miércoles, 19 de febrero de 2014

Entrevista: Celya, una editorial al servicio de todos

Desde que iniciamos nuestras publicaciones en Libros, instrucciones de uso no hemos recibido más que buenas noticias y un trato muy amable de aquellos con los que hemos contactado. Pero hemos de reconocer que tras nuestra entrevista con Joan Gonper, editor de la editorial Celya, la experiencia fue un paso más allá. Tuvimos la sensación de haber recibido una clase magistral de edición en un encuentro que se nos fue de las manos —estuvimos casi cuatro horas charlando amigablemente con Joan y escuchando la desmesurada cantidad de proyectos locos que rondaban su cabeza—.  Él lo tiene claro: el editor debe vender libros. No deja de tener una visión un tanto romántica de la edición, pero constantemente nos recuerda que el editor también come y tiene hijos a los que debe vestir y que eso lo consigue vendiendo libros. Nos aporta esa visión realista del oficio de la que otros prefieren no hablar, quizá por ese miedo a que les tachen de simples mercachifles. Pero Joan no se oculta. Para él, desde un punto de vista comercial, los libros son productos, y vender libros no es muy diferente de vender botas, como llevar las cuentas de una editorial no es muy diferente de llevar las cuentas de una granja. Esperamos que disfrutéis de esta entrevista tanto como nosotros lo hicimos.   

P: La primera pregunta es obligada, ¿qué es Celya?
R: Los orígenes de Celya se remontan al año 1995 más o menos. Un grupo de gente que estábamos en Salamanca organizamos el Centro de Estudios Literarios y de Arte Castilla León y de ahí el acrónimo Celya. Al principio se creó como asociación cultural y con el tiempo nos dimos cuenta de que para temas fiscales y demás era necesario crear la editorial. Con la editorial, como ocurre con cualquier proveedor que busca vender sus productos, lo que intentamos es que todo salga convenientemente barato.  Así,  entramos con acciones en una imprenta, también en una distribuidora... Nos hemos metido en todos los planes comerciales que ha habido en Castilla León (exportaciones, ayudas a la edición, ayudas a páginas web…). Todo eso nos ha ido dando una cierta velocidad a la hora de trabajar, ya que controlamos todos los procesos relacionados con la edición, salvo la distribución a nivel nacional, que se realiza por distribuidores regionales. Además procuramos estar en contacto con medios de comunicación, agencias de noticias, con agentes literarios o con revistas literarias. Pero hay que tener en cuenta que hoy conviven muchas editoriales. Nosotros arrancamos en la narrativa y poesía de autores jóvenes, como las bodegas que arrancan con un vino joven. A veces nos llegan productos interesantes (yo los llamo productos, que son libros, pero no dejan de ser productos que hay que vender) y eso es una gran ayuda para la editorial. En estos momentos tenemos unos 350 títulos en nuestro fondo. Pero también hacemos libros para otras editoriales y entidades. Llevamos a cabo la fotomecánica, el montaje y la maquetación siguiendo sus directrices. Y eso es más o menos lo que es Celya.

P: Hemos visto en vuestra página web que hay una sección llamada gente Celya. ¿Qué es gente Celya?
R: Desde hace 12 años estuvimos haciendo a través de la asociación cultural una serie de actividades orientadas a ciertas zonas desfavorecidas. Así, en Salamanca trabajábamos mucho en la zona de la frontera y después también con Portugal. En Portugal es muy caro hacer libros, y esa es una buena forma de poder llevarlos hasta allí y darlos a conocer. A través de uno de los socios de Zamora, Jesús Losada, comenzamos a crear las universidades de verano, que eran encuentros en los que llevábamos a músicos, autores, artistas en general, para llevar a cabo actividades, que no eran estrictamente editoriales, sino actividades varias. Con ellas, eso sí, te podías poner en contacto con mucha gente que se ponía a su vez en contacto con nosotros y con nuestras publicaciones. Han sido 10 años organizando actividades culturales. Muchas de ellas se hacían en verano, coincidiendo con las fiestas de los pueblos. Así, por ejemplo, en Tábara, provincia de Zamora, organizamos junto con su ayuntamiento una actividad que se llamó «Literatura y estrellas» en la que conseguimos a un profesor que organizó una visita para ir a ver estrellas a una zona con muy poca contaminación lumínica, donde se presentaron 400 personas. Así aprovechamos estas actividades para presentar nuestra editorial a los visitantes. Muchos de ellos se apuntan después en una lista y nos proponen nuevas actividades, y además se interesan por nuestras colecciones. Gente Celya, al final, vienen a ser un conjunto de afectos y conocidos en torno a la editorial, con los que se mantiene contacto. Nosotros, como editorial les hacemos ofertas o, en función de su perfil cultural, les decimos qué libros les pueden interesar, o incluso si se trata de ayuntamientos que participan con nosotros en las actividades les donamos libros que tenemos como excedentes y así abastecemos sus bibliotecas. Es una labor cívica, social, cultural, de conocimiento, de viajes…

