniciales
sumaste otros, en una progresión que no fue ni mucho menos aritmética, sino geométrica,
pues, tan pronto como te descuidaste, los libros comenzaron a reunirse
caóticamente en la estantería hasta colonizarla por completo, sin que apenas te
hubieses dado cuenta, como si ellos mismos se hubiesen dispuesto sobre los
estantes, de puntillas y riéndose de ti.
Los libros se distribuyeron por la casa siguiendo las leyes
fundamentales de la termodinámica. Primero
caminaron por la línea zigzagueante de los estantes, pero cuando esta se agotó,
se inició el caos. Los libros entonces saltaron con sus patitas de papel sobre
mesas, sillas, butacas, cómodas, cajones, mesillas de noche, se escondieron en
trasteros, maleteros, despensas, se perdieron entre la ropa del armario,
buscaron su propio esparcimiento en residencias de verano, se quedaron
disfrutando en un hotel en la otra punta del orbe, viajaron para siempre en
trenes, aviones, taxis, y algunos incluso se colaron en las casas de tus amigos;
con frecuencia encontraron esos hogares más confortables que el tuyo, y allí se quedaron de por vida, con
el ánimo de colonizar estantes y vidas ajenas.
Una vez que los libros se han adueñado de tu casa, ¿qué
harás con ellos? Llegas así a la disyuntiva vital: ¿orden o caos? Quizá sea esa
la pregunta esencial en todos los ámbitos de la vida. Pero tú padeces la heroica manía bella de lo recto, eres un
obseso del orden, por lo que no soportarías esa despreocupada muchedumbre de
libros que ves en las casas de algunos de tus amigos. Así pues, has arribado al
punto culminante, al momento crucial en la vida de todo dueño de una biblioteca,
ese en el que surge la pregunta inevitable: Y ahora, ¿cómo demonios organizo yo
mis libros?
Ahora bien, ¿tiene sentido el orden? Solo en el caso de la
relectura y la consulta; si no, todo será aproximarse por primera vez a un
libro y, tras la lectura, dejarlo volar libre para no retomarlo jamás y
olvidarte de él para siempre, como quien tira una colilla por un sumidero. Pero,
¿qué ocurre si ese amigo, o ese espécimen del sexo de tu gusto al que quieres
impresionar te demandan cierto libro que en una noche alcohólica describiste
como sublime (palabra que, por cierto, solo debería uno poder usar con unas
copas en el gaznate)? Ah, amigo, entonces entenderás que la palabra orden, esa
que antes carecía de sentido, que creías que procedía de una lengua muerta, ha
pasado a incorporarse a tu acervo de forma fulgurante y ahora lo ocupa todo.
Los libros apilados en columnas inestables junto a las estanterías te recuerdan
esas cinco letras, también el manual de jardinería junto al Hamlet y el anaranjado lomo de Fray Perico y su borrico que acaricia el
otro flanco del Hamlet.
Definitivamente, debes hacer algo.
Georges Perec, en Pensar,
clasificar, propone un número ideal referido por un amigo para que una biblioteca
no exceda los límites de la capacidad organizativa humana. Ese número es 361 y
la dinámica de cambio de la biblioteca vendrá dada por la inecuación:
K+X<361<K-Z
donde K es la constante que determina el número de libros
ideal que contiene la biblioteca; X el número de libros a añadir a la misma; y
Z, el número correspondiente de libros a eliminar, para que el número de
volúmenes continúe siendo constante e igual a 361.
Otros han considerado que ese tamaño podría ser excesivo y
así Gilbert Lely permitía la presencia de únicamente cien libros en su
biblioteca, de modo que si un nuevo volumen entraba en ella, otro debía salir
de forma automática. Biblioteca exigente la suya, sí señor, pues ¿quién es
capaz de determinar qué volúmenes son prescindibles en una biblioteca de tan
solo cien libros? Augusto Monterroso, en su cuento «Cómo me deshice de quinientos libros», trata ese problema, pero
no parece dar con una solución satisfactoria, ya que al final no logra colocar
más de veinte libros a algunos de sus conocidos y amigos, y todo ello tras un
arduo esfuerzo y no pocas lágrimas.
Ahora bien, ¿qué criterios podrías tomar para ordenar tus
libros? Perec, de nuevo, te propone varios criterios de clasificación:
a) Alfabética:
la más corriente, pero no exenta de problemas (¿dónde colocar los anónimos?, ¿y
las antologías?, ¿y las obras colectivas?)
b) Por
color (muy estética, sí, pero ineficaz a todas luces).
c) Por
encuadernación (mismo problema que la clasificación por colores).
d) Por
fecha de adquisición.
e) Por
fecha de publicación.
f) Por
formatos.
g) Por
géneros.
h) Por
grandes períodos literarios.
i)
Por idioma.
j)
Por prioridad de lectura.
k) Por
serie.
