Agustín Fernández
Mallo es un escritor que no deja indiferente a nadie. Desde una poética muy
particular, un tanto inclasificable, mediante la que explora los límites
difusos entre la literatura y la ciencia, ha conseguido crear un proyecto
literario sólido. Atrás ha quedado la retirada de El hacedor
de Borges, Remake y su Proyecto Nocilla, y hace unos meses ha publicado de
la mano de Alfaguara su última obra, Limbo.
Nos hemos puesto en contacto con él para hacerle algunas preguntas acerca de su
visión del mundo editorial actual, del modo en que emprende la creación de sus
obras literarias, así como de su concepción poética. Agradecemos desde aquí su
disposición, que ha sido máxima, y vamos allá con la entrevista.
P: Poner una etiqueta a un escritor, en un primer
momento le puede beneficiar para darse a conocer, pero una vez que es más
conocido estas etiquetas son nocivas. A ti se te ha «encasillado» dentro de la
Generación Nocilla. ¿Qué opinión te merece esto? ¿Te ha perjudicado, te ha
beneficiado o ni una cosa ni la otra?
R: Pues no lo sé, no creo que haya pasado
suficiente tiempo como para saber si en mi caso eso me ha perjudicado o
beneficiado. De cualquier manera no lo veo como un encasillamiento sino como un
resultado de los movimientos naturales de la prensa cultural. Por otra parte,
cuando algo experimenta un boom, por llamarlo de algún modo, como el que le
ocurrió al Proyecto Nocilla es lógico que aparezcan etiquetas. La verdad es que
yo no le doy más importancia de la que tiene. Creo que lo importante son los
libros, y ahí está la buena acogida del público y de la crítica especializada.
Más no se puede pedir. Además, yo ya estoy en otras cosas. No te puedes quedar
meditando los éxitos, hay que ir siempre a buscar cosas nuevas, narrativas que
te estimulen. Seguir investigando tu propia poética.
R: En cierto modo, sí. Hasta hace unos 40 años
los diferentes saberes habían estudiado las cosas por separado, de manera
independiente. La biología no se mezclaba con la física, la arquitectura no se
mezclaba con la economía, la literatura no se mezclaba con las matemáticas,
etc. Pero hoy, y en parte gracias a los nuevos conceptos aparecidos a través
del estudio de redes –y no me refiero a la red Internet (que también), sino
redes en general–, sabemos que para la comprensión de todas esas cosas hace
falta también una visión a vista de pájaro o a vista de cámara satelital. Se
pierde el detalle pero se gana en la comprensión del todo, en las relaciones.
Ese conocimiento relacional es absolutamente necesario tanto en el plano
teórico, para guiar a los especialistas, como en el plano social, para ofrecer
alternativas no miopes a la población. Por lo demás, en mi caso concreto,
ocurre que desde siempre me han atraído muchas cosas, siempre me gustó buscar
relaciones entre objetos disímiles –lo que al fin y al cabo es la esencia de la
metáfora, de la poesía–, de modo que supongo que es algo natural que mis libros
estén llenos de esos vaivenes. Lo importante es crear realidad.
P: ¿Crees que tu formación científica ha supuesto
un obstáculo para la acogida de tu obra en ciertos círculos literarios?
R: En un principio, sí. Recuerdo que cuando
empecé con la poesía, a finales de los años 90, me decían que eso era inviable,
aunque por otra parte, y por esas mismas personas, mis poemas eran elogiados.
Creo que aquello respondía a un tabú, simplemente. Pero mi intuición me decía
que yo iba por el buen camino, que tenía algo de aportar en esa dirección. Y
que si al final no fuera así, me daba igual porque creo que uno debe escribir
siempre para sí mismo, para investigar su poética, no pensando en si va a
gustar o no a un público o en si es pertinente o no bajo criterios de la
literatura consolidada. Ahora, creo que ya nadie se cuestiona que las ciencias
son un relato más –de entre los muchos contemporáneos–, que puede estar sujeto
a una estética o aportar algo en ese terreno creativo fuera de la ciencia
pura.