P: Centrándonos ahora en las publicaciones de vuestra editorial, ¿cuáles son las diferencias entre las distintas colecciones que ofrece Celya?
R: Generación del Vértice, que es la más amplia, nació en 1990. Es un conjunto de poetas que ya sabíamos que iban a estar a un lado del siglo y al otro, es decir, había un vértice por medio, pero el nombre también vino de una Generación del Vértice que surgió del postfranquismo. Esta colección es de poesía, exclusivamente poesía. Y llevamos unos 125 títulos de esta colección. Pero entonces uno de nuestros autores nos comentó que estaba pensando en escribir narrativa. Y así nació la colección Lunaria. Luego, la colección Aedo surgió cuando comenzábamos en el mundo de la poesía y de hecho la pusimos en marcha cuando todavía éramos asociación cultural. Nos propusimos tratar de mezclar a autores consagrados con autores inéditos nuestros. Y allí estaban Leopoldo Luis, Gonzalo Rojas, Pepe Hierro, es decir, clásicos contemporáneos de la poesía, y luego teníamos a los jóvenes, que luego han dado el salto a los premios literarios y de ahí a la publicación con otras editoriales. Había unos catorce o quince libros en la colección, que llevaban un texto manuscrito del autor. De hecho la selección la hacía el propio autor.  Después, la colección Albero, un batiburrillo de libros de ensayo, novela, textos descatalogados, etc. Son libros un poco descatalogados pero en los que buscamos al menos que mantengan nuestro diseño. También hemos hecho comics con una asociación de Cataluña, que primero fueron asociación y ahora ya se han convertido en editorial. También montamos otra editorial que se llamaba Abbat, con la que publicábamos facsímiles. Eran libros de edición limitada, por ejemplo hicimos una edición del Cantar del Mío Cid, que llevaba una serie de láminas de uno de los mejores pintores de Castilla León y que hoy aún se ve por ahí a un precio de unos 600 euros. 

P: En un mundo en el que hoy día se apuesta sobre todo por la narrativa y las lecturas fáciles, ¿por qué Celya apostó por la poesía?
R: Quizá porque Celya era un colectivo que nació en ese ámbito. Nos empezamos a reunir en el Ateneo de Salamanca, donde venía gente de Bellas Artes, chavales que estudiaban Filología, algún profesor de universidad… De hecho arrancamos sin dinero. Simplemente teníamos ideas y nos dijimos: vamos a hacerlo. Así empezamos por lo más pobre, digamos, libros de poesía, que son 56 páginas y no hace falta mucho más. Pero cuando nació la colección de narrativa, que fue con relatos cortos, luego ya pasamos a la novela. Al final empezamos a movernos más rápidamente y a buscar posibilidades en otros nichos de mercado. En Tábara organizamos el Premio de Poesía León Felipe. Surgió también el premio de narrativa El Mago Merlín, aunque este duró solo dos años. Pero también hemos hecho libros técnicos, ensayos, etc.

