miércoles, 21 de enero de 2015

La invención de Morel, de Bioy Casares: el mejor Borges, sin serlo

Afirmaba Jorge Luis Borges que todas las teorías son legítimas y que ninguna tiene importancia; lo que importa es lo que se hace con ellas. También dice, en su prólogo del libro que nos ocupa, que no sería una hipérbole calificar su trama de perfecta. Y citar a Borges (o a Joyce, según qué casos) siempre proporciona una pátina de pseudoeficiencia erudita que balsamiza las neuronas del lector inquieto y con aura de culto. Vaya por delante y pidiendo disculpas por la estratagema.

La invención de Morel, cuya trama hemos dicho que califica Borges de perfecta, fue escrita por su coetáneo, Adolfo Bioy Casares, quien también escribió el relato «En memoria de Paulina», considerado por Jorge Luis como perfecto. Se ve que los dos portentos porteños se querían y mimetizaban.

Bioy Casares es a Borges lo que Wilkie Collins es a Charles Dickens: posiblemente (y solo posiblemente) tenga más talento el primero que el segundo, pero es este el que se lleva la gloria, el reconocimiento y los laureles. Si Collins escribió La piedra lunar, considerada la primera novela policíaca de la historia, que nada tiene que envidiar a ningún maravilloso lloriqueo filántropo de Dickens, Bioy Casares hizo lo propio con La invención de Morel, que quizá sea superior a cualquier laberinto borgiano, sin necesidad de tantos tigres, espejos, ni citas eruditas.

A diferencia de los dos británicos, los argentinos se llevaban a las mil maravillas, se influían mutuamente en un hermoso juego de talentos que, en cierto momento, les llevó a refundirse en un alter ego combinado, Bustos Domecq, quien adquirió vida propia y se dedicó a escribir relatos policiales de difícil digestión, salpicados de lunfardo y arrabales. 

La invención de Morel es una novela corta que no necesita una sola página adicional, pues ya señaló Wilde que quien precisa escribir novelas largas no sabe escribir. Su trama, trazada meticulosamente, va abriendo con lentitud un mapa isleño imaginario y el corazón del protagonista, llamado sucintamente el Fugitivo. 

El Fugitivo escribe un diario a partir de la llegada a la isla desierta ―su refugio y solitaria condena― de unos turistas. Él teme que estos puedan atraparlo o detenerlo, y por ello se esconde en los pantanos, mientras que los recién llegados viven en un museo en la cima de la colina, que era el alojamiento habitual del protagonista. Bioy desliza pequeñas pistas a lo largo de la historia: descubrimos que el Fugitivo es venezolano, que está condenado a vivir en la isla y vive convencido de que en ella existe una extraña enfermedad de tintes radioactivos.

Entre los turistas hay una mujer, Faustine, de quien, obviamente, el Fugitivo se enamora. El personaje de Faustine, está inspirado en la estrella del cine Louise Brooks, consagrada actriz del cine mudo. Conocemos su nombre a partir del otro personaje principal de la novela, Morel, un genio científico que charla con Faustine en francés. Morel es una claro homenaje al personaje análogo de La isla del doctor Moreau. Ambos personajes, al igual que el protagonista, ponen de manifiesto la influencia del cine en la novela fantástica hispanoamericana.


A pesar de los numerosos intentos del protagonista, ella parece, al igual que el resto de los turistas, ignorar su existencia. De forma abrupta, los turistas desaparecen sin dejar rastro de su presencia, como si nunca hubieran estado allí. Poco más tarde, reaparecen y reanudan sus actividades y conversaciones como si nunca se hubieran ido. Los peces muertos del acuario del museo vuelven a la vida, los turistas se quejan del calor a pesar del intenso frío, y en el cielo se observan dos lunas y dos soles. Tras debatirse entre innumerables teorías, el Fugitivo va poco a poco descubriendo la verdad, que no citaremos aquí.

La invención de Morel es, desde mi punto de vista, una gran metáfora acerca del amor, la soledad y la inmortalidad, tema que el autor comparte con su coetáneo y amigo, quien ya compuso su impagable tractatum Historia de la eternidad. Amor y soledad se utilizan en la novela como sinónimos grecolatinos de vida y muerte. El propio Fugitivo llegará a decir «Ya no estoy muerto, estoy enamorado». La inmortalidad es la invención de Morel propiamente dicha: la inmortalidad de la consciencia, que no la de la burda imperdurable forma física.

La obra supuso el reconocimiento internacional, aunque sobre todo americano, del talento de Adolfo Bioy Casares, e influyó en las obras de Borges, Octavio Paz y Alan Moore, quien citaría la isla en su novela gráfica La liga de los caballeros extraordinarios. También cabe destacar las alusiones veladas y ciertos paralelismos entre La invención de Morel y la serie televisiva Perdidos: soledad, irrealidad, una isla cuyas localizaciones vamos descubriendo poco a poco, inmortalidad o transitoriedad de las acciones, enfermedades misteriosas y personajes fantasmagóricos que parecen ignorar la existencia del resto de los habitantes de la isla. Es más, Sawyer, el simpático chovinista de la serie, aparece leyendo el libro en la cuarta temporada de la serie.


Título: La invención de Morel
Autor: Adolfo Bioy Casares
Editorial: Alianza
Páginas: 160
Precio: 7,55 eur bolsillo

También hay edición de Cátedra. 




Reseña por Cayetano Gea Martín. 

Si quieres saber más sobre Bioy Casares, aquí hicimos un breve repaso a su bibliografía.

1 comentario:

  1. Una obra redonda y enigmática. Y un buen comentario de la misma.
    Un abrazo.

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