El problema que plantean estas clasificaciones es que todas
ellas requieren una memoria previa. En el caso del orden alfabético no es tan
grave, pues el abecedario se aprende pronto y te lo enseñan hasta los Teleñecos
pero, ¿qué hay del color, de la encuadernación o, mucho peor, de las fechas de
adquisición o de publicación? Eso requeriría una memoria mastodóntica, quizá
incluso superior al simple hecho de colocar los libros al azar en las
estanterías y aprender su orden sin más.
La clasificación por idiomas también plantea sus problemas,
en especial la de ciertos libros escritos en dos lenguas diferentes (piensas,
por ejemplo, en los libros de Julián Ríos, en los que se conjugan castellano,
inglés y alemán). Una clasificación por géneros o por períodos literarios es
suicida, pues los vanguardistas siempre se escaparán de esas clasificaciones, y
algunos clásicos que nunca han podido ser clasificados, pues ¿dónde colocar a
Rimbaud, a Jarry o al contemporáneo Vila-Matas?
Otras clasificaciones alternativas podrían estar basadas en el olor de los libros o en su tamaño. En ambos casos, la clasificación únicamente te serviría para distinguir las colecciones. Lolita Bosch, por ejemplo, afirma que cuando era pequeña podía distinguir las colecciones por el olor de los volúmenes.
La verdad es que probablemente el orden perfecto, en cuanto
a libros se refiere, y en la vida en general, no existe, y siempre deberás
optar por una solución intermedia de consenso entre todas las posibilidades que
se te ofrecen.
Por eso, tras cierta meditación, un servidor que ha pensado
algún tiempo sobre el asunto de marras ha optado por un orden mixto sustentado
en géneros, temas y lengua de origen. En un par de estantes he colocado los
libros de historia, en otro los de arte, en otros los de ciencia; en otros, los
de poesía o teatro; en otros, los de novela negra; en otros, las vanguardias (o
lo que quiera que eso signifique); en otro, los clásicos (o lo que quiera que
eso signifique); en otro, los libros sobre religión; en otro, los cómics; en
otros, los libros de autores hispanoamericanos; en otros, etc. Entre ellos hay
revistas, coleccionables, opúsculos, breviarios y algún que otro manifiesto.
Y, lo más interesante, los juegos encajados en el orden. Por ejemplo,
permitirse ciertas sutilezas que solo un lector avezado sabrá apreciar, como
colocar juntos a García Márquez y Vargas Llosa, a Martin Amis y Julian Barnes,
a Bioy Casares y Sábato, todos ellos enemistados y posibilidad de
reconciliación. Otros, por el contrario, prefieren evitar esas relaciones e
intentar que estas sean productivas. Así, Alberto Ruy Sánchez escribía: «Dicen
que en algunas secciones de la biblioteca de Mogador, si por la noche se dejan
juntos dos libros afines, por la mañana amanecen tres», aserción esta con la que no estarían de acuerdo en cierta
biblioteca inglesa en la que durante la época victoriana su reglamento exponía
que «la perfecta ama de casa se cuidará de que las obras de autores masculino y
femenino estén disociadas y acomodadas en estantes separados, siguiendo los
cánones de la decencia. No se puede tolerar que estén cerca, a menos que dichos
autores sean marido y mujer».
De vez en cuando, en un arranque caprichoso, puede alterar
uno el orden de los libros. Es posible entonces colocar a Octavio Paz junto a
Cortázar o Monterroso, a Salman Rushdie junto a Cristopher Hitchens, o a Goethe
junto a Schiller y que entonces sí que aparezcan tres libros por la noche donde
solo había dos. Otros días puedes mezclar los géneros, y otros puedes ser más estricto
en relación con el color de los lomos. En realidad, sabes que el orden matiza
la biblioteca, la convierte en una creación solo tuya, una suerte de performance un tanto pedante.
Por tanto, ¿orden o caos? Lo mejor será optar por el caos
dentro de un cierto orden, el justo para prestarle ese libro sublime al amigo o
el espécimen del sexo de tu agrado antes de que se aburran viéndote pasar una y
otra vez por delante de los estantes con el dedo acusador recorriendo los lomos
de los libros apelotonados.
Me ha encantado el artículo.
ResponderEliminarMuchas gracias, Jesús. Se agradece el comentario. Si escribimos esto es para que a alguien le encante.
ResponderEliminarUn saludo.
