Hay literatura de andar por casa, aquella que uno lee y al día siguiente, al levantarse, ya apenas recuerda. Por el contrario, hay libros que nos marcan y de los que quizá no recordemos bien su argumento pero sabemos que dejarán un poso en nosotros, una suerte de turbación que altera nuestra realidad y permite que la veamos con ojos nuevos. Esa nueva mirada puede llegar a durar el resto de la vida. En opinión de este humilde reseñista, El cordero carnívoro de Agustín Gómez-Arcos es uno de esos libros.

El libro comienza con la narración en primera persona de un hombre que espera en la casa familiar la llegada de un antiguo amante. Ese amante es su hermano, con el que mantuvo una relación incestuosa durante su infancia y adolescencia y que tras una estancia prolongada en América, donde se ha casado, vuelve a la casa familiar. El libro es, en realidad, la historia sobre la familia a la que pertenecen los dos hermanos, en la que el padre, republicano, queda derrotado después de la Guerra Civil, y ante la imposibilidad para encontrar una ocupación como abogado, dedica su tiempo a refugiarse en su despacho y a aconsejar a la gente humilde que va a la casa a visitarlo. La madre es heredera de una pequeña fortuna, es una mujer fuerte (o al menos aparenta serlo) y cumple con las convenciones sociales. Pero está asqueada de ese mundo de apariencias e hipocresías. Y, aunque en público critica la relación incestuosa de sus hijos, en el fondo sabe que ese acto de rebelión es también un alegato contra las normas impuestas por un régimen que trata de controlar a los individuos, y eso le satisface. Y está también en la casa Clara, la sirvienta, aunque mucho más que eso, y que irá tomando protagonismo a medida que avance la novela. La historia se sitúa en una ciudad andaluza, que con toda seguridad es Almería, de donde era originario el autor.
No hay una trama excesivamente elaborada, sino más bien una serie de escenas que la articulan. Se trata de recuerdos del narrador, normalmente en orden cronológico, que sitúan al lector ante ciertas situaciones complejas que dan pie a Gómez-Arcos a tratar muy diversos temas. Hay al menos dos escenas memorables en la novela. La primera es la que da comienzo al libro. Se trata de un monólogo, aunque de vez en cuando salta a la segunda persona del singular, en el que es imposible no percibir la ansiedad y el paso del tiempo durante la espera de una forma casi asfixiante. La otra escena imposible de olvidar es aquella en la que la madre les explica a sus hijos y a un profesor particular cómo debe ser una muchacha en la España franquista, cómo debe comportarse y por qué ella es como es y por qué la relación con el padre se ha deteriorado hasta ser dos extraños que conviven en la misma casa. Este es el mejor pasaje del libro, sin duda.
Hay otros detalles magníficos en la novela, como el hecho de que la casa de la ciudad en la que vive la familia sea exactamente igual que la que poseen en el campo: nada cambia, por mucho que los personajes se muevan. Hay también un destape del hermano mayor, Antonio, que muestra su sexo al profesor particular y a la madre, también hay un bautizo con estimulación anal incluida, o cierta escena en una iglesia que no vamos a desvelar aquí. Y junto a ello un padre que es una incógnita, un ser derrotado del que no sabemos nada salvo por algunas pinceladas que aportan sobre él los demás personajes. Es un muerto en vida.
Hay otros detalles magníficos en la novela, como el hecho de que la casa de la ciudad en la que vive la familia sea exactamente igual que la que poseen en el campo: nada cambia, por mucho que los personajes se muevan. Hay también un destape del hermano mayor, Antonio, que muestra su sexo al profesor particular y a la madre, también hay un bautizo con estimulación anal incluida, o cierta escena en una iglesia que no vamos a desvelar aquí. Y junto a ello un padre que es una incógnita, un ser derrotado del que no sabemos nada salvo por algunas pinceladas que aportan sobre él los demás personajes. Es un muerto en vida.
En la novela hay tiempo para recorrer múltiples temas. El modo de vida en la época franquista, la hipocresía de la Iglesia, el paisaje poblado de banderas y estatuas, y una radio en el despacho del padre que no deja de hablar de paz y victoria. Pero el tema principal quizá sea la libertad, la que perdió el padre tras la guerra, la que busca la madre con ciertos actos fuera del protocolo establecido y la de los hijos, que son los únicos personajes libres, que obran atendiendo únicamente a sus deseos.
El estilo de Gómez Arcos es pausado y minucioso, se detiene en detalles aparentemente insignificantes que después cobran vida. Es, en ocasiones, de un lirismo difícil de igualar. La primera escena es, de hecho, un ejemplo perfecto de ello. Utiliza también ciertas repeticiones que marcan el ritmo. Son aquellas en las que designa a Clara o a la madre con algún adjetivo que resume una actitud y que cierran algunos párrafos. El lenguaje empleado y el ritmo ayudan a crear un ambiente en la novela oscuro, hostil, atrasado. Esa es la mayor virtud de la novela.
El cordero carnívoro es, y lo escribo sin reticencias, uno de los mejores libros que he leído en el último año. Muy recomendable.
En un país donde los silencios eternos impiden cualquier desarrollo democrático fructífero, siempre hay una voz de fuera (aunque haya sido muy de dentro) que nos recuerda la mugre escondida bajo la alfombra. Este libro es una audaz respuesta a la hipocresía que reinó y reina por estos lares. Inolvidable
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