lunes, 22 de diciembre de 2014

El libro digital (I): los índices de lectura

En esta serie de apuntes trataremos de analizar la irrupción del libro digital, que es ya una realidad, y a la que las editoriales tendrán que hacer frente más pronto que tarde. Lo que pretendemos con estos apuntes es analizar de forma más o menos profunda la situación, centrándonos en algunos de los aspectos que nos parecen más importantes, tanto para la implantación del libro electrónico, como para el futuro de la edición y las acciones que tendrán que llevar a cabo las editoriales si no quieren verse arrastradas por la marea.  

Comenzaremos hoy con el problema inicial: los índices de lectura, que es uno de los factores limitantes del tamaño del mercado del libro y cuya modulación será muy importante para copar el mercado del libro electrónico. 

Los índices de lectura en España son bajos, por mucho que las encuestas anuales, como la que mostramos en forma de gráfico, se empeñen en decir lo contrario. No llegamos a la media europea, que está en torno al 70 % en lo que a la lectura de libros se refiere, y en esos índices de lectura totales en España entran acciones como leer el Marca por la mañana mientras nos tomamos el café, y todo ello, además, con una periodicidad trimestral. Y es que una cosa es decir que se lee, y otra muy distinta la calidad de esa lectura. No solo nos referimos a la calidad en términos literarios o de contenidos, sino, más importante aún, a la calidad de lectura en cuanto a su comprensión y a la atención que le prestamos. 

A nadie se le escapa que no se acomete del mismo modo la lectura de una novela, que la de un manual científico, que la de una página web o la de un periódico o una revista. A los datos nos remitimos. En el Programa Internacional para la Evaluación de la Competencia de los Adultos (PIAAC, por sus siglas en inglés), más conocido como el informe PISA para adultos, que se presentó el año pasado, se mostró que en España la comprensión lectora deja mucho que desear. Tan solo un tercio de la población sería capaz de comprender textos de cierta complejidad y extensión, como una novela. Y solo el 5 % de los españoles alcanza los niveles 4 y 5 en comprensión lectora, cuando la media de la OCDE es del 12%. Es obvio, por tanto, que si la comprensión lectora es baja, eso no ayuda a que haya altos índices de lectura, ya que su disfrute está menoscabado por la limitación lectora. 

Ahora bien, ¿qué razones se dan para justificar la no lectura? Analicemos la siguiente gráfica: 

La respuesta más habitual es la falta de tiempo. En ello influyen el tiempo que se dedica al trabajo y a la familia. En nuestra opinión, hay un sesgo en esta pregunta. Creemos que un cierto porcentaje de esta respuesta pertenece a la respuesta «No le gusta leer / No le interesa», pero el prestigio del que goza aún la lectura de libros, especialmente entre las personas mayores de 35 años, hace que los encuestados tiendan a decantarse por la respuesta de la falta de tiempo. Si a esto añadimos que el 21 % de personas que leen ocasionalmente o no leen afirman preferir otras actividades, nos lleva a que entre los lectores ocasionales o que no leen en absoluto hay un porcentaje pequeño, quizás solo un 20 %, al que aún puedan dirigirse las editoriales para tratar de venderles un libro, y solo muy de vez en cuando. 

Otra cuestión en torno a los índices de lectura que interesa mucho en los últimos años es la del soporte de lectura, por aquello del supuesto enfrentamiento entre el papel y el formato digital, que a nosotros nos parece una dicotomía fuera de lugar, y de la que hablaremos en futuros apuntes.  Pero fijémonos en el gráfico:

En torno al 58 % de la lectura se realiza ya en digital, según esta encuesta. Ahora bien, volvamos a la cuestión que nos ocupaba antes acerca de la calidad de la lectura y de los datos que se incluyen en esta encuesta. Seguramente el dato más interesante de la gráfica es el que compara la lectura de libros: un 63 % lo hace en papel y un 12 % de estos dice hacerlo en formato digital (que, probablemente también lo compaginarán con la lectura en formato papel). Ese 58 % del total está hasta cierto punto alterado por el hecho de que no existe, por ejemplo, una alternativa en el caso de las webs y los blogs, donde la lectura suele ser más bien «saltatoria». Es, desde luego, otra forma de lectura que habría que saber compatibilizar con la lectura más sosegada y atenta que exigen los libros con texto corrido, pues si no corremos el riesgo de que se pierda aún más en comprensión lectora.  

Otro dato interesante es que en 2011 un 10% de la población declaraba poseer un e-reader, aunque solo un 6,6 % decía usarlo. Esto nos lleva a que el e-reader se está empleando aún como regalo, pero su utilidad está aún en el limbo, ya que muchos usuarios no saben todavía cómo descargar libros o no saben apenas manejarlo. A ello se unen la diversidad de formatos y la deficiente maquetación de los textos en las pantallas. Otros usuarios lo han probado, pero lo utilizan solo raramente porque siguen prefiriendo la lectura en papel. Veamos el siguiente gráfico: 


Parece que el principal problema en el porcentaje de lectores en formato digital está en el acceso de las personas de diferentes edades a las tecnologías, no tanto en cuanto a la posibilidad de comprar los dispositivos o los libros, sino a la capacidad de interacción con ellos. La gráfica superior muestra claramente que cuanto mayor es la edad, menor es el porcentaje de personas que declaran leer en formato digital, por tanto, aún queda mucho para facilitar el acceso a todos los lectores a las nuevas tecnologías.  