Muy buena entrada, y no conocía esa formula. Yo apenas tengo como 110 libros en físico y los organizo más que todo por tamaños-
ResponderEliminar¡Saludos!
Jajaja muy bueno el post...yo siemprevlos ordenó por autores y los títulos siempre hacia la derecha,aunque el libro esté al revés.Algún que libro mio también se fue a casa de alguien y se sentiría muy cómodo...porque ya no volvi, ahora procuro que la comodidad lácteas en casa y no dejo que se vayan jejeje.
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.
ResponderEliminarJajaja muy bueno el post...yo siemprevlos ordenó por autores y los títulos siempre hacia la derecha,aunque el libro esté al revés.Algún que libro mio también se fue a casa de alguien y se sentiría muy cómodo...porque ya no volvi, ahora procuro que la comodidad lácteas en casa y no dejo que se vayan jejeje.
ResponderEliminarHola me ha parecido muy interesante y no tenía ni idea de la inecuación, gracias por compartir.
ResponderEliminarGracias a vosotros por visitarnos. En realidad somos varios en el blog y cada uno los ordena de una forma distinta, lo que quiere decir que ninguna fórmula es la mejor. O que la de cada uno es la mejor, quién sabe. Saludos.
ResponderEliminarExcelente! Has hecho invaluables los minutos que tardé leyendolo
ResponderEliminarNos alegra mucho que haya podido ser útil aparte de entretener, esa es la intención. ¡Gracias!
EliminarPrecioso el artículo, y muy divertido. Cuando tenía unos cuantos años menos que ahora y muchos menos libros probé mil y una organizaciones (sacarlos todos de las estanterías y volverlos a ordenar era un pasatiempo delicioso). Con los años, la falta de espacio se alía con la falta de tiempo para pensar cómo poner los libros y acabas agrupándolos por tamaños, para optimizar cada centímetro de balda disponible. Y, claro, no sólo no encuentras lo que buscas sino que acabas, a veces, con ejemplares repetidos de libros que ya tenías... Saludos ;)
ResponderEliminarCiertamente, la opción del espacio y el tiempo es otro método, y muy válido. Porque, tenemos que confesar algo, aunque nosotros los tenemos colocados de distintas formas (algunos por nacionalidad del autor, y algún otro por orden alfabético), también tenemos algunos libros repetidos :) En realidad, la forma de colocar los libros no deja de ser otra forma de leerlos. ¡Gracias por visitarnos!
EliminarNo existe en tu orden y en tu biblioteca libros escritos por mujeres? O quizas tienes un estante en otro sitio donde las reunes a todas pero no las nombras?
ResponderEliminarNo creo que en este blog seamos sospechosos de no hablar de autoras literarias. Y por eso, no creo que le hayas echado un vistazo al resto del blog, porque entonces habrías visto nuestro concurso para identificar a diferentes autoras literarias, el especial de cuatro artículos sobre Marguerite Duras, o las muy numerosas reseñas de libros escritos por mujeres que hemos publicado, amén de que la mayoría de las que escriben en este blog son mujeres.
ResponderEliminarLos autores a los que se menciona en este artículo lo son casi de forma obligada. Desconozco si hay dos autoras que se lleven especialmente mal (o al menos de forma tan notoria como Vargas Llosa y García Márquez, por ejemplo), y del mismo modo desconozco si existen tan buenas relaciones como la de Monterroso y Cortázar entre dos grandes escritoras. Si están estos autores citados es porque de ese modo se entiende mucho mejor lo que se pretende transmitir en el artículo, no porque demos de lado a la autoras literarias.
Una cosa es defender la visibilidad de la mujer en todos los campos, y es algo que nosotros defendemos sin ninguna reserva, y otra acusarnos de no hacerlo porque en un artículo no mencionemos a ninguna mujer. Sería mejor informarse antes de criticar.
Y no, no hay un estante solo para mujeres, mejor intercalar sus libros entre los escritos por hombres.
Un saludo.
Me ha encantado el artículo, me reconozco en ese no saber cómo colocar los libros, cuando el espacio en estantes se acaba, hace años y medio en mi caso, pilas de libros sobre los muebles que van acaparando más y más espacio.
ResponderEliminarYo tengo estanterías para los favoritos, los que más me han gustado y, sobretodo, para los que están en lista de espera (que son muchos). El resto, se ordenan solos según el espacio disponible en la librería.
ResponderEliminarLa colocación por favoritos no es mala opción, Marta, sobre todo porque casi seguro que es también la estantería de las relecturas. Y lo de la lista de espera es un mal de todo lector, pero un mal que no duele nada :)
ResponderEliminarUn abrazo.