jueves, 13 de noviembre de 2014

Entrevista: Cristina Núñez o la corrección entendida como una de las bellas artes

Cuando decidimos poner en marcha este blog, lo primero que teníamos claro ―quizás lo único que teníamos claro― era que queríamos dar cabida en él a todas aquellas personas que están, de un modo u otro, implicadas en la realización de un libro. Una de esas piezas fundamentales que nos faltaba era la del corrector. Y quién mejor, nos dijimos, que Cristina Núñez, una correctora magnífica y que además es una docente extraordinaria en ese arte que es la corrección. La academia Cálamo & Cran, donde ella imparte clases (hemos tenido el privilegio de ser sus alumnos), nos cedió muy amablemente una de sus aulas para preguntarle algunas cuestiones acerca de la corrección de textos y sus alrededores. Leed muy bien lo que dice, y eso nuevo que se aprende cada día tomadlo hoy de esta entrevista.

P: Cuando un lector se enfrenta a la lectura de un libro, siempre sabe que detrás hay un autor porque el nombre que figura en la cubierta es el de ese autor, a veces sabe que hay un traductor, e incluso en algunos casos, raros, saben que detrás hay un editor, pero lo que no suelen sospechar es que hay muchas más personas involucradas en la producción de un libro, y entre ellas está la figura del corrector. Por tanto, tú que eres correctora, ¿cuál dirías que es la función de un corrector?

R: La función de un corrector es precisamente que el lector no se acuerde de que existe un gran proceso detrás porque el corrector trata de facilitarle el acceso al texto. En un texto hay muchos recursos que, si están bien utilizados, a nosotros, como lectores, pueden darnos información sobre el texto y ayudarnos a navegar por él. En cambio, si están mal empleados, pueden provocar una serie de baches que hacen que nos atasquemos e incluso nos quedemos perplejos ante el texto. Por tanto, un corrector vela por que el libro no tenga erratas ni elementos que susciten perplejidad. El corrector trata de eliminar los errores que se pueden haber generado en el proceso de edición y vela además por unificar ciertos recursos, como las cursivas, las comillas, las rayitas de los diálogos… Y el secreto del buen funcionamiento de estos recursos  es que el lector no los perciba, sino que cumplan su función de ‘ayudantes en la lectura’. Por ejemplo, cuando alguien va en coche no se da cuenta de que las señales están bien puestas, pero cuando están mal sí que lo hace, y de pronto se ve pensando que tendría que haber girado a la derecha o tomado otra salida… El corrector, por tanto, es un ayudante anónimo del lector.


P: Hay dos tipos de corrección, ¿no?: una corrección de estilo y otra ortotipográfica...

R: En realidad correcciones hay más, pero las que nos atañen a efectos de presentación del texto, primordialmente, son estas dos. Antes pueden hacerse otras, como corregir el contenido, la orientación o la perspectiva del texto. Pero en cuanto a la lengua, hay una corrección de estilo, que vela por que el uso de las palabras sea el adecuado, que no se empleen falsos amigos, o palabras imprecisas, que no se caiga en repeticiones excesivas que generen monotonía o cacofonías. Además, busca que haya un equilibrio en los párrafos, que las ideas se presenten de forma coherente y estén bien trabadas, e incluso su labor puede ayudarnos un poco más si pone unas miguitas que te ayudan a saber que una idea que aún no conoces se contrapone a la anterior. Ahí es donde el corrector de estilo dice: vamos a poner un «sin embargo», que esto le dará una pista al lector de cómo está construido el texto.
Después viene la labor del corrector ortotipográfico, que vigila que no haya quedado ningún error o errata por el camino y que se fija en otro nivel diferente al del corrector de estilo, pues este está más atento a verificar que aquello que quiere decir el texto es lo que realmente dice, o si aquello que dice se entiende bien. El corrector de pruebas eliminará erratas y prestará atención a los recursos de los que hablábamos antes, como la cursiva, las comillas o, incluso en algunos libros, el color (por ejemplo, en libros ilustrados), o que los pies de foto se corresponden con las imágenes a que se refieren. Esta labor es muy importante, de hecho me he encontrado en periódicos con fallos de este tipo. Por ejemplo en un periódico vi un pie en el que se leía: «Aquí va el pie de foto».


P: Por tanto, sabiendo la labor tan importante que desarrolla un corrector, todos los libros que se publican deberían pasar por uno antes de publicarse.

R: Si lo que el editor quiere es un lector satisfecho y que le saque el máximo provecho a lo que lee, ya sea para disfrutar o para estudiar, sin duda lo necesita. Pero es que además, si lo que el editor quiere es realzar al autor al que está publicando, apoyar su trabajo y respaldarlo, creo que recurrir a un corrector es una buena forma de hacerlo.


P: Hoy día, ¿crees que se recurre lo suficiente a los correctores?

R: Creo que no. No sé si antes el mercado estaba así o no, pero ahora desde luego no se corrigen los textos lo suficiente. Hay que partir de la idea de que corregir un texto no es cambiarle su contenido. Creo que todos los textos deberían pasar por una corrección porque nunca hace daño que otra persona lea un texto, y menos si es una persona versada en la materia y que conoce este oficio. Entiendo que hay tipos de texto en los que es más difícil recurrir a un corrector, como en las noticias digitales, donde lo que impera es la primicia, el informar cuanto antes. No obstante, algunos alumnos míos sí que se quejan de que en otros tipos de escrito ha habido una merma en la calidad. Yo sé que se podría recurrir más a la corrección porque vivo rodeada de cosas que, desde el punto de vista lingüístico, son mejorables (risas) y es que a veces quienes publican textos (y pensemos que hasta el envoltorio más pequeño ya lleva una cierta cantidad de texto) no se dan cuenta de lo mucho que beneficia la figura del corrector a la calidad del texto.