Por último, ¿en qué formato se prefiere leer en diferentes situaciones?  


El dato más interesante de este gráfico es el de la lectura con niños. Los padres siguen prefiriendo la lectura en papel, por mucho que sus hijos sean ya nativos digitales y prefieran los soportes en pantalla. Ya hablaremos en futuros apuntes de este concepto del nativo digital, que nos parece un tanto erróneo, pues una cosa es manejar la tecnología y otra saber emplearla adecuadamente, es decir, de forma eficiente. 

Estos datos están muy bien, pero ¿qué puede hacerse para modificar los índices de lectura? Si nosotros tuviésemos las respuestas, correríamos al ministerio de turno como locos para ofrecerlas. Como no es así, tan solo propondremos algunas soluciones que, creemos, podrían ser útiles y establecemos un papel preponderante de las editoriales en el fomento de la lectura porque son los agentes más interesados en que se vendan libros. También lo son, obviamente, los libreros y los distribuidores, pero los que hacen la apuesta económica y ponen los libros en el mercado son las editoriales, por lo que son ellas las que deberían llevar, a nuestro juicio, la bandera del fomento de la lectura, por mucho que después el gobierno de turno pueda colgarse medallas de resultas de una buena estrategia. 

Incrementar la visibilidad de la literatura en los medios de comunicación, especialmente en la televisión y la radio. Es inconcebible que habiendo un grupo mediático como el grupo Planeta, que tiene además una televisión y periódicos, no ponga sobre la mesa propuestas culturales en las que el libro cobre protagonismo. 

Las editoriales deberían implicarse más en el fomento de la lectura, mediante el mantenimiento de determinados clubes de lectura, al menos aquellos propuestos desde las bibliotecas públicas, de modo que las subvenciones públicas que reciben algunas de ellas tengan un retorno sobre la sociedad.

Aumentar la presencia de las editoriales en el ámbito escolar, mediante la visita de autores y editores que fomenten el valor de la lectura y de los libros. Nos contaba hace tiempo un editor que todos los años acudía a los colegios y, junto con los alumnos, destrozaba un libro y con ello les iba mostrando las partes del libro. Cuando algo se conoce, se tiene más en cuenta.  

Mejorar la oferta de contenidos digitales. Esto es especialmente importante para las editoriales medianas y pequeñas. Les guste o no, se va a producir una cambio en la tendencia de lectura hacia lo digital de aquí a quince a años y el mercado del libro de papel se va a ver cada vez más reducido. Una forma de fomentar la lectura entre los más jóvenes es facilitarles el acceso a libros en el soporte que para ellos es más natural. 

Realizar ofertas personalizadas. Las editoriales deberían plantearse un replanteamiento del precio fijo del libro para poder ser más flexibles en la personalización de las ofertas. Por ejemplo, rebajar el precio a estudiantes o parados.

Las  editoriales deberían también plantearse estrategias conjuntas de fomento de la lectura con el correspondiente ministerio y participar en las campañas de fomento de la lectura.

Las que más tienen que perder en este panorama de bajos índices de lectura son, por tanto, las editoriales. No olvidemos que el nivel de alfabetización de la población española es ya prácticamente del 100 %. Por eso, lo que hay que hacer es mostrarse como una alternativa atractiva frente a esas otras formas de ocio que compiten con el libro y que hoy dominan el mercado y son muy potentes a nivel económico. Nos referimos aquí a aquellas formas de lectura que suponen ocio (literatura, ensayo literario, divulgación científica, etc.), ya que la edición dedicada a colectivos profesionales tiene ya un público cautivo al que los índices de lectura le son indiferentes. 

No se trata de la lucha del libro de papel frente a los soportes audiovisuales (Internet, redes sociales, videojuegos…) sino de integrar el libro (también en formato digital) en la vida de los ciudadanos, hacer que ese prestigio del que aún goza, se traduzca en lectura. En ello tiene que ver también el tratamiento en las aulas de la literatura, que tiene más que ver con la adquisición de contenidos que con la comprensión y disfrute de la lectura, lo que es un error mayúsculo, porque a menudo aleja al alumno del mundo de los libros, sobre todo en una edad, la adolescencia, donde se tiende a abandonar la lectura y solo un porcentaje muy reducido de ellos vuelve a retomarla algunos años más tarde.    

Y a vosotros, ¿se os ocurren otras formas de incrementar los índices de lectura? ¿Son recuperables ya? ¿Qué papel deben desempeñar en ello las editoriales y los demás agentes de la cadena del libro? ¿Se toman las medidas suficientes para fomentar la lectura? ¿Y entre los adultos, sería posible hacerlo? Esperamos vuestras respuestas para tratar, entre todos, de buscar algunas soluciones.

La fuente de los gráficos, salvo que se indique lo contrario, corresponde al informe de Hábitos de lectura y compra de libros en España en 2012. 

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