P: ¿Cómo diseñáis vuestras colecciones?
R: Bueno, la pregunta tiene dos sentidos. Por un lado, el del continente, y por otro el de los contenidos. En cuanto al continente, al tener las colecciones establecidas, no te puedes salir de ellas. Cuando creamos el concepto editorial, diferentes diseñadores fueron los que diseñaron el logotipo, las tarjetas, etc. y esas colecciones siguen tal cual se crearon hace 20 años. Sí que modificamos algunas cuestiones de diseño con el tiempo. Por ejemplo, nos dimos cuenta de que las páginas de las colecciones de poesía quedaban muy frías, por lo que les añadimos algunos elementos adicionales; y también teníamos especial cuidado en las páginas de créditos, en las que siempre hay que intentar que no falte nadie. Hay que tener además mucho ojo con todo lo que implica la maquetación de contenidos: los márgenes, interlineados, los pies de foto, la solapa, incluso el colofón. 
En cuanto al contenido, ya es que venga, que tenga, que convenga, y que se venda. ¿Quién dice que un autor se vaya a vender? Recuerdo a un estudioso de Castilla León que decía que había autores malos malos, malos buenos, buenos malos, y buenos buenos. Los buenos buenos son Borges, y punto. Los malos malos son esos autores que quieren publicar un libro sea este como sea. A lo mejor llega un chico joven de 18 años que quiere publicar un poemario, y se le da la oportunidad de publicarlo. Y luego te encuentras con que ese chaval es capaz de vender 1200 ejemplares. A ti el contenido puede que no te guste mucho, pero ha vendido 1200 ejemplares. Luego están los malos buenos, que son aquellos que son malos pero que son capaces de cambiar algo en su forma de escribir para tratar de mejorar. Y en esta categoría entran la mayoría de escritores que se ven por ahí. En España hay unos 175000 poetas. Pues calcula que unos 17380 poetas son malos buenos. Y por último, los buenos malos son aquellos que han ganado algún premio, que son conocidos en sus provincias, que escriben reseñas en diferentes medios… Nosotros tenemos a alguno de esos autores. Por ejemplo, el caso de Belén Reyes, que es una chica a la que nunca harán una reseña, y sin embargo ha vendido con alguno de sus títulos casi 5000 ejemplares. Eso sí, la llaman porque era amiga de Gloria Fuertes, la llaman grupos feministas, pero vende porque llega. No es poesía académica, pero vende. Otro ejemplo es Santos Jiménez, un hombre que es albañil y que ha vendido unos 7000 ejemplares.  Otro fue el libro de la Quinta del 63, que eran autores del año 63 y más menos uno. Hice la selección yo mismo y muchos de ellos son los que ahora pintan algo en el mundo literario. Esa selección se creó con un criterio de calidad muy estricto.

P: Pasando ya a hablar del mundo de la edición en general, ¿cómo ve el mundo editorial hoy en día?
R: En Castilla-La Mancha se han creado muchas bibliotecas públicas y privadas. Castilla-La Mancha tiene unas 600, Andalucía 800, Cataluña tiene 750. Pero se lee muy poco.  Hay varias etapas de lectura. Una etapa de infancia. Si no saltas a la etapa de la adolescencia ya no se suele retomar la lectura. Si saltas, a lo mejor la retomas a los 17-18 años. Hay universitarios que únicamente leen los libros obligatorios de texto. A nivel de datos, el año pasado cerraron el 21 % de las librerías en España. En Francia por ejemplo tienen la dificultad de Amazon, que ahora empieza a verse también aquí. Además, del precio del libro en torno al 60% se va entre la distribución y el librero, de modo que tú te tienes que pelear un poco con el autor para tratar de cubrir gastos. Es una cuestión de porcentajes y de números. Pero el problema principal es que se lee muy poco. Ahora, ¿de qué sirve que nos regalen un cacharrito con 5000 libros dentro si luego esa persona lee dos libros al año?

P: ¿Cree que ha cambiado el papel del editor en los últimos años?
R: El de editor es un oficio, no una profesión. Es un oficio en el que te tiene que gustar leer mucho, te tiene que gustar viajar, que te guste conocer… En mi caso, esto es lo que sustenta Celya. Ahora, ¿ha cambiado el oficio? Las nuevas tecnologías lo que están haciendo es inhibir al lector. Lo audiovisual te lo cuenta todo, también la música o los blogs, pero los libros no, con los libros tienes que hacer un esfuerzo. Pero eso no impide que cada uno pueda encontrar su nicho. Por ejemplo, en la época de la radio, apareció la televisión y al final cada uno encontró su espacio. En la época de las nuevas tecnologías el libro ha de encontrar su lugar. El otro día el director del New York Times decía que hace unos años la gente iba con calesas y caballos y que hoy se ha perdido ese formato generalista de ir con calesa y caballos, pero los caballos siguen existiendo. A lo mejor ahora es más sectario, y posiblemente no se ha perdido el gusto por montar a caballo, o al menos hay cierta gente que no lo ha perdido. Con la llegada de lo digital quizá no se lee como antes y no eres dueño de los contenidos, pero puedes leer de otra manera. El oficio de editor se mueve ahora en ese fenómeno. Por eso, para mí, dar una charla en un colegio puede ser más enriquecedor que vender 20 libros, porque a lo mejor estoy creando lectores. Las charlas que yo doy en los colegios comienzan con cómo hacer un libro desde el formato de cómo romper un libro. Les llevo libros para que los rompan y vayamos viendo sus partes. Algunos de los niños se declaran insumisos, otros dicen OK, otros se lo pasan estupendamente y otros hacen pajaritas de papel o barcos con las páginas. Pero no nos olvidemos de que la esencia del oficio del editor sigue siendo la misma: hay que vender libros. Aun así, el de editor es un oficio de mucho regusto, que te da muchos placeres, muy onanista quizá, pero sí es cierto que es un divertimento agradecido, y no deja de ser un oficio para intentar llegar a fin de mes. 

