¿Qué es eso de ir a IKEA a comprarse unos muebles? ¿Qué vulgaridad es esa? ¿Dónde ha quedado aquello de hacerse uno mismo los muebles a fuerza de serrucho y martillo o ir a cazar
un mamut a la estepa para alimentar a la familia? En nuestro afán por hacer de vosotros
y vosotras hombres y mujeres hechos y derechos os proponemos dar salida a esos
libros que tenéis en las estanterías de vuestra casa, que lo único que hacen es
coger polvo, porque jamás de los jamases los habéis abierto ni se os pasa por
la cabeza hacerlo en los próximos tres lustros. Por tanto, ¿qué mejor que hacer algo útil con esos paralelepípedos de cartón y papel ajenos a vosotros? Esos
mamotretos de Proust y Joyce, esos tomos de filosofía que un día os
comprasteis, por si acaso después de un ictus os daba por leerlos, esos clásicos
grecorromanos que siempre dejáis para más adelante, por fin van a encontrar su
sitio.
Hoy hemos reunido para vosotros unas cuantas propuestas que hemos encontrado por ahí (y ahí significa la señora internet) de muebles hechos con libros.
La variedad de propuestas de muebles hechos con libros es
inmensa. Comenzaremos por el que es a nuestro juicio el mueble por
antonomasia, el sillón, pues no hay otro sitio mejor para disfrutar de la
lectura que un buen sillón (algunos, seguro, disienten de esta opinión, como
Georges Perec, al que le gustaba leer en la cama, boca abajo y, qué demonios,
el que esto escribe lo hace de pie, paseando por la casa y leyendo en voz alta,
como un demente). Ahí van esos sillones:
Como no queremos molestar a Georges Perec (estés donde
estés, Georges, vuelve, por favor), ahí van unas camas ideales para la lectura.
Uno puede ir quedándose sin soporte a medida que avanzan sus lecturas o bien
seguir esa estrategia de que por cada libro que entra en casa sale otro y así
se mantiene un equilibrio que ni el Feng Shui, oiga. Con el segundo ejemplo
nos morderemos la lengua para que no nos tachen de libertinos, porque se nos
ocurren muchos comentarios procaces al respecto (que cada uno deje volar su
imaginación como quiera).
Ahora bien, lo más normal a la hora de estudiar es que apoyemos los libros en una mesa, y qué mejor para incitarnos al estudio (o para odiarlo ya sin remedio) que mesas construidas a partir de libros:
Y en las frías noches de invierno, qué mejor que una
alfombrita hecha de cantos de libros para tener los pies calentitos.
Sugerencia: los libros, mejor de terciopelo, que seguro que abrigan más. De cuero no, que resbalan.
Para leer es fundamental una buena luz, sobre todo para los
lectores nocturnos, por lo que os proponemos, en estos tiempos de Wikipedia, y
sabiendo de buena mano que ni Uqbar ni Tlön aparecen en las enciclopedias (lo
que las hace del todo inservibles), esta propuesta que da buena cuenta de ellas:
Cuando terminemos de leer puede que tengamos que dejar
nuestros instrumentos de estudio bien guardados. Qué mejor que esta cajonera en
la que es muy probable que perdamos cualquier cosa que pretendamos encontrar después::
Hay otro lugar en el que a menudo la gente piensa que va a
estar de lo más cómoda leyendo, pero se trata de un error de concepto clarísimo. Ese lugar es la bañera. Cuando uno lleva dos minutos en ella se da cuenta, ya sin posibilidad de rectificación, de que apenas puede mover los brazos porque el libro está casi en
contacto con su némesis natural: el agua. Aun así a alguien se le ha ocurrido que los
libros pueden ser buen material para construir bañeras. A nosotros, la verdad,
nos parece maltrato; de algún tipo, pero maltrato.
Puede que el baño no sea suficiente
para olvidarnos de las penas y que decidamos ir al bar a desahogarnos por
los exámenes que se avecinan, por la pareja que nos dejó o porque no nos sienta
bien el color rojo. Allí también podremos disponer de una barra construida a
partir de las vocaciones lectoras perdidas:
Por último, si uno solo se siente a buen cobijo bajo un
cielo plagado de letras, estos pueden ser buenos refugios:
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Y, para finalizar, podemos adentrarnos en el mundo de las
megaconstrucciones para llegar a estas edificaciones descomunales:
Pues nada, ya sabéis en qué invertir esos volúmenes inservibles que pueblan vuestras estanterías y que
cogen polvo sin cesar. Un poco de paciencia, cola, unas tijeras, un cúter,
y a trabajar.
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