lunes, 3 de noviembre de 2014

Mi romance, de Gordon Lish: el discurrir de un discurso


¿Qué pensarían de un tipo que se sube al estrado en un congreso sobre literatura, dice que no va a hablar de libros y comienza a revelarles sus aventuras con el alcohol y sus problemas de psoriasis? ¿Qué pensarían de ese tipo si les dice que va a contarles una novela, una novela light, que acaba de improvisar mientras esperaba a que todo diese comienzo, o en el transporte (que no lo recuerda). Una novela (light, dice) cuyas partes son «El reloj», «El aceite», «El Crosley» y «La sala», y con el título de Mi romance? ¿Qué pensarían de ese tipo que les habla del reloj de su padre, de cómo lo consiguió, de cuál fue la relación con él y su disposición a vendérselo al mejor postor una vez concluya el discurso? ¿De un tipo que les habla del aceite mineral Rite-Aid que utiliza para tomar sus baños de sol, y de su ropa tan holgada; de una nevera Crosley que había en casa de uno de sus tíos que se moría de cáncer, asistido por una enfermera mucho más alta que toda su familia; que les habla de una oficina desde la que una empleada le veía tomar el sol? ¿Qué pensarían de un tipo así si no se llamase Gordon Lish, editor de Esquire o Alfred A. Knopf y autor de libros como Perú?

A pesar de la apariencia banal de estas historias con las que nos entretiene este hombre bajito —de ropa holgada y zapatos con tacones—, tras ellas se esconden su relación con la muerte y sus familiares: la relación con su mujer, con su padre y con su madre, con sus tíos, y por supuesto, algunas otras que no vamos a descubrir.

Gordon Lish, a través de un narrador con el que comparte nombre, editor de las mismas editoriales, y escritor de los mismos libros que el autor, juega, como lo hacía en Epígrafe, con la confusión entre realidad y ficción, un recurso que no es ni mucho menos novedoso, pero que promueve en el lector el interés por descrubrir qué parte pertenece al autor y cuál a la historia inventada. Gordon Lish emplea también otros dos recursos que resultan muy eficaces: las reiteraciones de frases e ideas (aunque a veces casi llega a abusar de ellas), y la redacción de la historia en un solo párrafo, sin capítulos, sin puntos y aparte. Ambos recursos crean la impresión en el lector de que se encuentra ante un verdadero monólogo improvisado.

Hemos de reconocer que nos costó decidirnos a comprar este tercer libro que Periférica ha publicado de Lish porque, tras leer Perú (donde hablamos de él aquí, de ese libro con mayúsculas) y lanzarnos posteriormente sobre Epígrafe, este último nos dejó un mal sabor de boca (también hablamos de él aquí), porque a pesar de tener un inicio prometedor, por lo irónico y cáustico que resulta, va perdiendo brillantez: es un libro que va de más a menos. Por tanto, tras leer cómo estaba planteado Mi romance, pensábamos que iba a estar más cerca de Epígrafe que de Perú, y no nos equivocamos, ya que Mi romance es un libro personal y autobiográfico, pero por contra es un libro que mantiene un brillo constante de principio a fin. Así que, no nos queda más opción que dar nuestra enhorabuena a Periférica por haber publicado este magnífico libro de Gordon Lish, y que nos lo haya descubierto no solo como el gran editor que es, sino como un autor de grandes textos.


Título: Mi romance
Autor: Gordon Lish
Traductor: Juan Sebastián Cárdenas
Editorial: Periférica
Páginas: 144
Precio: 16,00 eur (rústica)

3 comentarios:

  1. Pensaría que una cosa es ser escritor y otra ser orador, comunicador o entretenedor de masas. Hay gente que domina muy bien el escenario y los auditorios y no sabe coger un lápiz. Si oyes hablar a nuestro "Cortázar español", a Juanjo Millás, en un primer momento crees estar ante un hombre con dificultades para la oralidad. Luego te das cuenta que lo que dice es interesante aunque hable un poco a trompicones. También hay poetas que no saben leer sus poesías. Mejor juzgar a los escritores por lo que escriben.
    Un saludo.

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  2. Respuestas
    1. Uno de los atractivos que tiene «Mi romance» es cómo consigue Gordon Lish la apariencia de encontrarnos ante el discurso oral de una persona a través de recursos escritos. Es algo que, a priori, si uno se plantea jugar a hacer algo similar parece asequible, pero después de unas líneas no lo es tanto (lo hemos intentado y el experimento no ha salido muy bien). Incluso el propio Lish a veces roza el abuso de estos recursos, que al final consigue bordear (¡maldito Lish por ser tan bueno!). Supongo que llegar a abusar tangencialmente de dichos recursos forma parte del juego del propio autor. Desde luego, es un libro interesante no solo por el contenido, sino también para ver algunos recursos literarios.

      Pero sí, estamos de acuerdo contigo, Cayetano, hay escritores que no son grandes oradores, lo cual no implica que sean grandísimos en lo que realmente saben hacer, que es escribir.

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