jueves, 9 de octubre de 2014

¿Qué sabes acerca de la maquetación y la imposición de páginas? Algunos errores comunes

No es un secreto para quien nos ha leído alguna vez nuestro amor por la edición de libros. Y, claro, el que ama una cosa desea que sea perfecta. Aunque el amor inicialmente nubla los sentidos del enamorado, este poco a poco va detectando esos defectos en el objeto de su amor que antes no se manifestaban, cuando todo eran neurotransmisores y hormonas elevados a la enésima potencia. Esta conducta es muy habitual entre personas, pero no lo es tanto entre los lectores, a quienes los problemas a los que se enfrenta un editor al colocar el texto sobre una página les suelen ser indiferentes. Pero colocar las páginas de una forma determinada o disponer un texto sobre una página tiene, entre los editores, unas reglas no escritas, y esas reglas tienen una explicación que suele estar basada en la experiencia y el pragmatismo.

Para ilustrar algunas de las cuestiones a las que hace frente un editor (siempre con ayuda del maquetista), vamos a utilizar varios errores que hemos detectado en un vistazo breve a nuestras bibliotecas porque de ese modo suele verse mejor un desajuste en un libro.

Una cuestión importante es qué porción del área de la página va a estar ocupada por el texto. Ese espacio se denomina caja y su tamaño va a determinar los márgenes de la página, como se ve en la imagen. Hoy día pueden usarse programas informáticos (el más usado es InDesign) que permiten colocar a nuestro antojo el texto sobre la página 


El problema es que hay que saber usar el programa de marras y, además, no ser cicatero con los blancos de la página. Ojo al margen lateral del libro siguiente: un poco más y las letras empiezan a caerse por los bordes. Esto puede deberse a dos motivos: al cortar las páginas la cuchilla cortó demasiado cerca del borde, y por lo tanto sería un problema de factura del libro, o peor, que el editor quisiese ahorrar papel a toda costa e intentase meter en una página tanto texto como pudiera (juramos que no hemos cortado de más la imagen escaneada, el libro es así: pobre Dostoievski). 


En este otro libro nos encontramos con el mismo caso, pero en el margen interno. Hay que tener en cuenta que el margen derecho de las páginas pares y el izquierdo de las impares deben ser lo suficientemente amplios como para que un libro pueda leerse sin tener que descoyuntarlo. Esto es especialmente importante en los libros que tienen un número de páginas considerable, donde el margen interior deberá ser más generoso para evitar, precisamente, ese problema. Con el siguiente ejemplo tuvimos que poner todas nuestras energías para conseguir que se viese el final de las líneas de la página par. Así es muy complicado leer un libro:


Pero no os olvidéis de estas páginas, porque volveremos sobre ellas. 

El margen inferior también suele ser mayor que el superior, y todo por una razón tan práctica como que podamos poner un dedo por debajo para así poder sujetar el libro y que no tengamos que andar moviéndolo de sitio y poder leer el texto de la página. Por eso se dice que la caja de texto en los libros suele estar desplazada en la página un poco hacia arriba y hacia el interior, para permitir que la página «respire». Así, en el ejemplo anterior, podemos ver que no se ha respetado esa regla: el texto está en el centro de la página y en una caja grandísima que hace que la página nos abrume. Cuando se trata de textos cortos, quizá eso no nos importe tanto, pero ¿y si el texto ocupa 800 páginas? Entonces la cosa empieza a cansarnos. El del ejemplo de abajo, no está mal, sobre todo teniendo en cuenta que tiene formato de libro de bolsillo, aunque se queda un poco corto, especialmente para las zarpas que calza un servidor.


Otra cuestión a tener en cuenta es la presencia de líneas viudas y huérfanas. Los libros mal editados las suelen tener a tutiplén. Basta abrir el libro al azar y es probable que encontremos alguna. Pero, ¿qué son las líneas viudas y huérfanas? Hay una regla no escrita entre los editores que consiste en que si un párrafo empieza muy cerca del final de una página, en esa página deben quedar por lo menos las dos líneas iniciales de ese párrafo. Si se da la situación complementaria, que es que un párrafo termine al principio de una página, lo que se hace es dejar que al menos las dos últimas líneas de ese párrafo queden al principio de la página. Las líneas huérfanas son las que quedan solas al final de un párrafo (cuando es la primera línea de un párrafo), mientras que las viudas son las que quedan solas al principio de la página (cuando son la última de un párrafo). El siguiente es un bonito ejemplo en páginas opuestas de esto que se considera un error al componer una página. Como hay un párrafo de dos líneas, al final de la página par y la página no se ha ajustado bien, queda la primera frase del párrafo al final de una página y la segunda en el inicio de la siguiente. Pero, no contentos con eso, ¡les pasa lo mismo en la página impar! Está claro que mucho no cuidaron ese aspecto. Y ahora que sabéis lo que es una línea viuda: ¿veis alguna en el ejemplo de los márgenes internos raquíticos?


