miércoles, 24 de diciembre de 2014

La comemadre, de Roque Larraquy: la ética, la trascendencia y la buena literatura

Hay sensaciones muy agradables que nos son propias a los que somos lectores o, como mucho, a los que aprecian la música o las artes plásticas. Una de ellas es la del descubrimiento de un nuevo autor al que nunca habíamos leído, una de esas voces que sabemos, tras un par de páginas leídas, que posiblemente va a dejar una muesca en nuestra experiencia lectora. Esa sensación es impagable y nos arrastra a la vorágine de la lectura para tratar de comprobar si después de unos cuantos libros vuelve a reproducirse, heroína lectora pura y directa al seso.

Roque Larraquy es argentino, es guionista de cine y televisión y profesor de Diseño Audiovisual. Y es, además, un gran escritor. En el año 2010 publicó la que fue su primera obra, La comemadre, que nos ha llegado hace un par de meses de la mano de una nueva colección de la editorial Turner que, si conserva el ojo que ha tenido en este caso, conseguirá mantenerla durante mucho tiempo. Por cierto, interesante el diseño de la faja de los libros de la colección, un aire nuevo en el diseño de los libros que se agradece.

La comemadre tiene dos partes bien diferenciadas, «1907» y «2009», que si bien narran dos tramas distintas, mantienen un tema común y algunos hilos que relacionan ambas historias, aunque de una forma un poco forzada.

La primera historia, la que sitúa en 1907, narra la experiencia que llevan a cabo los médicos de un sanatorio de Temperley a instancias de su dueño, el señor Allomby, quien, fascinado por el relato de los verdugos franceses que accionaban la guillotina, cree que es posible demostrar empíricamente la permanencia de la conciencia durante nueve segundos en la cabeza recién cortada del ajusticiado. Para ello publicitan un suero milagroso que curaría el cáncer, que no es más que una treta para atraer clientes y llevarlos hasta un estado en el que estén desahuciados y poder proponerles la idea de dejarse decapitar y servir para sus fines científicos. El protagonista es Quintana, un médico que, por amor a la enfermera jefe, una mujer de la que únicamente sabe que vive en el sanatorio y que cada día dedica cinco minutos a fumar un cigarrillo, se entregará a la demente ocurrencia del dueño del sanatorio.

La segunda historia se centra en el año 2009, en la que un artista que fue un niño prodigio, decide llevar a cabo obras cada vez más arriesgadas, más polémicas y dementes, que llevan las consecuencias del arte como espectáculo hasta sus últimas consecuencias. Para ello contará con la ayuda de un doble que compartirá sus inclinaciones artísticas. Al final del relato se descubren algunas relaciones con miembros del equipo médico del sanatorio de Temperley que no desvelaremos aquí.

Ambos relatos (o, lo que es lo mismo, la novela) reflexionan sobre la ética en el mundo de la ciencia y en el arte partiendo del discurso de ambas disciplinas y tomando como referencia su aplicación sobre el cuerpo humano. En el primer caso es obvio que las consecuencias de la experimentación devienen en la muerte de individuos inocentes en favor de unos objetivos que desde el principio entendemos que son espurios. Sin embargo, esa visión del positivismo está ya desactualizada, y los científicos hoy día no se comportan de ese modo. La ciencia avanza, pero son los gobiernos (y los pueblos) los que deben decidir qué uso se da a los avances científicos (¿fabricamos armas biológicas o vacunas? ¿Creamos clones para hacernos con un ejército de superhombres o nos dirigimos hacia la terapia génica?). En el segundo caso tampoco se trata de algo intrínseco a la actividad artística, sino al entorno que la rodea, a esa banalización del arte (aunque el arte debe ser siempre banal, en cierto sentido) sobre todo en esa deriva hacia lo monetario, a crear polémicas por un afán meramente publicitario, sin un armazón teórico, artístico o político que las sustente.

También hay una cierta reflexión sobre la trascendencia y cómo alcanzarla, ya sea a través de la ciencia, propósito que se abandonó hace ya tiempo (aunque algunos sigan empeñados en explicar esa trascendencia agarrándose a conocimientos científicos que nada dicen sobre ella) o del arte, que ha sido una de las vías principales tradicionales para alcanzarla, si bien en el último siglo y tras la irrupción de las vanguardias esas pretensiones se vieron quizá también mermadas en favor de una mayor tecnificación de la expresión artística y de una búsqueda de la fama que apenas comparte nada con la idea de trascendencia (o, tal vez, sea ese ahora el concepto adecuado para la trascendencia).  

Pero no hemos podido evitarlo. No tendemos a ver intenciones políticas en todos los escritos. Ni siquiera tendemos a analizarlos de un modo político porque a veces los textos salen mal parados de esas interpretaciones y otras, las más, son las ideologías las que contaminan de forma irreversible las interpretaciones. Sin embargo, en este caso no podemos evitar ver una historia subrepticia de la dictadura argentina. Posiblemente ni siquiera sea algo intencionado ni consciente por parte de Larraquy y sea producto de nuestra imaginación, pero hay ciertos elementos, ciertos señuelos a lo largo del texto que nos hacen pensar de ese modo:

¿Por qué piensa que siguen existiendo, si son inferiores a nosotros? Es un tema de adaptación: ellos hacen»; «Estas normas y otra de naturaleza más sutil son transmitidas por los verdugos a sus hijos, a modo de instrucción para la futura tarea. El secreto los regocija en tierna complicidad, y se repite de generación en generación como el hábito negro. 

Después está la espiral de muerte, cada vez involucrando a un mayor número de pacientes, en busca de unas palabras que justifiquen la muerte (¿confesiones?) y el método empleado para tratar de deshacerse de los cadáveres, algo que no deje rastros. En este caso será la comemadre, una planta que genera unas larvas que se alimentan de la propia planta.

Alejémonos de las interpretaciones y centrémonos en el estilo. Es magnífico. Larraquy emplea frases cortas y certeras, en las que se puede intuir el trabajo de selección arduo y minucioso, para llegar a una economía de la palabra y de los recursos muy inteligente que consigue una asombrosa capacidad para abarcar todo lo necesario para la narración. Por otro lado, los diálogos son fluidos y mordaces, aunque solo están presentes en la primera parte de la obra. Y, por último, el humor también muy presente en la primera parte de la obra (en la segunda tiende mucho más al humor negro), que es una de esas características que en este blog siempre consideraremos como virtudes capitales en una obra.

Se trata, por tanto, de una primera obra muy prometedora, que nos ha dejado un muy buen sabor de boca y por eso esperamos con muchas ganas la publicación de su segunda obra que ya se ha publicado en Argentina y que lleva por título Informe sobre Ectoplasma animal. Venga, gente de Turner, que ya estáis tardando.     


Título: La comemadre
Autor: Roque Larraquy
Editorial: Turner
Páginas: 160
Precio:  11,90 eur (rústica); 5,69 eur (ebook)






Fotografía tomada de www.niapalos.org

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