miércoles, 24 de septiembre de 2014

Disculpe que no me levante: una antología sobre la muerte para ensalzar la vida

Hay pocos temas en literatura: el amor, la muerte y poco más. Todas las grandes obras siempre giran en torno a esos temas o en tratar de idear formas de evitarlos (pero nunca se consigue). Nos ocupamos hoy de Disculpe que no me levante, una antología de relatos que bucean en el mundo de los funerales y las circunstancias que rodean a la muerte, publicada recientemente por la editorial Demipage. Por mucho que el tema pueda parecernos manido y tétrico, las aproximaciones de los relatos de la antología son muy variadas (no podía ser de otro modo en una antología, que de lo contrario sería aburrida) y cubren un espectro amplísimo, que parte desde el humor, y llega hasta la melancolía, pasando por el terror o la memoria. En muchos de esos relatos es la vida la que predomina y la muerte es solo una excusa para ensalzarla.

Lina Meruane.
Es difícil que una antología nos convenza por completo, y esta no es una excepción. Ahora bien, su resultado es más que satisfactorio. El lector podrá descubrir a autores latinoamericanos jóvenes (y no tan jóvenes) a los que apenas hemos tenido acceso en España. Es por eso una buena forma de acercarse a esas nuevas voces que tienen mucho que ofrecer. Pero además, en la antología encontramos algunos nombres que nos son familiares, como Rodrigo Hasbún, Juan Sebastián Cárdenas, Carlos Labbé, Carlos Yushimito, Andrés Felipe Soriano o Lina Meruane, que ya llevan algunas obras a sus espaldas, muchas de ellas con una buena acogida.

Como no deseamos ser excesivamente minuciosos (eso alargaría la reseña páginas y páginas) nos detendremos en aquellos relatos que más nos han llamado la atención. El volumen se abre con «Ay» de Lina Meruane, un relato que tiene un cierto estilo cortazariano, en el que una madre se dirige a su hija y lamenta y le recrimina su actitud con ella y con su padre, ellos que tanto le habían dado. La recriminación es amorosa, porque un error (y diez) puede cometerlo cualquiera.

Liliana Colanzi firma «Alfredito», donde unos niños rememoran la vida de su compañero, Alfredito, un niño cabroncete, que se sabía intocable porque padecía una enfermedad incurable. Los niños saben que Alfredito no ha muerto, que está más vivo que nunca.

«Cuerpos extraños», de Fernanda Trías es una interesante reflexión sobre cómo perciben la muerte aquellos que conviven con ella a diario (por ejemplo, los sepultureros) frente al resto de la gente, que ve en la muerte un proceso repentino y doloroso. En el cuento se alternan esas dos formas de ver la muerte (los fragmentos que se refieren a Inzúa, y el resto, que aluden a nombres de personajes que nos son desconocidos). Las últimas frases del cuento son, aunque previsibles, muy acertadas.

Isabel Mellado.
A «Cuerpos extraños» le sigue en el volumen «Siempre es de noche en el vino», de Isabel Mellado, quizá la mayor sorpresa que me he llevado en esta antología. Podría decir cuatro bobadas sobre su escritura y su voz, pero no lo haré. Solo diré que Isabel Mellado escribe de maravilla. Emplea metáforas que no suenan forzadas sino que surgen como algo natural en la narración («Los minutos eran muebles que expelían una sombra tonta y descorazonada»). Esa capacidad, unida al ritmo de su prosa, una música que envuelve al lector, hace de este relato uno de los mejores del volumen. No nos cabe duda de que pronto nos haremos con su novela El perro que comía silencio, cuyo título ya incita a leerlo.

La antología se cierra con uno de los mejores relatos, que es casi una nouvelle, de Federico Falco y que lleva por título «El cementerio perfecto». Seguramente el título es lo peor del relato, porque el resto es de una factura sobresaliente. A Víctor Bagiardelli, un diseñador de cementerios, le encargan que diseñe uno para un pequeño pueblo. Bagiardelli pone lo mejor de su arte en él y cree haber diseñado por fin su obra maestra. Hay personas que no están conformes con que vaya a construirse un cementerio en el pueblo, entre ellos el padre del intendente del pueblo, Hipólito Giraudo, un hombre aparentemente a punto de morir, de ciento cuatro años, y a quien Bagiardelli reserva el mejor emplazamiento del cementerio. Los personajes y el tono del relato están fantásticamente conseguidos. Ha sido un acierto colocarlo al final de la antología porque la cierra de forma magistral.

Federico Falco.
También son interesantes los relatos «Moscas», que trata acerca de la búsqueda de una tumba y en la que hemos visto destellos de Bolaño, «Hasta que se apaguen las estrellas», un canto a la vida que se explicita en la relación entre una hija y su padre moribundo, y «Baila en el bosque», un relato sobre una fiesta brutal con unos gringos y una meada liberadora sobre una tumba que se encuentra bajo un árbol, con un estilo que nos recordó sin poder evitarlo a la salvaje Azul casi transparente de Ryu Murakami.

Antes de comenzar a leer esta antología recordamos aquella anécdota que contaba Cortázar de oídas en La vuelta al día en 80 mundos que se titulaba «De la seriedad en los velorios» donde dos borrachos entraban a un velatorio y lloraban de risa por una respuesta muy oportuna, mientras alguien les decía que no sabía que al muerto lo quisieran tanto en la oficina. Una de las virtudes de los relatos de esta antología, como aquella anécdota que contaba Cortázar, es que miran a la muerte de frente y ayudan al lector a reírse, o a pensar acerca de ella, pero dejando a un lado ese temor reverencial que nos acomete cada vez que la mencionamos. No por nada el título de la antología es el que es. Disfrutadla.
 

Título: Disculpe que no me levante
Autor: VV.AA.
Editorial: Demipage
Páginas: 400
Precio: 19 eur (rústica)  

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