P: Pero en realidad, quizá la lucha no esté tanto entre el libro de papel y el libro electrónico sino entre el libro y la inmediatez de lo audiovisual…
R: El año pasado solo el 15 % fueron libros editados en formato electrónico. Sin embargo, se habla exclusivamente del libro electrónico, ¿por qué? Porque las grandes empresas tienen muchos fondos, los tienen maquetados, y aunque estén descatalogados los pueden sacar en este formato. Pero efectivamente, es como comentáis, es un asunto de inmediatez. ¿Quién se va a parar un rato a leer, salvo los que van en el transporte público, que en lugar de estar dos horas mirando el paisaje cogen un libro y lo leen? Pero qué duda cabe: lo visual está mucho más presente. E incluso lo estamos viendo con los vídeos: hay estudios que demuestran que un vídeo cuando dura más de un minuto y medio ya pierde el interés. En realidad… se lee poco, pero dentro de lo poco que se lee, hay gente que lee mucho. Por ejemplo, un abogado está leyendo todos los días, un médico, un técnico, un periodista, un filólogo. A lo mejor el gran sustrato social no lee, y así nos va. Por ejemplo, ahora ves el 15-M. Yo me pasaba por allí de vez en cuando y ves que están rescatando todas las frases de Mayo del 68. ¿Por qué? Porque les falta una actitud crítica y están redescubriendo ahora a Aristóteles. La sociedad nos ha acostumbrado a la inmediatez. La bonanza económica nos ha aletargado y el placer de leer no existe si es una obligación. Si al chaval tú le pones a leer por obligación una página todos los días, lo hará cuando deje de jugar al balón. Estamos hablando en que hubo un momento en el que Góngora y Quevedo tenían rifirrafes y disputas igual que las tienen hoy Messi y Cristiano Ronaldo, y la gente les seguía. Todo eso se ha ido perdiendo hasta llegar a esta sociedad decadente en la que lo que falta es cultura. Y volviendo al poder de las imágenes, yo aprendí a leer con un libro de Bruguera en el que lo único que veías eran santos y texto. El texto no lo leí nunca, pero los santos entraban muy bien. Por eso funcionan bien los cómics. Nosotros hemos publicado un cómic sobre el Greco y hemos distribuido 1500 ejemplares. Pero hay otros problemas, como el hecho de que el único programa sobre libros que hay en televisión sea «Página 2», que lo emiten los domingos por la tarde y que ponen entrevistas muy sesudas con los autores, o incluso los formatos de los suplementos culturales que son tochos que no se los lee nadie. O, por ejemplo, la enseñanza de la poesía, que no ha cambiado y los últimos autores que se enseñan son todavía los de la generación del 27, autores de hace 100 años.

P: ¿Qué opinión tiene del crowdfounding y de la autoedición?
R: Los libros tienen que salir. Hay un emisor, un código y un receptor. Si el emisor está preparado y tiene un producto bueno, y si el crowdfounding dice que esa obra puede llegar, ¿por qué no va a llegar? Nosotros tuvimos un ejemplo con un catálogo de Bunbury que ofrecimos como un posible libro, y los fans comenzaron a comprarlos y se publicó. En una de las páginas del libro estos fans que colaboraron aparecían como «mecenas» de la edición.

P: Y ahorra irrumpe Amazon en el mercado de los libros en España. ¿Qué opinión les merece este gigante?
R: Amazon comenzó vendiendo otros productos y al final se ha decantado por los libros porque tienen un formato económico muy interesante. Amazon tiene dos formatos: el digital y el libro tradicional. Nosotros vendemos libros tradicionales que directamente se los pasamos a nuestro distribuidor, ese distribuidor lo introduce en su base de datos, y Amazon tiene un programa que lo traduce, a nivel administrativo, a veinticinco idiomas, de modo que puedes encontrar un libro nuestro en Helsinki, China o Polonia. Quizás esto al librero le perjudica más, pero al editor le facilita la labor. Las cuentas salen para todos excepto para los libreros. Pero al fin y al cabo es una librería virtual que llega a todos los lados.


Celya

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