El agua que falta es un libro que no puede ni considerarse un ensayo, ni un poemario, ni una novela, dependerá del momento del lector en el que va a descubrirlo, porque hay personajes para leerlo como una novela, o textos a modo de artículos para considerarlo un ensayo, o incluso como un libro de poemas. La autora escribe los textos con una prosa casi poética o una poesía casi prosaica. Sea como fuere, es en nuestro intento de encasillarlo, donde ya comienza la rebelión del libro.
Decir que un libro se escribe (o se debería escribir) para decir algo es una obviedad. Pues bien, más allá de lo obvio, este libro no solo nos dice muchas cosas sino que también las nombra, porque cuando algo se nombra ya se dice, y cuando se dice se reflexiona sobre lo nombrado. Esto es lo que nos propone Noelia Pena desde el principio del libro: replantearnos las cuestiones que damos por sentadas, cosas tan abstractas como la realidad, el tiempo, el miedo, la felicidad, y todo ello a través de situaciones tan sencillas como la lectura, el baile, o el ruido diario que nos envuelve. Es un libro con el deseo de remover las conciencias, porque para reflexionar hay que considerar nuevamente, y para ello es necesario cuestionarse otra vez, hacer de nuevo flexibles nuestros pensamientos, rechazando nuestros espacios de confort, porque como dice la autora: «La gente sólo desea lo que ya conoce, por eso no pasa nunca nada nuevo. Desea lo que no conoces para que pueda ocurrir».
Es un libro revolucionario, pero no con el interés de promover una revolución política, sino con un espíritu político que desea una revolución del pensamiento hacia lo político, hacia el modo de ver y vivir la polis, una revolución no contra todo aquello que nos incomoda, sino una rebelión contra nosotros mismos, que nos incomode, porque cuando algo nos incomoda nos mueve, y cuando nos movemos, incomodamos. Una propuesta esta de Noelia Pena llevada a cabo a través de la reflexión, de la toma de la palabra, del deseo de ser felices, porque como ella escribe: «Querer ser felices es ya rebelarse»
Todo esto lo procura Noelia Pena con una línea común: el cuidado y cultivo de la palabra. Nos dice que «Tomar la palabra es tomar la medida al mundo», y nos habla del miedo, pero ¿hay algo que dé más miedo que tomar la palabra sin saber qué decir? Sí, no decir nada. Porque lo que se calla no dice todo, porque «no es el miedo a lo desconocido lo que nos pone nerviosos, sino nuestras ganas de inventarlo y no saber exactamente por dónde comenzar». Si nos decimos nos descubrimos, lo cual, ya es algo por lo que comenzar. Se nota que la autora ha medido y meditado cada una de las palabras que componen el libro, sin aderezos, con sencillez, con precisión, porque elegir una palabra es una responsabilidad y, como dice el catedrático de Metafísica Ángel Gabilondo: «Una palabra mal empleada o imprecisa introduce alguna suerte de injusticia en el mundo». Noelia Pena cuida las palabras, las nombra y las dice, las habla, nos habla, nos sugiere descubrirnos porque «¿Y si no se trata de lanzarnos a un río, sino de inventarnos el agua que falta?».
Título: El agua que falta
Autor: Noelia Pena
Editorial: Caballo de Troya
Páginas: 192
Precio: 13,90 eur (rústica)
Suelo acodarme en mi balcón ensimismado observando la vida pasar y a sus gentes. Hacía tiempo que no fijaba mi atención en persona alguna. Noelia: tus aforismos me han rescatado de un mismamiento perpetuo. Me he enamorado de ti.
ResponderEliminar