miércoles, 7 de mayo de 2014

Entrevista: Agustín Fernández Mallo, la poética de la ciencia

Agustín Fernández Mallo es un escritor que no deja indiferente a nadie. Desde una poética muy particular, un tanto inclasificable, mediante la que explora los límites difusos entre la literatura y la ciencia, ha conseguido crear un proyecto literario sólido. Atrás ha quedado la retirada de El hacedor de Borges, Remake y su Proyecto Nocilla, y hace unos meses ha publicado de la mano de Alfaguara su última obra, Limbo. Nos hemos puesto en contacto con él para hacerle algunas preguntas acerca de su visión del mundo editorial actual, del modo en que emprende la creación de sus obras literarias, así como de su concepción poética. Agradecemos desde aquí su disposición, que ha sido máxima, y vamos allá con la entrevista.

P: Poner una etiqueta a un escritor, en un primer momento le puede beneficiar para darse a conocer, pero una vez que es más conocido estas etiquetas son nocivas. A ti se te ha «encasillado» dentro de la Generación Nocilla. ¿Qué opinión te merece esto? ¿Te ha perjudicado, te ha beneficiado o ni una cosa ni la otra?
R: Pues no lo sé, no creo que haya pasado suficiente tiempo como para saber si en mi caso eso me ha perjudicado o beneficiado. De cualquier manera no lo veo como un encasillamiento sino como un resultado de los movimientos naturales de la prensa cultural. Por otra parte, cuando algo experimenta un boom, por llamarlo de algún modo, como el que le ocurrió al Proyecto Nocilla es lógico que aparezcan etiquetas. La verdad es que yo no le doy más importancia de la que tiene. Creo que lo importante son los libros, y ahí está la buena acogida del público y de la crítica especializada. Más no se puede pedir. Además, yo ya estoy en otras cosas. No te puedes quedar meditando los éxitos, hay que ir siempre a buscar cosas nuevas, narrativas que te estimulen. Seguir investigando tu propia poética.  

P: Hoy en día se vive en un mundo en el que prima la especialización. Sin embargo, se agradece encontrar a gente como tú, con intereses diversos. Eres físico, escribes obras literarias, compones música, has hecho tus pinitos con algún corto, te gusta la fotografía. ¿No crees que nos perdemos muchas cosas por el afán de la especialización?
R: En cierto modo, sí. Hasta hace unos 40 años los diferentes saberes habían estudiado las cosas por separado, de manera independiente. La biología no se mezclaba con la física, la arquitectura no se mezclaba con la economía, la literatura no se mezclaba con las matemáticas, etc. Pero hoy, y en parte gracias a los nuevos conceptos aparecidos a través del estudio de redes –y no me refiero a la red Internet (que también), sino redes en general–, sabemos que para la comprensión de todas esas cosas hace falta también una visión a vista de pájaro o a vista de cámara satelital. Se pierde el detalle pero se gana en la comprensión del todo, en las relaciones. Ese conocimiento relacional es absolutamente necesario tanto en el plano teórico, para guiar a los especialistas, como en el plano social, para ofrecer alternativas no miopes a la población. Por lo demás, en mi caso concreto, ocurre que desde siempre me han atraído muchas cosas, siempre me gustó buscar relaciones entre objetos disímiles –lo que al fin y al cabo es la esencia de la metáfora, de la poesía–, de modo que supongo que es algo natural que mis libros estén llenos de esos vaivenes. Lo importante es crear realidad.          

P: ¿Crees que tu formación científica ha supuesto un obstáculo para la acogida de tu obra en ciertos círculos literarios?
R: En un principio, sí. Recuerdo que cuando empecé con la poesía, a finales de los años 90, me decían que eso era inviable, aunque por otra parte, y por esas mismas personas, mis poemas eran elogiados. Creo que aquello respondía a un tabú, simplemente. Pero mi intuición me decía que yo iba por el buen camino, que tenía algo de aportar en esa dirección. Y que si al final no fuera así, me daba igual porque creo que uno debe escribir siempre para sí mismo, para investigar su poética, no pensando en si va a gustar o no a un público o en si es pertinente o no bajo criterios de la literatura consolidada. Ahora, creo que ya nadie se cuestiona que las ciencias son un relato más –de entre los muchos contemporáneos–, que puede estar sujeto a una estética o aportar algo en ese terreno creativo fuera de la ciencia pura. 

