jueves, 20 de noviembre de 2014

Algunos libros que son juegos, para ludópatas sin remedio

Se nos puede llenar la boca de palabras relacionadas con la teoría literaria y farfullar acerca de estructuras narrativas, tramas, construcción de personajes o niveles diegéticos, pero, no nos engañemos: lo que queremos es pasar un buen rato con un libro. Y sin duda la mejor forma de divertirse es jugando, pues uno forma parte activa de lo lúdico y el gusto puede llegar a convertirse en adicción.

Algunos autores literarios transgredieron esa aura respetable y seria de la que siempre se ha rodeado a los libros, decidieron convertirlos en mero juego y, con ello, aseguraron la participación del lector, que pasa de convertirse en simple receptor de las ideas a ser el constructor de la obra (de ahí que a estas obras se las denomine hiperficciones explorativas). Además, muchos de estos libros constituyen ejercicios experimentales que han ayudado a desencorsetar las viejas estructuras y a encontrar nuevas vías en la narración. Por eso os proponemos hoy una lista con libros que son juegos. Durante su lectura os sentiréis partícipes directos del desarrollo de la obra y descubriréis que otras formas de narrar son posibles. 

El último verano en Constantinopla y Paisaje pintado con té, de Milorad Pavić. Si la literatura del autor serbio se caracterizó por algo, fue por su capacidad para reclamar la implicación del lector en sus libros. El último verano en Constantinopla, sin ser uno de sus mejores libros, sí que cumple a la perfección con la idea de libro lúdico. Las últimas páginas están constituidas por cartas del tarot que pueden recortarse e ir sacándolas al azar para, así, leer el libro de forma aleatoria, encontrando con cada lectura un itinerario diferente. Paisaje pintado con té, aunque no llega a constituir un juego en sí mismo, sí que consideramos que es su mejor obra y gracias a la lectura de los diferentes capítulos puede resolverse un crucigrama que figura al final del volumen. Pavić estuvo nominado para el premio Nobel: fue una desgracia para el libro lúdico que no llegara a ganarlo y que suelan llevárselo esos autores serios que no son capaces  nunca de torcer el gesto en una sonrisa.


Rayuela, de Julio Cortázar. Cómo no citar aquí la novela de Cortázar, seguramente el más popular de los libros lúdicos. Construido a partir de capítulos más o menos breves y divididos en tres secciones, el libro presenta tres formas de lectura. La aburrida convencional, que es la que lo lleva a uno desde la página 1 a la página x pasando las páginas de una en una; una segunda forma, algo más interesante, propuesta por el propio autor y que nos lleva de unos capítulos que narran, más o menos, una serie de hechos, con otros que buscan implicaciones de esos hechos, lecturas paralelas o una simple evasión de esos capítulos más narrativos; y una tercera, que consiste en leer Rayuela como nos dé la real gana, capítulo a capítulo, perdidos entre sus páginas, como en un laberinto. Mucha gente habla de Rayuela, pero no hay tanta gente que lo haya leído. Y, sin embargo, sigue siendo una obra maravillosa por la cantidad desbordante de recursos que empleó Cortázar en ella. 


Juego de cartas, de Max Aub. Como su propio nombre indica, se trata de un juego de naipes que por el anverso muestran dibujos que los asemejan a un juego de cartas tradicional (por cierto, los dibujos son del propio Max Aub) y por el reverso son cartas, pero en el sentido de misiva, que narran la vida del difunto Máximo Ballesteros. Esta edición facsimilar de Cuadernos del Vigía es una maravilla. La acaban de reeditar, por lo que si os llama mínimamente la atención no lo dudéis y salid corriendo a por ella. Max Aub siempre buscó las costuras a la literatura y en este caso logró darle la vuelta al calcetín y encontrárselas. Visitad a Max Aub de vez en cuando: nunca defrauda.



