domingo, 15 de diciembre de 2013

Los secretos del título


Sin duda, lo principal de un libro es su contenido; sin embargo, tan importante, o tal vez más que este, es su título. Un buen título es una excelente carta de presentación para un libro, pues despierta el interés del lector o, si no del lector, del comprador. Tenemos que reconocer que en alguna ocasión, aunque fuese para regalar, hemos adquirido un libro por el título, del mismo modo que muchos libros han pasado por delante de nuestros ojos sin llegar a llamar nuestra atención.

Podría decirse que la elección del título tiene una serie de normas. En primer lugar, que al autor le guste. Hay que tener presente que el título es el eslogan,  aquello que define al libro y, por tanto, ha de definir qué es lo más importante de él y qué quiere comunicar. Así, algunos de ellos utilizarán únicamente el nombre del protagonista (Robinson Crusoe, Eugene Grandet, El tío Vania, El gran Gatsby) y otros apelarán a alguna cuestión fundamental del libro, o incluso al tema principal (La metamorfosis, ¿Por quién doblan las campanas?) o algunos que combinarán ambas opciones (El hombre sin atributos). 

El título no tiene que ser demasiado explícito, debe mantener un cierto misterio que empuje a su lectura; y, por supuesto, el título tiene que tener cierta relación con el tema del libro, así como con el estilo del autor. Es el caso de Historia universal de la infamia, Esto no es un libro o Historias de cronopios y de famas.    

El título tiene que gustar al autor, pero, aunque a este no le guste admitirlo, también ha de gustar al editor, pues no hay que olvidar que el título es aquello que motivará la compra del libro. Lógicamente, no solo será el título lo que incite a la compra, también la fama del autor, el marketing, el contenido, la reseña en los medios, etc., pero el título es una pieza clave para la venta del libro. Por eso, muchos títulos de libros han surgido de editores, no de los escritores.

Cuando se debe traducir el título de un libro a otro idioma, en ocasiones esto puede ocasionar polémicas entre el editor y el autor, e incluso con los propios lectores. Por poner un ejemplo, el título del libro Tokio Blues de Haruki Murakami suscitó cierta polémica en el momento de su publicación. Se trata de una traducción de la canción de los Beatles, Norwegian Wood, al japonés. Esta canción tiene un papel importante dentro de la trama, sin embargo, el título español quizá no sea acertado, ya que las palabras Tokio blues no están representadas en el libro, salvo por la vaga sensación de que podríamos estar ante un blues a la japonesa, lo cual  es ya quizá estirar demasiado el asunto. ¿Es acertada esta modificación en el título, dejando Norwegian wood como subtítulo? ¿Hubiese sido más correcto dejar en la edición española el título original, Norwegian wood, que tiene un referente claro, sabiendo los problemas que nos ocasiona el inglés?

Otro caso conocido de traducción de un título que no se ajusta al original, pero que en este caso tuvo éxito, es el de la obra de Henry James The turn of the screw. José Bianco, el primer traductor al español de la obra, tradujo casi literalmente ese título (aunque cambió el tornillo del original por una tuerca) hasta dar con Otra vuelta de tuerca, una expresión que se usa hoy día de forma habitual. De hecho, según cuenta Augusto Monterroso en La palabra mágica, esa frase hecha en inglés no tiene el mismo significado que le atribuimos nosotros en castellano, de modo que el título más correcto de la obra tendría que haber sido La coacción (que hubiese sonado un poco «gangsteril»), o La conminación, que es lo que más o menos significa esa expresión en inglés (forzar a alguien a hacer algo). Por suerte, José Bianco se decidió por utilizar Otra vuelta de tuerca, y acertó de lleno.

Estas son, por tanto, algunas reglas generales, y como con toda regla, siempre hay excepciones, ya que existen libros con títulos insustanciales que han tenido éxito (al menos de ventas) y libros con títulos interesantes cuyo interior es un fiasco.

Por tanto, podría concluirse citando la conocida frase: «Nunca juzgues un libro por su cubierta». Pero qué duda cabe que los prejuicios nos acechan.

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