P: La ciencia es parte importante de tus obras, y
no como elemento independiente, desligado de la trama, sino como algo
consustancial a ella y que se imbrica en las vidas de los personajes. Quitando
algunos ejemplos, como Tiempo de silencio de Martín Santos, o El árbol de la
ciencia, de Baroja, ¿consideras que hay poca presencia de la ciencia en las
novelas? ¿Cuándo se considerará que la belleza de, por ejemplo, la identidad de
Euler (eiπ + 1 = 0) es equiparable a la de cualquier poema de Auden?
P: ¿Cuáles son tus sitios y momentos preferidos
para escribir, o escribes allí donde te lo pide el cuerpo?
R: La verdad, tal como es mi método de trabajo,
que se resume en la ausencia de método, escribo en cualquier parte. Cuando hay
una idea que me emociona, escribo en un aeropuerto, en una cafetería, en la
casa de amigos, en un hotel, o donde sea. Es un método muy similar al que se
suele utilizar cuando escribes poesía, que no calculas ni estructuras el poema,
sencillamente va saliendo. En ese sentido, mis novelas tienen un aire orgánico,
se nota que han crecido en mi ordenador o en mi papel de la misma manera que
han crecido en mi cabeza, como un organismo vivo, con sus flecos y partes
sueltas pero, ojo, no por ello incoherentes o carentes de sentido. Como el
cuerpo de cada uno de nosotros. Creo que es importante esa inyección de vida,
de lo contrario podrían parecer acartonadas o muy calculadas, lo que las haría
inverosímiles.
R: Fue algo que me apareció así. La verdad, es
algo que no me lo planteo nunca. Cada historia me pide inicialmente un estilo,
una forma y voy hacia ello sin saber si quiera si será bueno o malo, eso ya lo
veré en su momento. Voy creando el mapa. El texto me va pidiendo todo eso
orgánicamente. Por ora parte, aclaro que lo de «fragmentario» siempre es algo
aparente. Lo absolutamente fragmentado el cerebro no podría ni tan si quiera
entenderlo. Siempre ha de haber hilos, corrientes, explícitas o implícitas, que
tengan vocación de conectar los fragmentos. Eso es lo que es crear un hilo
poético, y es lo más difícil, ahí radica el quid, la intuición del poeta, lo
que separa el triunfo del fracaso de un texto. Si únicamente te decides a
yuxtaponer fragmentos, por muy buenos que sean todos ellos, nada alumbran.
P: ¿Cómo ves el futuro del libro, no solo por las
cuestiones obvias de lo digital y la piratería, sino por la batalla que se
establece hoy día entre lo visual (televisión, cine, videojuegos, aplicaciones
para móviles…) y los textos?
P: ¿Podrías contarnos algo acerca de tu relación
con los editores? ¿Crees que su figura en necesaria, ahora que desde ciertos
ámbitos se aboga por la autoedición y que, de hecho, tú mismo comenzaste
autoeditándote un libro?
R: Mi relación con mis editores siempre es buena.
Confío totalmente en todos mis editores. La única manera de trabajar bien es
creyendo en ellos y generando esa confianza. Y si no existe, te la inventas.
Respecto a la autoedición tiene sentido si antes has expuesto el texto a
filtros de calidad –que habitualmente viene ejercidos por los editores–. Creo
que debe haber un filtro siempre, no necesariamente del editor, pero sí al
menos de lectores de confianza que te den su opinión. Editar por editar no
tiene sentido –a no ser que el libro tenga como único destino tu familia y
amigos, claro.
P: En tus obras acostumbras a combinar texto e
imágenes. ¿Qué importancia le concedes a lo visual en tus obras, en un mundo
actual en el que nos alimentamos constantemente de imágenes? ¿Tienes algún
proyecto literario entre manos en la actualidad?
R: Pues la verdad es que no le doy a la imagen
más relevancia que al texto. Sencillamente aparece algo que me apetece contar
con una imagen en vez de con un párrafo, y lo hago. Normalmente es porque creo
que, en un caso concreto, es mejor la imagen para comunicar una determinada
idea o construir una metáfora. Pero sólo es eso, no le doy importancia alguna.
El creador hoy tiene muchas herramientas a su alcance y debe usarlas a discreción
y sin complejos según le parezca, según su relato se lo pida. También tengo
libros –la mayoría–, donde no hay una sola imagen.
Respecto a los proyectos, estoy con un par de
novelas, un poemario y un ensayo. No me aburro.
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