P: Durante la crisis económica, ¿crees que, por un lado, se ha reducido la contratación de correctores y que además ha habido una merma en los sueldos que reciben?

R: Yo no he visto merma en el pago ―hablo de mi experiencia―, ya que eso solo me ha ocurrido en un caso. Sin embargo, creo que sí existe la opinión de que, en ocasiones, la corrección de estilo no es necesaria. Imaginemos una editorial que va a publicar una novela de un autor joven que tiene cierta calidad, ¿por qué iba a pensar el editor que esa obra necesita una corrección de estilo? Si uno investiga más a fondo acerca de qué es la corrección de estilo, puede ver que aunque ese autor sea una joven promesa, esa corrección no le vendrá mal porque el propio autor puede estar muy pendiente de su historia y no caer en la cuenta de que en un verbo necesita una preposición o de que, en ocasiones, repite demasiado algunas palabras. El corrector puede subsanar eso fácilmente y el lector no tropezará con estos pequeños deslices.


P: Como curiosidad, ¿cuáles dirías que han sido los fallos más gordos que te has encontrado por ahí, ya sea como correctora o como paseante con ojo de correctora?

R: Una curiosa fue cuando murió Mandela. Publicaron un titular enorme que decía: «Muere, Mandela», con esa coma asesina que me pareció grave. Esta errata, un corrector ortotipográfico, que actúa como un coche escoba y barre esas comas improcedentes, la habría eliminado. Y luego, otra que vi en un libro que me hizo mucha gracia era una errata aparentemente inofensiva en un pie de foto que decía: «El conductor se salvó de puto milagro». O, en el metro de Madrid puedes encontrar de todo, desde el mal uso de la puntuación hasta esa cosa rimbombante de «va a efectuar su entrada en la estación», que dices, ¿no puede entrar simplemente el tren? No, tiene que efectuar su entrada (risas).


P: Como profesora de corrección, ¿cuál es tu experiencia? ¿Hay mucho interés por formarse en la corrección de textos?

R: En general hay un gran interés por la lengua y, de hecho, hay algunos alumnos que sí que vienen con la conciencia de que quieren ser correctores, pero la mayoría vienen porque consideran que el curso de corrección les ayudará a escribir y a expresarse mejor. Aunque los cursos no están orientados únicamente a eso, sino a darles todos los elementos para poder desarrollar el oficio de corrector, cuando empiezan a venir a clase su principal motivación es asegurarse de que ciertas cosas son correctas. Pero después les entra el gusanillo de la corrección porque se dan cuenta de que es un campo amplísimo, que abarca cuestiones lingüísticas (tildes, significados, signos de puntuación) y otras de diversas índole (uso de cursivas, distribución del espacio en la página, etc.). Además, puedes convertir la corrección en tu manera de ganarte la vida. Por eso lo que suelo ver es que muchos alumnos vienen muy ilusionados y que esa ilusión no solo no se apaga, sino que se enriquece y cobra otras dimensiones inesperadas. 

Cristina Núñez es correctora y profesora de los cursos de corrección profesional y corrección de estilo en la academia Cálamo & Cran.

5 comentarios:

  1. Muy interesante. Está bien traer al frente a estas personas que trabajan en la sombra pero fundamentales para encontrarnos con productos de calidad. Yo por ejemplo nunca había pensado en la figura del corrector tal como es hasta leer esta entrevista.
    He aprendido algo nuevo hoy, si ;-)

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  2. Nos alegramos, porque ese es el objetivo, que se conozcan todos los profesionales (son muchos) que hay detrás de un libro hasta que llega hasta nuestras manos de lectores.

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  3. Muchas gracias a Cálamo y Cran por la labor que hacen y muchas gracias a Libros, Instrucciones de Uso por aportar toda esta información maravillosa que empapa el mundo de los libros.
    Un abrazo grande,
    Cristina

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  4. Excelente entrevista. Muchas gracias por valorar nuestro trabajo y muchas gracias a Cristina por explicarlo tan bien.

    Me gustaría apuntar que los libros no solo necesitan un corrector, sino que necesitan, por lo menos, dos correcciones; una de estilo (en el original) y otra de ortotipografía (ya con el libro compaginado).

    El procedimiento habitual hasta no hace mucho era que en un libro sin complicaciones se hicieran tres correcciones; a las dos citadas se añadía una más ortotipográfica, en la que se comprobaba que se hubiera hecho todo lo que se había indicado en la anterior y se revisaban, una vez más, posibles erratas y errores. A todo eso se añadía que el editor leía el libro antes y después de cada una de esas intervenciones para detectar dificultades, solucionar incoherencias o problemas de contenido y de forma, y establecer criterios e instrucciones para los correctores. Y ese proceso era así de largo no por el capricho de perder tiempo y dinero, sino porque era necesario para darle cierta calidad al libro (a cualquier texto), de manera que cuando se eliminan pasos lo que se resiente es el libro; y el perjudicado es el lector.

    Un saludo,

    Pilar

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  5. Gracias, Pilar, por aportar esa información. Es cierto que cada vez se tiende a reducir más el coste del libro y se prescinde demasiado habitualmente de la figura del corrector y por eso pasa lo que pasa, que algunas de esas editoriales que uno tenía por serias están ahora empezando a sacar algunos libros de dudosa calidad o, al menos, no a la altura a la que nos tenían acostumbrados, lo que no quita para que otras sigan haciendo las cosas muy bien.

    Eso sí, lo de incluir tres correcciones, hoy día es una entelequia.

    Un saludo

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