Hoy día este problema puede solucionarse de forma automática porque los programas de maquetación tienen opciones para evitar líneas huérfanas y viudas (incluso el Word ofrece la opción). Y aun así se siguen viendo en libros que se publican actualmente, lo que tiene menos perdón que en ediciones antiguas, donde todo se hacía a mano.         

Otra cuestión que tiene que tener en cuenta un editor es lo que se denomina ajuste a pliegos. Quizá no os hayáis dado cuenta, pero todos los libros tienen un número de páginas que es múltiplo de ocho. Esto se debe a que los libros están compuestos por pliegos. Se parte de una gran superficie de papel que, al doblarla sucesivamente y recortar de forma adecuada, da lugar a 32 páginas: es lo que se denomina un pliego de 32 páginas. También pueden hacerse pliegos de 16 y de 8 páginas. Para ver cómo montar un pliego de 16 páginas podéis echarle un vistazo a este vídeo.



Si uno mira un libro desde arriba por el canto se dará cuenta de que las páginas están agrupadas en pequeños «cuadernillos», los pliegos, que van pegados o cosidos a las tapas del libro. Pues bien, una cuestión muy importante a la hora de imprimir un libro sobre un pliego es lo que se denomina imposición. Como esa gran página de papel se dobla después hasta obtener las 32, 16 u 8 páginas, la impresión no se hace en orden, sino que antes hay que saber dónde cae cada página en ese pliego de papel. Este es un ejemplo de dónde debe imprimirse cada una de las páginas y en qué sentido en el pliego para que, después, al doblarlas queden todas en perfecto orden.


Y este es un ejemplo de un libro (un Quijote, nada menos) donde esa imposición se les fue de las manos: ojo a la paginación, que es donde puede verse. No fue un fallo de paginación, sino de imposición de textos. No faltan las páginas intermedias sino que están mal colocadas. En otros casos puede ser que a los impresores o encuadernadores se les traspapele un cuadernillo entero y lo que ocurra es que un pliego entero esté cambiado de posición, por eso antes les hacían unas marcas en el borde a diferentes alturas de los pliegos para identificarlos y no equivocarse nunca en el orden (aunque si se puede cometer un fallo, alguien, algún día, lo comete).



A veces, más bien con frecuencia, al pegar los pliegos, ya sea porque se han cortado de forma diferente, ya sea porque se han pegado un poco desnivelados, puede haber un ligero descuadre y puede verse que el texto de la página par y la impar están a distinta altura, como ocurre en este caso, aunque hay veces que es incluso más acusado (en este es perdonable):



Como habéis visto, colocar los textos en un libro no es tan sencillo como volcarlos tal cual del ordenador a una impresora y se acabó. Hay un trabajo página a página en el que no solo se lee el texto sino también la disposición del texto en la página. El editor debe elegir con mucho cuidado la maquetación que mejor conviene al libro que está editando, ya que cada libro es un caso diferente. Y, por supuesto, no es lo mismo editar un libro de prosa, que uno de poesía o un texto dramático. 

Por el estilo a la hora de presentar el texto, podemos conocer también a los distintos editores. Unos prefieren una caja de texto más alta, otros más estrecha... Veamos este ejemplo de la editorial Demipage, de un reciente libro suyo: como podéis comprobar, la caja es más bien pequeña en relación con el tamaño de la página, lo cual es de agradecer porque permite centrarse mucho mejor en el texto durante la lectura. Pero otra regla de la edición es que siempre, siempre, pero siempre, por mucho que uno revise un libro, por muy buena que sea la edición (y en este caso, creemos que así es) aparecerá un pequeño desliz. Da igual lo bueno que seas: siempre habrá algún fallo. Y en esta página lo hay: ¿podéis encontrarlo? Avisamos: tiene que ver con el texto que hay en la página. 


No hemos hablado de otros problemas, como la presencia de caminos (esos huecos blancos cuando coinciden varios espacios seguidos en diferentes líneas, de los que seguro que habéis visto alguno de vez en cuando) o de otras normas no escritas, como evitar, por ejemplo, que no haya más de tres líneas seguidas en las que aparezcan palabras partidas con un guion, o la posición del folio en la página (el número de página). En todas esas cosas debe fijarse un editor, y en muchas otras de las que hablaremos otro día, para que después, a nosotros, la lectura nos resulte lo más cómoda posible y que nos fijemos en lo que realmente importa: el texto que leemos. 

Por tanto, a partir de ahora, salid a la búsqueda de las ediciones buenas, de esas que os hacen la lectura fácil y en las que se nota que hay un cuidado por presentar un texto de una forma atractiva: disfrutaréis mucho más de la lectura, seguro.     

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