Cuando decidimos poner en marcha este blog, lo primero que teníamos claro ―quizás lo único que teníamos claro― era que queríamos dar cabida en él a todas aquellas personas que están, de un modo u otro, implicadas en la realización de un libro. Una de esas piezas fundamentales que nos faltaba era la del corrector. Y quién mejor, nos dijimos, que Cristina Núñez, una correctora magnífica y que además es una docente extraordinaria en ese arte que es la corrección. La academia Cálamo & Cran, donde ella imparte clases (hemos tenido el privilegio de ser sus alumnos), nos cedió muy amablemente una de sus aulas para preguntarle algunas cuestiones acerca de la corrección de textos y sus alrededores. Leed muy bien lo que dice, y eso nuevo que se aprende cada día tomadlo hoy de esta entrevista.
P: Cuando un lector se enfrenta a la lectura de un libro,
siempre sabe que detrás hay un autor porque el nombre que figura en la cubierta
es el de ese autor, a veces sabe que hay un traductor, e incluso en algunos
casos, raros, saben que detrás hay un editor, pero lo que no suelen sospechar
es que hay muchas más personas involucradas en la producción de un libro, y
entre ellas está la figura del corrector. Por tanto, tú que eres correctora,
¿cuál dirías que es la función de un corrector?
R: La función de un corrector es precisamente que el lector
no se acuerde de que existe un gran proceso detrás porque el corrector trata
de facilitarle el acceso al texto. En un texto hay muchos recursos que, si
están bien utilizados, a nosotros, como lectores, pueden darnos información
sobre el texto y ayudarnos a navegar por él. En cambio, si están mal empleados,
pueden provocar una serie de baches que hacen que nos atasquemos e incluso nos
quedemos perplejos ante el texto. Por tanto, un corrector vela por que el libro
no tenga erratas ni elementos que susciten perplejidad. El corrector trata de
eliminar los errores que se pueden haber generado en el proceso de edición y
vela además por unificar ciertos recursos, como las cursivas, las comillas, las
rayitas de los diálogos… Y el secreto del buen funcionamiento de estos
recursos es que el lector no los
perciba, sino que cumplan su función de ‘ayudantes en la lectura’. Por ejemplo,
cuando alguien va en coche no se da cuenta de que las señales están bien
puestas, pero cuando están mal sí que lo hace, y de pronto se ve pensando que
tendría que haber girado a la derecha o tomado otra salida… El corrector, por
tanto, es un ayudante anónimo del lector.
P: Hay dos tipos de corrección, ¿no?: una corrección de
estilo y otra ortotipográfica...

Después viene la labor del corrector ortotipográfico, que
vigila que no haya quedado ningún error o errata por el camino y que se fija en
otro nivel diferente al del corrector de estilo, pues este está más atento a
verificar que aquello que quiere decir el texto es lo que realmente dice, o si
aquello que dice se entiende bien. El corrector de pruebas eliminará erratas y
prestará atención a los recursos de los que hablábamos antes, como la cursiva,
las comillas o, incluso en algunos libros, el color (por ejemplo, en libros
ilustrados), o que los pies de foto se corresponden con las imágenes a que se
refieren. Esta labor es muy importante, de hecho me he encontrado en periódicos
con fallos de este tipo. Por ejemplo en un periódico vi un pie en el que se
leía: «Aquí va el pie de foto».
P: Por tanto, sabiendo la labor tan importante que
desarrolla un corrector, todos los libros que se publican deberían pasar por
uno antes de publicarse.
R: Si lo que el editor quiere es un lector satisfecho y que
le saque el máximo provecho a lo que lee, ya sea para disfrutar o para
estudiar, sin duda lo necesita. Pero es que además, si lo que el editor quiere
es realzar al autor al que está publicando, apoyar su trabajo y respaldarlo,
creo que recurrir a un corrector es una buena forma de hacerlo.
P: Hoy día, ¿crees que se recurre lo suficiente a los
correctores?
R: Creo que no. No sé si antes el mercado estaba así o no,
pero ahora desde luego no se corrigen los textos lo suficiente. Hay que partir
de la idea de que corregir un texto no es cambiarle su contenido. Creo que
todos los textos deberían pasar por una corrección porque nunca hace daño que
otra persona lea un texto, y menos si es una persona versada en la materia y
que conoce este oficio. Entiendo que hay tipos de texto en los que es más
difícil recurrir a un corrector, como en las noticias digitales, donde lo que
impera es la primicia, el informar cuanto antes. No obstante, algunos alumnos
míos sí que se quejan de que en otros tipos de escrito ha habido una merma en
la calidad. Yo sé que se podría recurrir más a la corrección porque vivo
rodeada de cosas que, desde el punto de vista lingüístico, son mejorables
(risas) y es que a veces quienes publican textos (y pensemos que hasta el
envoltorio más pequeño ya lleva una cierta cantidad de texto) no se dan cuenta
de lo mucho que beneficia la figura del corrector a la calidad del texto.