Cien mil millardos de poemas, de Raymond Queneau. Se trata del libro lúdico por excelencia. Se compone de diez sonetos en los que sus versos son intercambiables, por lo que las posibilidades combinatorias del experimento rebasan lo concebible. El título del libro es la cantidad de sonetos que pueden generarse a partir de las combinaciones de los distintos versos. El libro es una maravilla: cada línea está troquelada, de modo que basta con elegir el verso que se quiera de cada soneto y comenzar a leer y a buscar nuevas combinaciones sin parar. Es el mejor ejemplo de lo que buscaba el grupo literario Oulipo. Existe también una versión en español que escribieron varios autores y que publicó Demipage. También Cortázar ensayó algo similar junto a Octavio Paz en lo que definió como poesía combinatoria, pero en este caso lo intercambiable eran los versos de un poema, cuyos versos podrían leerse en el orden que uno quisiera. Estos aparecen en su libro Último Round.


La casa de hojas, de Mark Danielevski. No es un juego en el sentido de los que hemos citado hasta ahora, en los que prima la combinatoria. En este caso el itinerario ya está prefijado, pero tampoco es lineal. La virtud de esta obra está en convertir al objeto físico, que es el libro, en parte fundamental del desarrollo de la obra. De modo que Danielewski nos obliga a colocar el libro en varas posiciones diferentes para poder leerlo, a pasar páginas para regresar de nuevo al punto inicial, a atender sin cesar a los pies de página… Es la experiencia más cercana que uno puede tener a leer un laberinto. Hay que leer este libro al menos una vez para disfrutar de esa experiencia lúdica de lectura.


El aumento, de Georges Perec. Si nos habéis leído de vez en cuando sabéis que no podemos ocultar nuestra admiración ―que roza la idolatría― por el escritor francés, uno de los príncipes del libro lúdico. En El aumento, Perec se propuso describir todas las alternativas de un árbol de decisiones (aquí podéis verlo) en el que un trabajador de una oficina debe acercarse hasta el despacho de su jefe para pedirle un aumento de sueldo. En la obra se describen todas las posibilidades que pueden darse desde que el tipo inicia su camino hasta el despacho de su jefe y consigue pedirle el aumento. Perec vuelve una y otra vez atrás y recomienza la narración añadiendo leves modificaciones que alteran ligeramente la visión previa que teníamos de los hechos y lo llevan siempre ―bendito seas, Perec― por el camino del humor. Uno de esos experimentos del autor francés que son todo un reconocimiento a la labor del escritor.

Colección Elige tu propia aventura. Pues sí, chicos y chicas, somos herederos de los años 80 y crecimos entre esos libros rojos en los que uno podía elegir qué camino tomar durante la lectura, si comprobar qué ocurría cuando los exploradores se metían en la cueva donde sabíamos que estaba el oso hibernando o si, mejor, se alejaban de allí corriendo (para ir a caer en las fauces de un alienígena hambriento de carne de explorador). Aquí no hay calidad literaria que valga, es sentimentalismo puro y duro, que no todo va a ser leer a Cervantes con ocho años. Lo peor de todo es que ya no van a publicarlos más, y eso nos apena porque las siguientes generaciones no habrán crecido con esos estupendos libros. Seguro que en algo se notará.


Y vosotros, ¿conocéis algún otro libro que sea un juego?

2 comentarios:

  1. Me encantan los juegos en literatura.
    Recuerdo esa colección juvenil que citas: jugando a la rayuela a temprana edad. Tu amigo Cayetano tenía varios.
    Guillermo Cabrera Infante, en "Tres tristes tigres" nos propone una lectura jugando con un espejo; Poe, en "El escarabajo de oro", y Verne, en su "Viaje al centro de la Tierra", nos sugieren descifrar mensajes encriptados. Muchos autores del boom latinoamericano juegan con los puzzles, con esos capítulos sin aparente conexión. Un servidor propone en “Historias que no son cuentos” un ejercicio de manualidades y gramática aplicada: 1º.- Recortar y pegar en el espacio reservado para tal fin la imagen de un dictador, a gusto del lector. 2º.- Tachar de una lista de 64 adjetivos (ambicioso, prepotente, egocéntrico, etc.) los que no procedan ser aplicados a la figura elegida. (El día que quedes con Cayetano para recoger el marcapáginas podrías aprovechar para echarle un vistazo al libro, página 284).
    Saludos.

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  2. Entre los que citas, Tres tristes tigres, me parece una pasada.

    El juego que propones en el libro está muy pero que muy bien. Va a ser hora de que me lo compre :)

    Un abrazo

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