Es imposible saber por qué un
autor cae en gracia o no. Hay algunos a los que tan solo después de su
redescubrimiento se ha podido colocar en su sitio, como a Henry Roth, Robert
Walser o C.S. Lewis, por citar solo unos pocos. Hay otros que aún esperan su
sitio entre los grandes y, aunque ya cuentan con un halo de grandes escritores,
aún no son tan conocidos como merecerían. En mi opinión, uno de esos grandes
autores es Ángel Vázquez, quien posiblemente fue el último escritor español
maldito. Si hace poco hablábamos de un gran escritor español en el exilio y
al que solo desde hace poco se le está empezando a reconocer su valía, como es
Agustín Gómez Arcos, a Ángel Vázquez no le ha llegado aún ese momento.
Ángel Vázquez o Antonio Vázquez,
nadie lo sabe muy bien, nació en Tánger en 1929. Vivió el esplendor y caída de la
ciudad cosmopolita, que fue deteriorándose y perdiendo ese brillo que alcanzó como por arte de magia. Vázquez vivía en condiciones miserables y debía dinero a todo el
mundo y, para más inri, era alcohólico, por lo que contaba con todas las
papeletas para fracasar. Sin embargo, de la noche a la mañana le cayó en el año
1967 el premio Planeta. El dinero del premio se lo fundió ajustando cuentas con
sus acreedores y bebiéndose unas buenas copas a la salud del premio. Después
volvió a España y nunca salió del pozo que él mismo se construyó. Sin embargo fue un excelente escritor, un vanguardista que escribía con un oído magistral para las voces
de los personajes.
Hay dos hechos en la vida de Juanita
que marcan su devenir: el primero es la huida de su hermana a Casablanca con un
francés, que deja en Juanita un hueco imposible de llenar; la segunda es la
muerte de su madre. Cuando Juanita es mayor y ya está próxima a la demencia
apenas vive el presente: solo le queda el recuerdo de su hermana y su madre, a
los que quizá nunca pudo sobreponerse.
La novela es magistral desde
muchos puntos de vista. El principal es el lenguaje que empleó Vázquez en su
escritura. El monólogo de Juanita está plagado de palabras procedentes de la
yaquetía, derivada de la lengua sefardí, y con la que se expresaban muchos de
los tangerinos de origen español. Es fascinante cómo suena en boca de Juanita,
cómo se mezcla con los insultos clásicos del español y cómo de cuando en cuando
aparece alguna frase en francés. Todo ello con frases cortas y vibrantes en las
que se aprecia la mala leche de Juanita, pero también sus miedos y su angustia,
como cuando reprende a su hermana por querer codearse con la gente bien de
Tánger:
¿No te das cuenta, maldita, de que tú nunca podrás tomar el té como Berenice Duppo? Ella es condesa. Y no hay más que verla, todo ese teatro… Un poco sieso, pero auténtica. No te veo yo en casa de esa gran señora, cuando ni siquiera sabes comer una tortilla como Dios manda. Eres un chocho loco que solo el demonio sabe dónde irás a parar.
Hay otro personaje, Hamruch, la
criada de la casa, que jugará también un papel principal en la novela, pues
sirve a Juanita para desahogarse y para atenuar sus desvelos. La pérdida de
Hamruch será el golpe definitivo a su cordura.
Vázquez fue capaz, a través de
ese monólogo trepidante, de mostrarnos la vida de Tánger durante los años
previos a su esplendor, cuando llegaron los extranjeros y lo ocuparon todo y no
se veía por allí más que a nuevos ricos que se lucraban haciendo negocios más
bien ilícitos y apenas se mezclaban con los marroquíes, y después la marcha de
todos ellos y cómo los marroquíes fueron tomando el control y la vida fue
tomando otro cariz. Pero Juanita nunca vivió esos años de esplendor en sus
propias carnes. Siempre debió dinero a los demás y sobrevivió como pudo. El
amor tampoco la acompañó. Los hombres que pasaron por su vida fueron todos
homosexuales y desaparecieron de su vida igual que su familia. De ahí que una de las virtudes de esta novela sea esa desmitificación de Tánger que crearon muchos de los ingleses y norteamericanos que se establecieron allí durante los años de bonanza.
La lectura de la novela trae enseguida a la memoria a dos escritores, creo, muy similares a Vázquez: Manuel
Puig y el ya mencionado Agustín Gómez Arcos. Las similitudes con el argentino son innegables, aunque no
sean premeditadas. Se aprecia sobre todo en las voces de los personajes, muy
locales, que emplean mucha jerga, y en la aparición de decenas de referencias a
la cultura de masas. Ambos recurren a letras de boleros, de coplas o a pasajes
de películas para ilustrar algunos de los episodios. Con Gómez Arcos tiene Ángel Vázque zen
común la capacidad para crear el ambiente de la novela, para hacernos ver el
espacio en el que se desarrolla cada escena sin que sea necesario describirla.
Somos capaces de ver las calles de Tánger, la tienda de Marinita Medina
(personaje que en realidad representaba a la madre de Vázquez) y podemos saborear algunas de las comidas que se mencionan a lo largo de la novela.
Sirva, por tanto, esta breve
reseña (se quedan muchos aspectos de la novela sin comentar, pero no queremos abusar de la paciencia del lector) como alegato a favor de La vida perra de Juanita Narboni y para ensalzar la figura del gran Ángel Vázquez. Si con ello
conseguimos que una sola persona se asome a sus páginas, estas líneas habrán
merecido la pena.
Título: La vida perra de Juanita Narboni
Autor: Ángel Vázquez
Editorial: Cátedra
Páginas: 392
Precio: 14 euros (bolsillo)
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