P: La ciencia es parte importante de tus obras, y no como elemento independiente, desligado de la trama, sino como algo consustancial a ella y que se imbrica en las vidas de los personajes. Quitando algunos ejemplos, como Tiempo de silencio de Martín Santos, o El árbol de la ciencia, de Baroja, ¿consideras que hay poca presencia de la ciencia en las novelas? ¿Cuándo se considerará que la belleza de, por ejemplo, la identidad de Euler (e + 1 = 0) es equiparable a la de cualquier poema de Auden?
R: Tal como enunciáis vuestra pregunta estáis dando en el clavo. Me explico: la presencia de la ciencia en la literatura es muy antigua, podemos pensar en el magnífico poema de Lucrecio, De la naturaleza de las cosas escrito en el siglo II d.C., que es un tratado de física de su época, o podemos pensar en las novelas de Sherlock Holmes, o de la ciencia ficción, o en CSI Miami, da lo mismo, todos ellos utilizan la ciencia como trama del relato. A mí esto no me interesa tanto. Lo que yo hago con la ciencia es algo muy distinto, se trata de hacer que genere metáforas por sí misma. No la uso como explicación de una trama sino como generadora de una poética a través de la belleza que a mí me parece detectar en ella. De este modo, la Identidad de Euler que vosotros citáis me vale como pieza que combinada con otras narrativas cobre un sentido diferente, genere un discurso metafórico, poético. Por decirlo de algún modo, descontextualizarla para que la belleza que le es intrínseca se abra a otros contextos, alcance otro sentido.    

P: ¿Cuáles son tus sitios y momentos preferidos para escribir, o escribes allí donde te lo pide el cuerpo?
R: La verdad, tal como es mi método de trabajo, que se resume en la ausencia de método, escribo en cualquier parte. Cuando hay una idea que me emociona, escribo en un aeropuerto, en una cafetería, en la casa de amigos, en un hotel, o donde sea. Es un método muy similar al que se suele utilizar cuando escribes poesía, que no calculas ni estructuras el poema, sencillamente va saliendo. En ese sentido, mis novelas tienen un aire orgánico, se nota que han crecido en mi ordenador o en mi papel de la misma manera que han crecido en mi cabeza, como un organismo vivo, con sus flecos y partes sueltas pero, ojo, no por ello incoherentes o carentes de sentido. Como el cuerpo de cada uno de nosotros. Creo que es importante esa inyección de vida, de lo contrario podrían parecer acartonadas o muy calculadas, lo que las haría inverosímiles. 

P: Con Limbo, tu última obra, te has alejado algo (aunque quizá solo aparentemente) de las estructuras más fragmentarias de tus obras anteriores y has escrito una novela más tradicional en lo que a la estructura se refiere. ¿Fue este un cambio premeditado, o te lo pidió el libro a medida que lo escribías? Y, a colación de esto, ¿te consideras más un escritor de plano o de brújula?
R: Fue algo que me apareció así. La verdad, es algo que no me lo planteo nunca. Cada historia me pide inicialmente un estilo, una forma y voy hacia ello sin saber si quiera si será bueno o malo, eso ya lo veré en su momento. Voy creando el mapa. El texto me va pidiendo todo eso orgánicamente. Por ora parte, aclaro que lo de «fragmentario» siempre es algo aparente. Lo absolutamente fragmentado el cerebro no podría ni tan si quiera entenderlo. Siempre ha de haber hilos, corrientes, explícitas o implícitas, que tengan vocación de conectar los fragmentos. Eso es lo que es crear un hilo poético, y es lo más difícil, ahí radica el quid, la intuición del poeta, lo que separa el triunfo del fracaso de un texto. Si únicamente te decides a yuxtaponer fragmentos, por muy buenos que sean todos ellos, nada alumbran.  

