Se nos puede llenar la boca de palabras relacionadas con la
teoría literaria y farfullar acerca de estructuras narrativas, tramas,
construcción de personajes o niveles diegéticos, pero, no nos engañemos: lo que
queremos es pasar un buen rato con un libro. Y sin duda la mejor forma de
divertirse es jugando, pues uno forma parte activa de lo lúdico y el gusto
puede llegar a convertirse en adicción.
Algunos autores literarios transgredieron esa aura
respetable y seria de la que siempre se ha rodeado a los libros, decidieron
convertirlos en mero juego y, con ello, aseguraron la participación del lector,
que pasa de convertirse en simple receptor de las ideas a ser el constructor de
la obra (de ahí que a estas obras se las denomine hiperficciones explorativas).
Además, muchos de estos libros constituyen ejercicios experimentales que han
ayudado a desencorsetar las viejas estructuras y a encontrar nuevas vías en la
narración. Por eso os proponemos hoy una lista con libros que son juegos.
Durante su lectura os sentiréis partícipes directos del desarrollo de la obra y
descubriréis que otras formas de narrar son posibles.
El último verano en
Constantinopla y Paisaje pintado con
té, de Milorad Pavić. Si la
literatura del autor serbio se caracterizó por algo, fue por su capacidad para
reclamar la implicación del lector en sus libros. El último verano en Constantinopla, sin ser uno de sus mejores
libros, sí que cumple a la perfección con la idea de libro lúdico. Las últimas
páginas están constituidas por cartas del tarot que pueden recortarse e ir
sacándolas al azar para, así, leer el libro de forma aleatoria, encontrando con
cada lectura un itinerario diferente. Paisaje
pintado con té, aunque no llega a constituir un juego en sí mismo, sí que
consideramos que es su mejor obra y gracias a la lectura de los diferentes
capítulos puede resolverse un crucigrama que figura al final del volumen. Pavić estuvo nominado para el premio Nobel: fue
una desgracia para el libro lúdico que no llegara a ganarlo y que suelan
llevárselo esos autores serios que no son capaces nunca de torcer el gesto en una sonrisa.
Rayuela, de Julio
Cortázar. Cómo no citar aquí la novela de Cortázar, seguramente el más popular
de los libros lúdicos. Construido a partir de capítulos más o menos breves y divididos
en tres secciones, el libro presenta tres formas de lectura. La aburrida
convencional, que es la que lo lleva a uno desde la página 1 a la página x
pasando las páginas de una en una; una segunda forma, algo más interesante,
propuesta por el propio autor y que nos lleva de unos capítulos que narran, más
o menos, una serie de hechos, con otros que buscan implicaciones de esos
hechos, lecturas paralelas o una simple evasión de esos capítulos más
narrativos; y una tercera, que consiste en leer Rayuela como nos dé la real gana,
capítulo a capítulo, perdidos entre sus páginas, como en un laberinto. Mucha
gente habla de Rayuela, pero no
hay tanta gente que lo haya leído. Y, sin embargo, sigue siendo una obra maravillosa por
la cantidad desbordante de recursos que empleó Cortázar en ella.
Juego de cartas,
de Max Aub. Como su propio nombre indica, se trata de un juego de naipes que
por el anverso muestran dibujos que los asemejan a un juego de cartas tradicional (por cierto, los dibujos son del propio Max Aub) y por el reverso
son cartas, pero en el sentido de misiva, que narran la vida del difunto Máximo
Ballesteros. Esta edición facsimilar de Cuadernos del Vigía es una maravilla. La acaban de reeditar, por lo que si os llama mínimamente la atención no lo dudéis y salid corriendo a por ella. Max Aub siempre buscó las costuras a la literatura y en este caso
logró darle la vuelta al calcetín y encontrárselas. Visitad a Max Aub de vez en
cuando: nunca defrauda.