P: Durante la crisis económica, ¿crees que, por un lado, se ha reducido
la contratación de correctores y que además ha habido una merma en los sueldos
que reciben?
P: Como curiosidad, ¿cuáles dirías que han sido los fallos
más gordos que te has encontrado por ahí, ya sea como correctora o como
paseante con ojo de correctora?
R: Una curiosa fue cuando murió Mandela. Publicaron un
titular enorme que decía: «Muere, Mandela», con esa coma asesina que me pareció
grave. Esta errata, un corrector ortotipográfico, que actúa como un coche
escoba y barre esas comas improcedentes, la habría eliminado. Y luego, otra que
vi en un libro que me hizo mucha gracia era una errata aparentemente inofensiva
en un pie de foto que decía: «El conductor se salvó de puto milagro». O, en el
metro de Madrid puedes encontrar de todo, desde el mal uso de la puntuación
hasta esa cosa rimbombante de «va a efectuar su entrada en la estación», que
dices, ¿no puede entrar simplemente el tren? No, tiene que efectuar su entrada
(risas).
P: Como profesora de corrección, ¿cuál es tu experiencia?
¿Hay mucho interés por formarse en la corrección de textos?
R: En general hay un gran interés por la lengua y, de hecho, hay algunos alumnos que sí que vienen con la conciencia de que quieren ser correctores, pero la mayoría vienen porque consideran que el curso de corrección les ayudará a escribir y a expresarse mejor. Aunque los cursos no están orientados únicamente a eso, sino a darles todos los elementos para poder desarrollar el oficio de corrector, cuando empiezan a venir a clase su principal motivación es asegurarse de que ciertas cosas son correctas. Pero después les entra el gusanillo de la corrección porque se dan cuenta de que es un campo amplísimo, que abarca cuestiones lingüísticas (tildes, significados, signos de puntuación) y otras de diversas índole (uso de cursivas, distribución del espacio en la página, etc.). Además, puedes convertir la corrección en tu manera de ganarte la vida. Por eso lo que suelo ver es que muchos alumnos vienen muy ilusionados y que esa ilusión no solo no se apaga, sino que se enriquece y cobra otras dimensiones inesperadas.
Cristina Núñez es correctora y profesora de los cursos de corrección profesional y corrección de estilo en la academia Cálamo & Cran.
Muy interesante. Está bien traer al frente a estas personas que trabajan en la sombra pero fundamentales para encontrarnos con productos de calidad. Yo por ejemplo nunca había pensado en la figura del corrector tal como es hasta leer esta entrevista.
ResponderEliminarHe aprendido algo nuevo hoy, si ;-)
Nos alegramos, porque ese es el objetivo, que se conozcan todos los profesionales (son muchos) que hay detrás de un libro hasta que llega hasta nuestras manos de lectores.
ResponderEliminarMuchas gracias a Cálamo y Cran por la labor que hacen y muchas gracias a Libros, Instrucciones de Uso por aportar toda esta información maravillosa que empapa el mundo de los libros.
ResponderEliminarUn abrazo grande,
Cristina
Excelente entrevista. Muchas gracias por valorar nuestro trabajo y muchas gracias a Cristina por explicarlo tan bien.
ResponderEliminarMe gustaría apuntar que los libros no solo necesitan un corrector, sino que necesitan, por lo menos, dos correcciones; una de estilo (en el original) y otra de ortotipografía (ya con el libro compaginado).
El procedimiento habitual hasta no hace mucho era que en un libro sin complicaciones se hicieran tres correcciones; a las dos citadas se añadía una más ortotipográfica, en la que se comprobaba que se hubiera hecho todo lo que se había indicado en la anterior y se revisaban, una vez más, posibles erratas y errores. A todo eso se añadía que el editor leía el libro antes y después de cada una de esas intervenciones para detectar dificultades, solucionar incoherencias o problemas de contenido y de forma, y establecer criterios e instrucciones para los correctores. Y ese proceso era así de largo no por el capricho de perder tiempo y dinero, sino porque era necesario para darle cierta calidad al libro (a cualquier texto), de manera que cuando se eliminan pasos lo que se resiente es el libro; y el perjudicado es el lector.
Un saludo,
Pilar
Gracias, Pilar, por aportar esa información. Es cierto que cada vez se tiende a reducir más el coste del libro y se prescinde demasiado habitualmente de la figura del corrector y por eso pasa lo que pasa, que algunas de esas editoriales que uno tenía por serias están ahora empezando a sacar algunos libros de dudosa calidad o, al menos, no a la altura a la que nos tenían acostumbrados, lo que no quita para que otras sigan haciendo las cosas muy bien.
ResponderEliminarEso sí, lo de incluir tres correcciones, hoy día es una entelequia.
Un saludo