P: ¿Cómo ves el futuro del libro, no solo por las cuestiones obvias de lo digital y la piratería, sino por la batalla que se establece hoy día entre lo visual (televisión, cine, videojuegos, aplicaciones para móviles…) y los textos?
R: Tal como yo lo veo, los relatos apocalípticos no son creíbles. El libro de papel seguirá existiendo, no hay motivo para pensar que no, porque lo que alguna vez ha sido bueno será bueno siempre, de igual modo que porque se inventara el coche no desapareció la bicicleta, lo que cambiaron fueron sus usos: de ser un método de transporte de mercancías pasó a objeto meramente lúdico o deportivo. O del mismo modo que la tv no mató a la radio, ni el cine mató al teatro, sencillamente mutó. Y es lógico, es natural, así viene ocurriendo con todo desde siempre. Creo que en el futuro los libros en papel y en pantalla convivirán tranquilamente. Incluso aunque se acaben los árboles inventaremos una pasta sustituta de la celulosa del modo que sea. No hay que pasar por alto que el libro en papel es uno de los inventos más perfectos hechos por el ser humano, la relación diseño/prestaciones/contenido es difícilmente mejorable. Aparte, creo que hay una vía de creación muy prometedora a través de las tablet, y que yo mismo he ensayado con alguno de mis libros. Las tablet permiten al escritor introducir vídeo, sonido, links en tiempo real a la Red, etc, de tal modo que el escritor, en tanto en cuanto debe manejar diferentes lenguajes, ya es algo más; es una especie de compositor de un artefacto que aún está por definir. En ese campo está todo por hacer, estamos en su prehistoria y quien quiera tirar por ese camino tiene una selva virgen y muy prometedora por descubrir.         

P: ¿Podrías contarnos algo acerca de tu relación con los editores? ¿Crees que su figura en necesaria, ahora que desde ciertos ámbitos se aboga por la autoedición y que, de hecho, tú mismo comenzaste autoeditándote un libro?
R: Mi relación con mis editores siempre es buena. Confío totalmente en todos mis editores. La única manera de trabajar bien es creyendo en ellos y generando esa confianza. Y si no existe, te la inventas. Respecto a la autoedición tiene sentido si antes has expuesto el texto a filtros de calidad –que habitualmente viene ejercidos por los editores–. Creo que debe haber un filtro siempre, no necesariamente del editor, pero sí al menos de lectores de confianza que te den su opinión. Editar por editar no tiene sentido –a no ser que el libro tenga como único destino tu familia y amigos, claro.

P: En tus obras acostumbras a combinar texto e imágenes. ¿Qué importancia le concedes a lo visual en tus obras, en un mundo actual en el que nos alimentamos constantemente de imágenes? ¿Tienes algún proyecto literario entre manos en la actualidad?
R: Pues la verdad es que no le doy a la imagen más relevancia que al texto. Sencillamente aparece algo que me apetece contar con una imagen en vez de con un párrafo, y lo hago. Normalmente es porque creo que, en un caso concreto, es mejor la imagen para comunicar una determinada idea o construir una metáfora. Pero sólo es eso, no le doy importancia alguna. El creador hoy tiene muchas herramientas a su alcance y debe usarlas a discreción y sin complejos según le parezca, según su relato se lo pida. También tengo libros –la mayoría–, donde no hay una sola imagen.
Respecto a los proyectos, estoy con un par de novelas, un poemario y un ensayo. No me aburro.  

P: ¿Podrías decirnos cinco libros que te hayan marcado como escritor y como lector?
R: Lógicamente, hay muchos, pero ya que me obligas a decir cinco, serían: Las aventuras de Tom Sawyer, de Mark Twain, Volverás a Región, de Juan Benet, El hacedor, de Borges, Corrección de Thomas Bernhard, Ruido de fondo, de Don de Llillo    

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