Cien mil millardos de
poemas, de Raymond Queneau. Se trata del libro lúdico por excelencia. Se compone de diez sonetos en los que sus versos son intercambiables, por lo que las
posibilidades combinatorias del experimento rebasan lo concebible. El título
del libro es la cantidad de sonetos que pueden generarse a partir de las
combinaciones de los distintos versos. El libro es una maravilla: cada línea
está troquelada, de modo que basta con elegir el verso que se quiera de cada
soneto y comenzar a leer y a buscar nuevas combinaciones sin parar. Es el mejor
ejemplo de lo que buscaba el grupo literario Oulipo. Existe también una versión en español que escribieron varios autores y que publicó Demipage. También Cortázar ensayó
algo similar junto a Octavio Paz en lo que definió como poesía combinatoria, pero en este caso lo intercambiable eran los versos de un poema, cuyos versos podrían leerse en el orden que uno quisiera. Estos
aparecen en su libro Último Round.
La casa de hojas,
de Mark Danielevski. No es un juego en el sentido de los que hemos citado hasta
ahora, en los que prima la combinatoria. En este caso el itinerario ya está
prefijado, pero tampoco es lineal. La virtud de esta obra está en convertir al
objeto físico, que es el libro, en parte fundamental del desarrollo de la obra.
De modo que Danielewski nos obliga a colocar el libro en varas posiciones
diferentes para poder leerlo, a pasar páginas para regresar de nuevo al punto
inicial, a atender sin cesar a los pies de página… Es la experiencia más
cercana que uno puede tener a leer un laberinto. Hay que leer este libro al
menos una vez para disfrutar de esa experiencia lúdica de lectura.

El aumento, de
Georges Perec. Si nos habéis leído de vez en cuando sabéis que no podemos
ocultar nuestra admiración ―que roza la idolatría― por el escritor francés, uno
de los príncipes del libro lúdico. En El
aumento, Perec se propuso describir todas las alternativas de un árbol de
decisiones (aquí podéis verlo) en el que un trabajador de una oficina debe acercarse hasta el
despacho de su jefe para pedirle un aumento de sueldo. En la obra se describen
todas las posibilidades que pueden darse desde que el tipo inicia su camino
hasta el despacho de su jefe y consigue pedirle el aumento. Perec
vuelve una y otra vez atrás y recomienza la narración añadiendo leves
modificaciones que alteran ligeramente la visión previa que teníamos de los
hechos y lo llevan siempre ―bendito seas, Perec― por el camino del humor. Uno
de esos experimentos del autor francés que son todo un reconocimiento a la
labor del escritor.
Colección Elige tu propia aventura. Pues sí, chicos y chicas,
somos herederos de los años 80 y crecimos entre esos libros rojos en los que
uno podía elegir qué camino tomar durante la lectura, si comprobar qué ocurría cuando
los exploradores se metían en la cueva donde sabíamos que estaba el oso hibernando o si, mejor, se alejaban de allí
corriendo (para ir a caer en las fauces de un alienígena hambriento de carne de
explorador). Aquí no hay calidad literaria que valga, es sentimentalismo puro y
duro, que no todo va a ser leer a Cervantes con ocho años. Lo peor de todo es que ya no
van a publicarlos más, y eso nos apena porque las siguientes generaciones no habrán
crecido con esos estupendos libros. Seguro que en algo se notará.
Y vosotros, ¿conocéis algún otro libro que sea un juego?
Me encantan los juegos en literatura.
ResponderEliminarRecuerdo esa colección juvenil que citas: jugando a la rayuela a temprana edad. Tu amigo Cayetano tenía varios.
Guillermo Cabrera Infante, en "Tres tristes tigres" nos propone una lectura jugando con un espejo; Poe, en "El escarabajo de oro", y Verne, en su "Viaje al centro de la Tierra", nos sugieren descifrar mensajes encriptados. Muchos autores del boom latinoamericano juegan con los puzzles, con esos capítulos sin aparente conexión. Un servidor propone en “Historias que no son cuentos” un ejercicio de manualidades y gramática aplicada: 1º.- Recortar y pegar en el espacio reservado para tal fin la imagen de un dictador, a gusto del lector. 2º.- Tachar de una lista de 64 adjetivos (ambicioso, prepotente, egocéntrico, etc.) los que no procedan ser aplicados a la figura elegida. (El día que quedes con Cayetano para recoger el marcapáginas podrías aprovechar para echarle un vistazo al libro, página 284).
Saludos.
Entre los que citas, Tres tristes tigres, me parece una pasada.
ResponderEliminarEl juego que propones en el libro está muy pero que muy bien. Va a ser hora de que me lo compre :)
Un abrazo