lunes, 27 de octubre de 2014

El cerebro de Andrew, de E.L.Doctorow: ¿Qué es real en la mente del protagonista de un libro? ¿Y en la del lector?

Puede llegarse a un libro por razones insospechadas y, de repente, ese autor al que uno debería haber leído hace años, está ahora ahí delante, de modo que uno se pone el babero, coge tenedor y cuchillo y se lanza al abordaje del suculento filete. Algo así me ha ocurrido con E.L. Doctorow, de quien no había leído nada; pero no podía dejar pasar de largo su último título, El cerebro de Andrew, que para alguien que lleva la neurociencia en la sangre, es un cebo demasiado poderoso para no picar.

El cerebro de Andrew es una obra en la que ya desde el comienzo uno agradece que su propuesta formal no vaya a ser común. Se trata de un diálogo terapéutico, en el que Andrew cuenta su vida a un psiquiatra. Se desarrolla, por lo general,  asentándose en cortos capítulos en los que Andrew, un profesor de ciencias cognitivas, narra algunos de los episodios más significativos de su vida. Hay dos o tres capítulos en los que tenemos ante nosotros escritos de Andrew, pergeñados cuando está alejado unos días del psiquiatra, que después los lee la consulta, delante de él. 

El argumento no es sencillo de resumir porque, entre otras cosas, no sabemos si es veraz o no. Y es que el principal mérito de la novela, aparte de esa inquietud formal, es el hecho de contar con un personaje no confiable, que lo mismo nos cuenta que mató a su hija por administrarle un medicamento equivocado que nos dice que fue amigo del presidente de los EE. UU., y  convivió con él en la Casa Blanca. En resumen, Andrew es un profesor de ciencias cognitivas que ha perdido a su mujer y a su hija. La mujer, desaparecida en circunstancias que se aclararán en el libro, mientras que de la hija se ocupa su exmujer, con la que perdió una niña porque él mismo le administró un fármaco equivocado. Lo más interesante de la novela no es el argumento en sí, sino los rodeos que da en torno a él Andrew, así como sus constantes idas y venidas al pasado.

Doctorow juega durante toda la novela con el lector. No sabemos si lo que cuenta Andrew es realidad o ficción, aunque tampoco nos importa porque lo peor de todo es que hasta el más mínimo detalle que Doctorow pone en boca de Andrew podría ser real: eso es lo temible de este mundo desquiciado. Es obvio que desde el momento en que sabemos que el protagonista visita a un psiquiatra, sus argumentos no van a ser confiables. Por eso Andrew se convierte en un simulador o, como lo llama el marido actual de su exmujer, el Simulador, así, con mayúscula inicial, lo acuse de parecer amable y desasosegado, pero de ser en realidad un manipulador. Cuando el psiquiatra le pregunta si eso le molestó, Andrew responde:

No podía enfadarme ni ofenderme, y no solo porque ya supiera eso de mí mismo, sino porque además, en mi cerebro hay una cesura, debido a la cual el honor, entre otras virtudes, es algo con lo que no conecto. No tengo ni una pizca. 

Lo que nos lleva al tema de la supuesta falta de libre albedrío que simula nuestro cerebro y a los argumentos que Andrew emplea para justificar sus actos o sus negligencias, que normalmente tienen que ver con argumentos de tipo científico, bastante estirados y sacados de contexto. Es en este punto, no puedo evitarlo, donde el libro me resulta más discutible, y es que aunque Doctorow ha leído algunas cosas sobre  el cerebro y cita a algunos de los científicos más influyentes en el campo, los argumentos que suele dar Andrew son más bien baladíes, cuando no son erróneos, lo cual es extraño para un personaje al que se presenta como experto en ciencias cognitivas. También se hace complicado que el psiquiatra no conozca algunas de las cosas que Andrew le cuenta sobre ciencias cognitivas a lo largo de las charlas. Quizá ese afán reduccionista y simplificador de Doctorow en ese aspecto del personaje es lo que menos creíble resulta en la novela, aunque uno comprende que funciona como estereotipo y que ayuda al autor a reflexionar sobre la mente humana y sus insondables vericuetos.

Por tanto, salvando esas reticencias documentales que, lo reconozco, son de un lector quisquilloso (pero con gusto por el rigor), la novela es un muy solvente ejercicio formal y una sutil y profunda reflexión sobre la mente humana y sus alrededores. Recomendable.


Título: El cerebro de Andrew
Autor: E.L. Doctorow
Traductores: Isabel Ferrer y Carlos Milla
Editorial: Miscelánea
Páginas: 174
Precio: 16,90 eur (rústica)  





Imagen de Doctorow tomada de Wikipedia. Créditos: Mark Sobczak.

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