Los idealistas propugnaban que la realidad no existe, que no
hay más que infinitas realidades creadas por cada uno de nosotros. Cada uno
vivimos la nuestra y no hay entendimiento posible, a no ser que este tenga lugar a través de
la creación de símbolos ―el gran logro humano, que ha conducido al resto de
avances―. Por eso no podemos saber si el otro ve el mismo verde que nosotros o nos quiere
como nosotros a él, cosas de los qualia. La novela, París D.F. del joven
escritor mexicano Roberto Wong, ganador del premio Dos Passos a la mejor primera novela, rebate el idealismo. No podemos escapar de la realidad, que está ahí
afuera y es real como las balas, el tequila y las putas y permea en
nosotros con una intensidad capaz de devastar cualquiera de nuestras
esperanzas, cualquiera que sea nuestra realidad imaginada.
No hay ganadores ni perdedores en París D.F. Solo gente que
vive vidas corrientes en una realidad, la mexicana, la de Mexico D.F., repleta
de gente que amenaza a otra con pistolas, de gente que se pelea en las cantinas
y de putas conchabadas con policías, que a su vez reclaman mordidas por
cualquier motivo. La vida de Arturo, estudiante de Letras que trabaja en una
farmacia, cambia cuando un buen día un tipo atraca la farmacia y la policía lo mata
a tan solo un metro de donde él se encuentra. El sueño de Arturo es viajar a
París. El comienzo de la novela plantea lo que es su gran idea, la
superposición del mapa de París sobre el del D.F., de modo que cada calle y
cada edificio del D.F. tienen su correspondencia en París. Arturo vive en México D.F. pero camina por París, algo que le ayuda a desentenderse de la realidad
cotidiana, de sus deberes diarios, del asalto a la farmacia y de la muerte de
su madre. Y es que Arturo sabe que vive en un mundo anodino, que es un cero a
la izquierda («No participamos de grandes historias, Gonzalo. Somos lo
aburrido, somos lo que hay»), si bien sus amigos le reprochan su
idealismo, esa necesidad de evadirse de la realidad («Tu pedo es que siempre
estás en otro mundo. Piensas de más, todo lo ves como una puta historia, no te
dejas llevar. Si fueras una vieja seguro que no sabrías bailar.»). Arturo emprenderá
una búsqueda que no desvelaremos aquí, y a su vez alguien seguirá sus pasos recorriendo esos itinerarios trazados por Arturo en sus mapas.
El estilo de Wong es ágil, sin demasiados adornos, y
contiene una cierta música bien canalizada, sobre todo en los pasajes más
descriptivos, que preludia muy buenas obras por venir. La trama es en algunos
aspectos un tanto forzada, pero dado que se trata de un libro en el que
interesa más la atmósfera que lo envuelve ―el ambiente nocturno del D.F., la
autodestrucción imparable de Arturo― que la propia trama en sí, no es un mal
mayor.
No se entiende muy bien la selección de registros de
los personajes. El personaje de Noemí, una prostituta con la que Arturo se encontrará
varias veces, habla en algunos casos como lo hace Arturo, todo un estudiante de
Letras. No conocemos el pasado de Noemí, pero resulta extraño que en algunos
casos se exprese de un modo absolutamente formal y emplee palabras como heder, convulsionar o asueto, y sin embargo, unas páginas después
vemos que no conoce a Hemingway. Y más aún cuando Arturo charla con Gonzalo y Gema,
los otros dos compañeros de la farmacia, empleando la jerga del
D.F. La única explicación posible, si no se trata de un error, es que Noemí sea
también un producto de la imaginación de Arturo y que en realidad hable consigo
mismo, lo que nos conduce a las grandes virtudes del libro.
Entre lo mejor de la obra de Wong se encuentran su
estructura y su tono. La estructura es fragmentaria y alterna las voces
narrativas (yo, tú, él). Se alternan pasajes más descriptivos con diálogos que
muestran a las claras las voces del D.F. En los capítulos se cuelan
ensoñaciones, alucinaciones, diálogos, descripciones forenses, artículos periodísticos… Este conjunto da una idea de la versatilidad como escritor de Roberto Wong. Y por si esto fuera poco, también hay
saltos en el tiempo, hechos que se narran de pasada y a los que se vuelve desde otro punto de vista para mostrárnoslos con otros ojos. A
pesar de que la estructura muestre cierta complejidad, la novela se lee bien, sin
demasiados tropiezos, y eso es sin duda debido a la buena labor de Wong.
En el tramo final de la novela Arturo comprende que uno no
puede escapar de la realidad porque esta se le echa encima como un manto oscuro
y le impide ver otra cosa que no sea su interior, las causas que lo han llevado
a obrar como lo ha hecho. Pero no reniega de su actitud similar a la de los
situacionistas franceses, que veían en el espacio urbano una posibilidad de
generar arte a partir de esos recorridos azarosos que llevaban a coincidencias
y devenían en inspiraciones artísticas:
Sé que no fue vano tratar de reinventar una ciudad y volver a vivirla, salvarse así de lo ennegrecido cotidiano. En algún lugar, alguien tal vez recuerde esto, descubra los itinerarios y los publique. Me gustaría ver a hombres y mujeres persiguiendo fantasmas por la calle tras haberse revelado el azar, la certeza de repentinas proximidades y coincidencias alucinantes.
París D.F. es recomendable. A nivel literario presenta
muchas virtudes que nos hacen esperar futuras grandes obras de Roberto Wong y desarrolla un tema tan actual como el de la insoportable y cruel cotidianidad de las
grandes ciudades. Disfrutadla.
Autor: Roberto Wong
Editorial: Galaxia Gutenberg
Páginas: 200
Precio: 16,50 eur (cartoné)
Foto de Roberto Wong por Paul Simcock.
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