Si por algo se conoce a Alan Moore
es por sus extraordinarios cómics y, quien no los conoce, seguro que ha visto
alguna de las adaptaciones que se han hecho para el cine de varios
ellos (Watchmen, V de Vendetta, From
Hell, La liga de los hombres extraordinarios…). Yo, que he sido un fan
incondicional de sus cómics, tenía especial cariño por uno de ellos, que no era
tan seguido entre sus admiradores como algunos otros que por aquel entonces
escribía al mismo tiempo (el tipo guionizaba cuatro series a la vez en el sello
ABC Comics): el cómic en cuestión se titulaba Promethea, trataba sobre una superheroína cuya existencia solo tenía
sentido en el mundo del cómic y que iba descubriendo los secretos de la magia
poco a poco. Nunca llegué a saber cómo terminaba porque mi abuela tiró un día a
la basura todos esos cómics («si eran solo tebeos», me dijo, y fue la única vez
que tuve impulsos homicidas, pero una abuela es una abuela y se la quiere igual,
aunque tire una obra maestra a la basura), y después nunca reuní ni el tiempo
ni el dinero suficientes como para recuperar la serie. Y todo este prólogo para
comenzar con la reseña de Ángeles
fósiles, un texto breve de Alan Moore que se ha lanzado a publicar La
Felguera, una editorial de la que somos seguidores incondicionales.

Alan Moore rechaza la magia
actual, que dice que es pura farsa, grupos de gente que se disfraza para pasar
el rato, anclados en rituales del pasado y que intentan competir con la ciencia
por la posesión de la verdad. En esto Moore es claro: la magia no puede medirse
con la ciencia, pues no puede encontrar acomodo en su método. La ciencia
trabaja con variables mensurables, mientras que la magia trabaja en el mundo de
lo subjetivo, el de la conciencia, el de la capacidad para comprender el mundo
desde un óptica puramente personal. Tampoco puede ser la magia una forma de
religión, afirma el autor, pues es justamente lo opuesto. Mientras que
considera la religión como una suerte de fascismo cósmico (pues las religiones
suelen contener esa idea intrínseca de que la unión hace la fuerza), la magia
es una búsqueda personal (y, por tanto, muy cercana a la anarquía, que es la
idea política que Alan Moore ha defendido siempre).
Por tanto, el único camino por
seguir que le queda a la magia es el del arte, que permite al mago (al artista)
seguir un camino personal de expresión y comprensión del mundo y, al mismo
tiempo, tratar de comunicárselo a los demás. El acto mágico tiene lugar cuando
el artista conecta con el público y, entonces, todo aquello que el mago soñó
alguna vez con conseguir mediante trucos (dinero, fama, mujeres) resulta que es
capaz de alcanzarlo mediante el arte. Ahora bien, ¿dónde está el arte? Alan
Moore responde más bien dónde no está el arte. No está en las ideas de la New Age, ni
en las sectas conspiranoicas, ni en las reuniones de masones, sino que está en
cualquier sitio que nosotros queramos y está, sobre todo, dentro de nosotros
mismos.

Por tanto, estamos ante un libro
no solo para incondicionales de Alan Moore, sino también ante una
reivindicación del arte y de su capacidad mágica para conseguir que un creador
que expresa sus ideas acerca del mundo sea capaz de conectar con nosotros y
modificar nuestra percepción de la realidad. De algún modo el creador consigue remover algo que había en
nuestro interior y que no sabíamos que andaba por allí, que estaba agazapado y
como a la espera de que alguien lo desvelase. Esa es, posiblemente la
gran magia del arte.
Autor: Alan Moore
Editorial: La Felguera
Páginas: 168
Precio: 22 eur (cartoné)
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