
Existen muchas formas de llegar a un artista. En mi caso, llegué a William Blake a través del cine. En 2002 se estrenó la película El Dragón rojo, la tercera de las películas de la saga del (querido) doctor Lecter, basada en la novela homónima de Thomas Harris. Es difícil olvidar el tatuaje que cubría completamente la espalda de Francis Dolarhyde, un asesino en serie con impulsos homicidas y con una personalidad separada que él llamaba El Dragón rojo, haciendo referencia a la pintura de William Blake El gran Dragón Rojo y la Mujer Revestida en sol. Otra de las escenas inolvidables de la película es aquella en la que Dolarhyde decide entrar en el Museo de Brooklyn para comerse el cuadro de Blake, pensando que así podrá superar sus impulsos homicidas y evitar asesinar a su nuevo amor, Reba McClane, una chica ciega.
Desde su infancia, William Blake tuvo visiones que plasmó en pinturas marcadas por un gran simbolismo. No solo ilustró libros propios (los libros iluminados), sino que también ilustró otros libros por los que él sentía predilección, como el Paraíso perdido de Milton, La Divina Comedia de Dante, que dejó inconclusa, o este que nos ocupa y que fue su última obra, El libro de Job. Pero Blake no solo fue pintor y grabador, sino además un gran poeta. De hecho no es recomendable separar su faceta pictórica de la poética si deseamos disfrutar con total plenitud de su genio. Visionario, artista total, un hombre adelantado a su tiempo…, muchos son los adjetivos con los que se ha calificado a William Blake, y desde aquí podemos asegurar, sin temor a equivocarnos, que es uno de los tres mejores artistas que ha dado Inglaterra.
Bajo el título Ilustraciones al Libro de Job, La Felguera ha publicado el que fuera el último trabajo que completó Blake. El libro cuenta con las veintiuna láminas que ilustran el bíblico Libro de Job del Antiguo Testamento junto con los textos que Blake incluyó en los grabados, una nota de los editores, un prólogo de Javier Calvo y una nota de la traductora, Raquel Duato. Las ilustraciones de Blake para este libro no son en absoluto irrelevantes, ya que su particular visión acerca no solo de este libro, sino de otros temas bíblicos y mitológicos, ha sido siempre asuntos de estudio por historiadores y teólogos.

Es de destacar el prólogo de Javier Calvo, quien ya se ocupase de la traducción del libro publicado hace unos meses también por La Felguera, Ángeles fósiles, de Allan Moore, donde William Blake ya aparecía nombrado con asiduidad. En apenas diez páginas, Javier Calvo nos introduce en el Libro de Job, nos explica cómo concibió el artista este libro, y lleva a cabo un pequeño resumen de lo que intenta representar Blake en cada uno de los grabados, algo que a nuestro parecer es imprescindible. Es uno de los mejores prólogos que hemos leído en mucho tiempo, porque Javier Calvo nunca da información de más (en ocasiones los prologuistas son los primeros spoilers), pero tampoco olvida nada que tenga relación con los grabados. Lógicamente, en este reducido número de páginas no puede hacer un estudio exhaustivo, pero siembra la semilla de la curiosidad para todo aquel que quiera conocer con mayor profundidad las ilustraciones que realizó William Blake al Libro de Job. El prólogo de Javier Calvo cumple con la regla de las tres c: claro, conciso y completo.
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