miércoles, 6 de agosto de 2014

La vida perra de Juanita Narboni, de Ángel Vázquez: un monólogo desmitificador

Es imposible saber por qué un autor cae en gracia o no. Hay algunos a los que tan solo después de su redescubrimiento se ha podido colocar en su sitio, como a Henry Roth, Robert Walser o C.S. Lewis, por citar solo unos pocos. Hay otros que aún esperan su sitio entre los grandes y, aunque ya cuentan con un halo de grandes escritores, aún no son tan conocidos como merecerían. En mi opinión, uno de esos grandes autores es Ángel Vázquez, quien posiblemente fue el último escritor español maldito. Si hace poco hablábamos de un gran escritor español en el exilio y al que solo desde hace poco se le está empezando a reconocer su valía, como es Agustín Gómez Arcos, a Ángel Vázquez no le ha llegado aún ese momento.

Ángel Vázquez o Antonio Vázquez, nadie lo sabe muy bien, nació en Tánger en 1929. Vivió el esplendor y caída de la ciudad cosmopolita, que fue deteriorándose y perdiendo ese brillo que alcanzó como por arte de magia. Vázquez vivía en condiciones miserables y debía dinero a todo el mundo y, para más inri, era alcohólico, por lo que contaba con todas las papeletas para fracasar. Sin embargo, de la noche a la mañana le cayó en el año 1967 el premio Planeta. El dinero del premio se lo fundió ajustando cuentas con sus acreedores y bebiéndose unas buenas copas a la salud del premio. Después volvió a España y nunca salió del pozo que él mismo se construyó. Sin embargo fue un excelente escritor, un vanguardista que escribía con un oído magistral para las voces de los personajes.

Su mejor obra fue, sin duda, La vida Perra de Juanita Narboni, una novela de la que suele oírse hablar pero que, por desgracia, ha sido poco leída. La obra narra la vida de una mujer, Juanita Narboni, en Tánger, y todo ello a través de su monólogo interior. Juanita vive con sus padres y su hermana, a la que dice no soportar (la tacha de puta unas cincuenta veces a lo largo de la novela) pero la quiere como solo puede quererse a los hermanos. Su padre es alcohólico y probablemente acosa a las niñas marroquíes. Con su madre mantiene una relación que oscila entre el amor y el odio en cuestión de segundos. 

Hay dos hechos en la vida de Juanita que marcan su devenir: el primero es la huida de su hermana a Casablanca con un francés, que deja en Juanita un hueco imposible de llenar; la segunda es la muerte de su madre. Cuando Juanita es mayor y ya está próxima a la demencia apenas vive el presente: solo le queda el recuerdo de su hermana y su madre, a los que quizá nunca pudo sobreponerse.

La novela es magistral desde muchos puntos de vista. El principal es el lenguaje que empleó Vázquez en su escritura. El monólogo de Juanita está plagado de palabras procedentes de la yaquetía, derivada de la lengua sefardí, y con la que se expresaban muchos de los tangerinos de origen español. Es fascinante cómo suena en boca de Juanita, cómo se mezcla con los insultos clásicos del español y cómo de cuando en cuando aparece alguna frase en francés. Todo ello con frases cortas y vibrantes en las que se aprecia la mala leche de Juanita, pero también sus miedos y su angustia, como cuando reprende a su hermana por querer codearse con la gente bien de Tánger:

¿No te das cuenta, maldita, de que tú nunca podrás tomar el té como Berenice Duppo? Ella es condesa. Y no hay más que verla, todo ese teatro… Un poco sieso, pero auténtica. No te veo yo en casa de esa gran señora, cuando ni siquiera sabes comer una tortilla como Dios manda. Eres un chocho loco que solo el demonio sabe dónde irás a parar.

Hay otro personaje, Hamruch, la criada de la casa, que jugará también un papel principal en la novela, pues sirve a Juanita para desahogarse y para atenuar sus desvelos. La pérdida de Hamruch será el golpe definitivo a su cordura.

Vázquez fue capaz, a través de ese monólogo trepidante, de mostrarnos la vida de Tánger durante los años previos a su esplendor, cuando llegaron los extranjeros y lo ocuparon todo y no se veía por allí más que a nuevos ricos que se lucraban haciendo negocios más bien ilícitos y apenas se mezclaban con los marroquíes, y después la marcha de todos ellos y cómo los marroquíes fueron tomando el control y la vida fue tomando otro cariz. Pero Juanita nunca vivió esos años de esplendor en sus propias carnes. Siempre debió dinero a los demás y sobrevivió como pudo. El amor tampoco la acompañó. Los hombres que pasaron por su vida fueron todos homosexuales y desaparecieron de su vida igual que su familia. De ahí que una de las virtudes de esta novela sea esa desmitificación de Tánger que crearon muchos de los ingleses y norteamericanos que se establecieron allí durante los años de bonanza.

La lectura de la novela trae enseguida a la memoria a dos escritores, creo, muy similares a Vázquez: Manuel Puig y el ya mencionado Agustín Gómez Arcos. Las similitudes con el argentino son innegables, aunque no sean premeditadas. Se aprecia sobre todo en las voces de los personajes, muy locales, que emplean mucha jerga, y en la aparición de decenas de referencias a la cultura de masas. Ambos recurren a letras de boleros, de coplas o a pasajes de películas para ilustrar algunos de los episodios. Con Gómez Arcos tiene Ángel Vázque zen común la capacidad para crear el ambiente de la novela, para hacernos ver el espacio en el que se desarrolla cada escena sin que sea necesario describirla. Somos capaces de ver las calles de Tánger, la tienda de Marinita Medina (personaje que en realidad representaba a la madre de Vázquez) y podemos saborear algunas de las comidas que se mencionan a lo largo de la novela.

Sirva, por tanto, esta breve reseña (se quedan muchos aspectos de la novela sin comentar, pero no queremos abusar de la paciencia del lector) como alegato a favor de La vida perra de Juanita Narboni y para ensalzar la figura del gran Ángel Vázquez. Si con ello conseguimos que una sola persona se asome a sus páginas, estas líneas habrán merecido la pena.


Título: La vida perra de Juanita Narboni
Autor: Ángel Vázquez
Editorial: Cátedra
Páginas: 392
Precio: 14 euros (bolsillo)  

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